Los "protas"

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De madre aventurera, hija trotamundos. Una aporta la experiencia, otra el sentido común. La suma de las dos: una serie de vivencias inolvidables y unos recuerdos indelebles.

domingo, 9 de agosto de 2015

Palenque desolador

Las 4 de la mañana no son horas. Y si se trata de una histérica de mi calaña, menos aún.

Para más INRI, Marco tuvo visita esa noche y, no tanto las risas y la conversación, sino el nerviosismo de su perra luna, me tuvo en vela durante la noche. No pegué ojo.

No dejó apenas de llover. Llover. LLOVER mas bien, porque cayó la del pulpo. Me preocupaba estar esperando a las 4 a la furgo con ese aguacero.

Por suerte, cesó unos minutos antes y pudimos esperar medianamente secas. Me encontraba mareada y débil, Areia se despegó de la cama y yo salí disparada. A las 4.15 llegó a buscarnos la  furgo que nos llevaría a Palenque. Empezamos el recorrido recogiendo a la gente y sobre las 5.15 estábamos saliendo de nuestro querido Sancris. 

El amanecer sobre la carretera fue espectacular, el paisaje igualmente precioso y la conversación del chofer, interesante y divertida. Gilberto resultó ser todo un personaje con mucha dicción y conocimiento. Toda una ayuda para el grupo al completo.

Decidimos tomar la alternativa de viajar a Palenque con un pequeño tour que paraba en Agua Azul y en la catarata de Misol-ha, complicado de hacer por tu cuenta pero muy sencillo y poco caro comparativamente (el billete sencillo son entorno a 250 pesos, y el viaje con paradas cuesta 440). De puerta a puerta y con visitas interesantes. 

Chiapas es otro mundo dentro de México y totalmente diferente a la península de Yucatán. Durante años, sobre todo desde los 90, los zapatistas, esa guerrilla indígena reivindicativa que ha conseguido por partes iguales aterrorizar a mucha población pero, sobre todo, mejorar la forma de vida de tantísima gente que había sido marginada tradicionalmente y olvidada por parte del gobierno. Aunque hoy en día su movimiento no está en su punto álgido, sigue siendo poderoso y algunas zonas de Chiapas siguen siendo no aptas para todos los públicos y están vetadas a foráneos. 

Las zonas que nosotros íbamos a pisar eran, por supuesto, tremendamente seguros. El turismo es a día de hoy una gran fuente de ingreso (y uno de los logros zapatistas) y no se pueden arriesgar a perderlo. 

Agua azul, donde llegamos sobre las 9 de la mañana, es un parque natural precioso, con unas cataratas impresionantes. Todo el camino es un sinfín de chiringuitos sin fin, negocios de souvenirs y atractivos para el turismo. 

Pudimos hasta tener un rato para bañarnos y disfrutar del lugar. Una maravilla.

Nuestra siguiente parada, una hora más tarde (sobre las 12), fue Misol-ha, que ya no son cataratas sino una inmensa cola de agua, una cascada de unos 60 metros de alto (así, a ojo) en un paraje también precioso con cuevas y escondrijos. Para esta visita nos limitaron 40 minutos.

Y, como colofón, la visita a Palenque, la zona arqueológica, a la que llegamos ya con todo el calor del mediodía. Logramos negociar un guía para todo el grupo, que nos paseó en busca de sombras y nos introdujo en la cultura maya y el esplendor de Palenque. Ciertamente las ruinas son espectaculares y el lugar, impresionante, pero el calor ataca de tal forma, que subir al templo de la Cruz se convierte en un suplicio, y aguantar la cháchara sobre Pakal, se soporta tans solo a la sombra. 

Eran cerca de las 16.30 cuando nos acercábamos a Palenque ciudad. El resto de los pasajeros regresaban para San Cristobal y nosotras nos alegramos tremendamente de no tener que pasar otras3 o 4 horas de regreso, pudiendo darnos una ducha, comer algo sólido y potente para poder acabar un día glorioso pero agotador.




lunes, 3 de agosto de 2015

La fiereza de Chiapas

En realidad, ¿por qué andar con prisas? Aunque yo había abierto los ojos a las 7, Areia seguía durmiendo tranquilamente. Pero tampoco era necesario salir para San Juan Chamula a la misma hora que todos los tours. De hecho, decidí darles ventaja. 

Eran casi las 11 cuando por fin encontrábamos un sitio para desayunar. Aunque Mari nos sedujo el día anterior, estaba en dirección opuesta a nuestra ruta, y decidimos quedarnos a tomar algo en el mercado. Los desayunos populares en México se componen de arroz, frijoles, ensalada, tortillas (que no falte!!) y la pieza que prefieras (pollo, res, carne al pastor...). Todo ello acompañado de un agua fresca o un licuado. 

A rebosar y ya rozando el mediodía, salimor para coger el colectivo de San Juan Chamula. El pueblo queda a algo más de 10 kms de Sancris, apenas 20 minutos de recorrido, pero más de 10 para salir de las cuatro calles que rodean el mercado. Cuando llegamos, la furgoneta estaba casi a rebosar de mujeres y niños, pero aún hubo lugar para media docena de pasajeros más. Muy lejos de los estándares del ADO pero mucho más divertido. 

Chiapas y sus pueblos son conocidos por su determinación y su extrema personalidad fuerte. Aunque en estos momentos los zapatistas pasan por una fase tranquila, durante años supusieron un gran problema para el gobierno mejicano. La imagen del pasamontañas, del guerrillero chapatista, es un icono de la zona, venerado y divulgado (al principio no entendíamos qué tenían que ver esos "muñequitos ninja" en el mercado. Luego supimos el porqué...)

Y es que las comunidades de Chiapas son muy suyas. El mismísimo Vaticano decidió mandar a los Chamulanos a tomar viento...s diferentes dada su insistencia en hacer las cosas diferentes. Sólo cuentan con el bautismo como sacramento y el matrimonio no es más que una unión de palabra entre dos personas con apenas una celebración en familia. La iglesia de San Juan es de lo más peculiar. No posee ni un solo banco. El suelo está recubierto de hojas de pino, que forman una alfombra gigante y que, así mismo, se puede retirar para hacer hueco y poder colocar las velas necesarias.

La mayoría de la gente que va a la iglesia va a pedir o dar las gracias. Las velas para agradecer se colocan sobre las mesas laterales, normalmente en un recipiente. Las de pedir se disponen sobre el suelo, en colores y tamaños diferentes. Cuando alguien está enfermo, el "orador" (el chamán) les da la solución según la gravedad de lo que aqueja. La familia pasa una gallina (o un pollo) sobre el cuerpo de la persona enferma para que el animal adquiera el mal, para matarlo a continuación y hacer desaparecer las dolencias. Luego lo llevan a la iglesia y lo ofrecen junto con "posh" (o pox), bebidas y refrescos. Y de esa forma la curación está en camino. 


El tempo de San Juan es posiblemente uno de los más mágicos y fotogénicos que he visto. Por desgracia, los autobuses que van descargando pasajeros le restan cierta paz y, por otro lado, la fotografía esta total y absolutamente prohibida. Pero sigue siendo un deleite pasear y observar, tratando de flotar sobre lo que está ocurriendo y perdiéndose en las nubes de humo que emanan de las miles de candelas en acción. 

En San Juan apenas se oye el español. Tienen su propio idioma que también defienden a ultranza. Eso sí, para vender el idioma patrio sale clarito y alto. Aunque no son vendedores persistentes y cansinos. 

Hicimos una visita (esa sí, en silencio  y en privado) al cementerio. La clave está en entender el sistema de colores. Las cruces negras son para aquellos que murieron de viejos. Las blancas para los que no pasaron de la niñez y las azules (o verdes) para el resto. Eso sí, aparece la fecha de muerte, pero no la de nacimiento, con lo cual no supimos el estándar de vejez media del pueblo.

A las 3 de la tarde no había rastro de ningún tour organizado. La paz había llegado a San Juan. Momento ideal para pasear por el tranquilo mercado,merodear por las calles o apostarse en el kiosko de la plaza central para robar algunas fotos con objetivo. Pero incluso de lejos te ven venir y se tapan ipso facto con una manta. No son listos (y determinados) ellos ni "ná"...

Empezaba a bajar el sol cuando tomamos el colectivo de regreso para Sancris. Volvíamos con lo puesto tras regatear fieramente por algunos objetos y saber que no llevábamos más que una cantidad fija en el bolsillo. 

De regreso a casa, optamos por una idea a la que habíamos estado dando vueltas. A pesar de que no somos grandes amigas de los tours, a veces te facilitan el movimiento e incluso te hacer ahorrar algo de dinero. Ir a Palenque por nuestra cuenta nos iba a salir a cerca de 500 pesos. Con organización eran cerca de 800 pero también podíamos hacer paradas y ver un par de lugares a los que teníamos ganas. Y tomar luego Palenque como base para alguna escapada.

Antes de despedirnos de Sancris, subimos a la Virgen de Guadalupe. Más que una misa aquello era una fiesta. Bailoteando, manos para arriba, manos para abajo, el personal andaba celebrando la grandiosidad de Dios bajo la atenta dirección de un showman (o un cura!?) que llevaba la voz cantante (de forma muy apropiada). Mientras el sol se ponía, nosotras bajábamos los 72 escalones del templo y veíamos asomar algunas nubes poco amigables.

Sancris se puso a llorar en nuestra última noche. 


 

San Cristobal de las Casas, un paseo infinito

Lo prometí y lo cumplí. Podíamos dormir hasta hartarnos.

Después de varios días de la Ceca a la Meca, sin descansar de forma apropiada y tras los tropiezos de salud, Sancris nos daba la oportunidad de un respiro. Nos fuimos agotadas pero felices la noche anterior y Areia empezó a abrir los ojos cerca de las 10. No había prisa, ni horarios, ni casillas que "ticar". 

Caer en casa de la señora Mari fue el punto ideal para empezar el día. Su desayuno no sólo levanta a un muerto por apenas 40 pesos (la mujer insistió incluso en que nos lleváramos el "pan regional" que iba incluido en el pack por si nos quedábamos con hambre), ni tampoco por sus jugos verdes o por su café "majamuto". La señora María es todo un personaje. Llevaba un pequeño cabestrillo en la mano y le pregunté qué le había pasado. A sus posiblemente 60 años largos,la mujer había cogido una pesa  demasiado grande en el gimnasio y se había desequilibrado, lesionándose levemente los dedos. Su forma de hablar, de comentar lo "riquisísisisimas" que estaban las cosas, de hacer un márketing divertido y hasta genuino de sus productos, nos tenían a ambas entretenidas y super alimentadas. Salimos cebadas de su puestecitos por menos de 100 pesos y con jugos saliéndonos por las orejas.

Primera parada: museo del cacao. Areia había oído de refilón que podías hacer tu propio chocolate y eso le abrió los ojos y le disparó las pupilas. Debo decir que no es un error de información, pero sí que puedes meter mano al cacao previo desembolso de 250 pesos y en talleres ad hoc. Nosotras nos conformamos con aprender más sobre el valor de las semillas (sentimental, histórico y práctico), el consumo de chocolate mundial (chicos, España "sólo" cubre el 4%... habrá que ponerse las pilas) y ver algunos artifactos curiosos. 

Dado que la entrada también incluía el Museo del Jade, nos fuimos también a ver algunas copias (no existe ningún original) pero al menos las pequeñas explicaciones de los guías (gratuitos) merecían la pena y daban a conocer algunos detalles de estas piedras desconocidos para nosotras.

Cerramos el cupo de museos en general y abrimos el de iglesias, dando una pequeña tournée por los templos más característicos. Todos ellos tienen como cosa común y curiosa un tejado de madera interior que cubre la nave central. La mayoría del s. XVI y muy al corte colonial, suelen ser de tres naves, muy retocadas y repintadas cual pastelón o cupcake y llenas de los santos más tétricos y extraños. La religión en México incluye mucho culto a todos estos personajes, a cual más peculiar, y su devoción llega a ser casi obsesiva.

Desafiando el calor, ascendimos con calma los escalones hasta San Cristobal. A 2000 metros de altitud todo cuestar un poco más, pero lo mejor no fue la iglesia - que no pudimos ver por estar cerrada- sino la vista y la calma que se respiraba desde la altura. 

A pesar del pateo, apenas teníamos hambre, pero la incursión al mercado José Castillo, al norte de la ciudad, acabó por convencernos y nos pedimos un caldo. Mi fascinación por esos centros de comercio es inevitable. Es donde se reunen tradición, gastronomía, costumbres y, sobre todo, olor y color en extremo. El interior del edificio estaba empezando a ser despejado. Las carnicerías, pescaderías y abarroterías en general estaban en proceso de limpieza pero el exterior todavía bullía con los cientos de campesinos independientes que traen a diario su pequeña cosecha para vender lo poco o mucho que hayan recolectado. Las mujeres, con sus típicas faldas gruesas (la gran mayoría de pelo negro muy grueso, otras de lana negra con alguna raya) esperaban pacientemente y agazapándose en la sombra a finiquitar sus productos. El trajín era incesante y las combis, girando, pitando, llenándose y vaciándose alrededor, añadían más trafico a la escena.

Regresamos a Santo Domingo, que pudimos ver la noche anterior y nos dejó impresionadas. La iglesia impresiona por fuera más que por dentro y el mercado de artesanos que la rodea, a pesar de engullirla, la convierte también en el corazón de una vida alternativa.

Poder hablar con los artesanos es también todo un lujo. Algunos son fijos y habitantes de San Cristobal, pero otros muchos son "vagamundos" que trotan sin parar de uno a otro lado y van viviendo al día con lo que sacan. Y son tremendamente felices con su elección. 

Cayendo la tarde, nos acercamos un momentito por casa para dejar algunas cosas y calzarnos nuestras bufandas. Durante el día, Sancris tiene una temperatura muy agradable, pero en el momento se pone el sol, una chaqueta o un jersey gordito se agradecen enormemente. 

Areia seguía teniendo fijación por los caldos y habíamos visto un sitio la noche anterior que nos gustó, "el Caldero". Y no defraudó. El tazón tenía tanto de rico como de inagotable. Pudimos con ambos. Y debimos dar un pequeño paseo para bajar el atracón. 

No es difícil quedar fascinado, bien con la vida del mercadillo nocturno de la plaza del Comercio o los espectáculos callejeros. Un hombre estaba "zapateando" en medio de la plaza y explicando cada uno de los pasos. Nos tenía fascinadas, así que nos quedamos hasta el final. 

Sancris es todo un lujo, de principio a fin. 

viernes, 31 de julio de 2015

Sancris. Una joya que enamora

12 horas, 12. Pura mentira. Nadie nos advirtió que había piquetes en la carretera. Apenas eran las 7 cuando llegábamos a Palenque y, calculando 5 horas, a mediodía pregunté.

- Cuánto queda a San Cristóbal?
- Uys, al menos casi 4 horas. Llegaremos sobre las 16.
- Cómo?? Pero si nos dijeron que como tarde a las 12.
- Sí, pero hay cortes y hemos tenido que dar toda la vuelta.

Al final, casi 17 horas de bus. Desesperada de hambre (apenas teníamos unos cacahuetes para picar), aproveché una de las paradas del bus frente a un puente para adquirir un par de "tortas" con las que pasar el rato. Areia no estaba con muchas ganas de comer y, mas bien abducida por la sesión continua de películas (menos mal que al menos nos entretuvieron el viaje), apenas quiso pegar bocado. Ni rastro de fiebre, tan sólo un ligero dolor de cabeza.

Pasadas las 16 horas llegamos a Sancris, habiendo cambiado previamente de bus en Tuxtla, que inicialmente no estaba en ruta.

Al bajar del bus tuve un tremendo flashback que me llevó casi 20 años atrás a mi visita a Antigua Guatemala, una ciudad que me cautivó. Y Sancris tenía las mismas trazas.

Nos indicaron el camino a nuestro alojamiento, que un par de días antes gestioné vía internet con Airbnb, algo baratito y sencillo. Un chico italiano nos recibió en su casa y nos dejó en nuestro estupendo cuarto. Cocina y zonas comunes compartidas, pero apenas las íbamos a usar y nuestro cuarto era perfecto. Marco se despidió de nosotras para volver a trabajar y dejarmos explorar la ciudad a nuestras anchas.

San Cristóbal tiene esa disposición característica en cuadrícula. La vía principal es Insurgentes, pero han creado lo que denominan "andador", que es una pequeña red de calles peatonales, que se llenan de restaurantes, bares, lugares de moda y posiblemente las tiendas en las que se requiere mayor presupuesto.

Pero toda la ciudad es un sueño. Pintada en mil colores, protegida por la UNESCO y libre de horripilancias y neones (pero no de torres eléctricas poco atractivas), cada casa, cada hotel, cada barecito es una joyita y prueba de buen gusto.

La plaza del comercio, el corazón de la ciudad, y la zona de la catedral, se llenan de gente indígena que habitan en la ciudad y sus inmediaciones y que venden cientos de artesanías a los visitantes. Un acoso medio, sin demasiado agobiar, pero no se te ocurra comprar a un niño porque en tres nanosegundos te aparecen otros 20 más ofreciéndote pulseras más baratas, marcapáginas o lo que se les ocurra a precios especiales. Y todos ellos con esas vocecitas de "ay... mami, cómprame a mi", que rompen en alma.

Ambas estábamos fascinadas. Entre los trajes, los colores, los olores, los carritos de comida, los espectáculos callejeros, la música del kiosco (aunque la marimba no es mi favorita, reconozco que llena de vida), las risas, las carreras de los niños, las manzanas asadas, los ciclos de pozol, los hornillos de elotes y esquites, las caras fascinadas de los transeúntes.

Definitivamente, un lugar encantador.

Fuimos a "Los Kaldos" a por un proceso de recuperación lo más inmediato posible. Pasamos el rato jugando con Lua a "ahora me voy a callar y me escondo. Y ahora las espanto". Su mamá, Rubí, intentó ver el mal que aquejaba a Areia, y nos dio un remedio maya, unas gotas para tomar durante una semana (3 por vaso de agua) para eliminar cualquier tipo de parásito por si algo le había sentado mal. También le pegó un achuchón de espalda y le despegó el pellejo de la columna. Areia de seguro empezaba a tener mejor cara.


Los 2000 metros de altitud de San Cristóbal también ayudaban. Incluso tuvimos que sacar los calcetines y la manga larga. Y hasta comprarnos una bufanda. Pero la magia de la ciudad hacía olvidar cualquier dolor o mal. Incluso a última hora de la tarde Areia quiso tomar algo más. No pudimos con la pizza que nos adjudicamos (era realmente densa) pero nos dio energías para subir a nuestro barrio y dar un impulso para preparnos para el día siguiente: un día completo en San Cristóbal. A explorar!!!!

Recuperación a toque de corneta

36.5. Casi 37 pero ya prometía. Y toda la noche con fiebre moderada. Yo, madre optimista, pensé que ya era el principio del fin. Y tenía que ser así! Areia amaneció floja, hambrienta, mareada y con dolor de cabeza pero con la temperatura moderada. El médico nos dijo que acudiéramos entre las 7 y las 9 para hacerle el análisis y nos irían llamando, así que cogimos un taxi para cubrir los 2 kms hasta el hospital y nos plantamos cerca de las 8.30

Abarrotado.

Hasta la bandera.

Y en la ventanilla nos dijeron que se habían dado todos los números. Y nadie nos avisó.

Pragmatismo: nos olvidamos del análisis y nos ponemos en marcha. Digamos que ya está bien y podemos funcionar. Pero sin lanzar cohetes.

Fuimos a desayunar algo de fruta con muesli al Pata de Perro y regresamos al hotel. Todavía cansada y con paracetamoles, Areia se dedicó a descansar en nuestro entorno de aire acondicionado, a pegarme palizas a las damas y a retarme al Master Mind. Su color, su risa y sus palabras iban cambiando por minutos.

Lo suficiente para seguir la marcha.

Y, con las mismas, sobre las 12.30, tomamos un colectivo a Chetumal. Directas a la estación de ADO, donde compramos un billete nocturno para San Cristóbal esa misma noche a las 2355. Optimista? Sí, siempre tengo fe en la fortaleza de mi niña. Y en que las cosas van a salir bien.

Chetumal es una ciudad carente de atractivo, capital de Quintana Roo y centro administrativo. Al ser lunes, el principal gancho del lugar, su espectacular museo, estaba cerrado, pero no el mercado, que nos procuró un rico caldo para recargar. Y poder descender la Insurgentes camino al malecón.

Hacía calor. Mucho. Nos íbamos refugiando en cada sombra que encontrábamos y, cuando en el parque topamos con un grupo de chavales entre 13 y 20 años ensayando algo así como acrobacias de "cheer leaders", nos quedamos fascinadas y enganchadas viéndoles girar, hacer equilibrios, llorar, reír y divertirse con las piruetas.

Matamos la tarde a base de paseos, licuados, machacados, algo de internet y conversación a manta. Y cayó la noche. La estación de ADO tenía una afluencia constante. A las 23.55 se nos llamó a abordar el bus, con apenas la mitad de los asientos ocupados. Televisión, cascos, bebidas y un asiento con "memoria" (todavía estamos tratando de averiguar que es lo que recuerda) pero, sobre todo, con la posibilidad de tumbarse casi del todo. Todo un lujo para las más de 12 horas que teníamos por delante.

martes, 28 de julio de 2015

Laguna Bacalar. Siete colores y algunos dolores

Los viajes son impredecibles. Aunque, cuando no los planeas, no dejas atrás ningún plan. No hay frustración que valga.

Laguna Bacalar queda a una hora y media de Mahahual, hacia el sur de la península del Yucatán, dentro todavía de la provincia de Quintana Roo, camino a Belice. Es una sorprendente laguna de agua dulce de cerca de 60 kms de largo y algunos pocos de anchura, un oasis de baja salinidad frente a los cientos de kilómetros de costa playera. Y un escape de la comunidad mexicana ante la invasión de sargazo que acosa a casi todas las playas de la zona. 

Por eso encontrar alojamiento se convirtió casi en un reto. Por suerte, en el primer lugar que recalamos, nos topamos con Carol, del centro de buceo, que había escapado unos días para conocer la zona y decidió acompañarnos en nuestra peregrinación. Si ya el paseo desde la carretera al centro nos había dejado exhaustas por el calor, apenas teníamos ya ganas de arrastrar los pies y encontrábamos, hotel tras hotel, las puertas en los morros y las habitaciones ocupadas.

Por fin recabamos en el Hotel Miriam, que se salía algo de presupuesto pero se nos antojó perfecto (hasta con AC y televisión!). Dejamos los trastos en la bodeguita (seguían con la limpieza) y tomamos un taxi las tres al cenote Azul, una de las atracciones de la zona.

10 minutos y 35 pesos más tarde, el taxi nos dejaba en lo más parecido a un merendero que se puede encontrar. Un restaurante de domingueros bañándose en la orilla de este inmenso y abierto cenote. Las tres, gafas de buceo en mano, nos fuimos a investigar algo más los laterales del cenote (el fondo se nos quedaba algo lejano, a 90 metros) y disfrutamos con el paisaje de raíces, ramas y musgo que tapiaba el lateral. Una auténtica preciosidad. 

Nos alargamos casi hasta la hora de cierre pero quisimos volver a la laguna para disfrutarla también. Bacalar se autodenomina "ciudad mágica" por esa mancha de agua que tiene diversas tonalidades de azul y que arrastra a tirarse en sus fauces. A lo largo de la "costera", la zona ribereña aledaña a la ciudad, se abren decenas de establecimientos y entradas, algunas públicas, otras privadas, para poder remojarse. Las tres "gracias" decidimos ir a una de las zonas abiertas y lanzarnos de pleno al fondo musgoso. Hundir los pies en la laguna es esa mezcla extraña entre asco y placer, esa sensación casi "babosa" que cosquillea entre los tobillos y a la que no acabas de acostumbrarte. Aunque a los locales ciertamente no les molesta.

Ya era de noche cuando aparecimos en el hotel. Habíamos tomado una torta en Pata de Perro, muertas de hambre a las 8 de la tarde y nos retiramos al rato, ya agotadas de tanto trajín, aunque la tentación nos pudo y alargamos un rato viendo la BBC. Rarezas lujuriosas.

El domingo amaneció torcido. Y con 39 de temperatura. No sólo en el exterior, sino en el cuerpecito de mi querida niña. 

No soy una madre "sufridora" pero no soporto ver a Areia pasarlo mal. La cabeza le explotaba, le dolía todo el cuerpo y hasta el vaso de agua lo vomitaba. Y, cuando estás fuera, en tierra incógnita, todo parece más extremo. 

Habíamos quedado con Carol en Pata de Perro a desayunar. No quería dejarla colgada, así que me acerqué, estuve un rato con ella y le conté el panorama. Aproveché para comprar víveres con la intención de alimentar a Areia y darle un poco de fuerzas. Me despedí de Carol con pena -ella volvía a Mahahual- pero con la casi certeza de cruzarnos de nuevo en algún camino.

Areia devoró las quesadillas y engullió el zumo. Por segundos, resucitó. Tanto, que decidimos abandonar el hotel a la hora límite y lanzarnos un rato a la orilla de la laguna a pasar el rato entre los mexicanos de domingo.

Inmensos paquetes de papas, nachos y ganchitos, botellas de jugos artificiales XXL, vendedoras ambulantes de tamales, carritos de aguas frescas y cocos, música a todo volúmen y niños salpicando a manotazo limpio en el agua. El ambiente era tremendo pero Areia no se alzaba de la posición horizontal. Y acabó por tirar todo el desayuno. 

Optamos por cambiar de escenario, y acudimos al Manatí a tomar un jugo de frutas (de esos biológicos tan ricos que tienen ellos). No salía de su estado de angustia y dolor. 

A pesar de todo, opté por acercarme al centro de salud, abonar los 88 pesos de la consulta y pasar por un doctor. En cinco minutos estábamos atendidas y, sobre todo, al abrigo del aire acondicionado, escondidas del horrible calor que no ayudaba nada a atemperar el cuerpo de Areia.

Diagnóstico impreciso. Terapia de descanso, paracetamol y antibiótico. Podía haberme ahorrado los pesos. El Tylenol ya estaba comprado y la amoxicilina no se la iba a dar. Nos instó a regresar el lunes a por una analítica.

El plan de salir esa tarde para Chetumal y coger el nocturno para Chiapas iba a ser totalmente cancelado. Areia no podía soportar en ese estado un trayecto de 12 horas por carreteras tortuosas. 

Regresamos al Miriam a tratar de recuperar nuestra habitación, pero ya habían ocupado todos los cuartos. Nuestro gozo en un pozo. Iba  comenzar de nuevo la peregrinación. Dejé a Areia a salvo a la sombra de la recepción y me lancé a la búsqueda.

Dos minutos más tarde, apareció Enrique en su carro, el hermano mayor de la familia del hotel, dispuesto a ayudarme en la peregrinación. Fue como una aparición divina en el desierto. En apenas 10 minutos ya teníamos un par de camas, una ducha y aire fresco. Y, no contento con ello, Enrique luego nos acercó a las dos con nuestros bultos. Una bendición de chico!!

Areia pasó el resto de la tarde a buen recaudo, durmiendo, descansando y bajo mi atenta mirada. Salí al atardecer para buscar un caldo y un jugo de piña, que parecía ser lo único que le apetecía. Aparecí con un montón de bolsas colgando que en la Lonchería la Peña me habían proporcionado (luego vi que incluso me habían dado "machacados" de más). 

Areia hizo lo que pudo con el magnífico caldo y apenas tocó el agua de piña, pero tampoco quise forzarla a tragar más. Todo lo que entraba volvía a salir por la vía rápida y no era cuestión de pincharla...

Antes de apagar la luz de di otro paracetamol y le dije que "armara" a sus leucocitos hasta con metralleta para que lucharán contra el invasor. Yo me quedé leyendo a la luz de la linterna para no interrumpir su descanso...  velando cada rato, tocando su frente y vigilando su sueño.

Mahahual. Un pequeño paraíso desconocido (y que siga)

(del domingo 19 al sábado 25 de julio)

La historia de cómo acabamos en Mahahual es algo rocambolesca, pero digamos que "todo ocurre por algo" y teníamos que recabar allí. Amigos de amigos, casualidades de la vida y alineaciones de planetas, pero el plan sonaba lo suficientemente atractivo para rechazarlo.

Uno de mis propósitos fundamentales de estas vacaciones venía gestándose hace 12 años, cuando nació Areia y pensé que sería estupendo poder compartir la vida submarina con ella, sobre todo desde que empezó a demostrar lo mucho que amaba el mar y lo que disfrutaba haciendo ballet bajo el agua entre seres de colores. Era una asignatura pendiente. 

Fue su regalo de cumpleaños. Entre dos libros y un abrazo, le dije que su regalo real era un curso de Open Water para certificarla como buceadora. Con 12 años - en aguas internacionales, en Valencia es con 16- ya puede ser categoría junior. Mereció la pena esperar.

Arreglamos nuestra llegada a Mahahual para el domingo, saliendo a las 9 de Tulum para llegar poco antes del mediodía. José María estaría esperándonos. Aunque nos adelantamos más de lo previsto (el conductor iba lanzado y éramos 4 en el bus) y llegamos a las 11.20. Y yo, que no sé estarme quieta, decidí buscar el centro de buceo. 

Y allí que nos cruzamos, para cuando llegamos, él andaba por la parada de bus. Pero acabamos por coincidir.

Hablar de José María puede llenar la boca a cualquiera. Es de esas personas entrañables que todos quieren tener en su vida. Hubiera sido un DaVinci en el Renacimiento o un Geyperman de nuestra infancia. Docente de vocación, viajero de profesión... porque su vida es un constante viaje entrelazado con la belleza de cualquier deporte que se tercia, bien sea saltar con pértiga, dar botes a una pelota, lanzarse a los aires con una tela o rodar cuesta abajo con pedales. Un hombre orquesta lleno de generosidad y humanidad. Un auténtico cielo. Ni que decir tiene que nos sentimos como en casa en el momento en que nos recibió. No sólo literalmente, porque nos abrió las puertas de su estupendo apartamento, sino que su sonrisa y afabilidad nos hicieron sentirnos con los pies en alto. Y la cabeza reclinada. 

Es imposible resumir el curriculum de José María, pero se puede decir que es un hombre FELIZ, que hace lo que sueña y sueña con lo que hace. Proyecta, vive, disfruta y comparte. Un Ulises, enamorado y volcado con su peculiar Penélope (la paciente Muica, que siempre le espera y le busca). Qué más se puede pedir?

Tras un pequeño descanso y llenar nuestros estómagos en Casa Mary, nos acompañó a dar un pequeño tour para buscar alojamiento cerca de la playa, para poder tener mayor independencia (él vive a un par de kms en una zona más residencial). Nos presentó a la gente del centro de buceo, Carol, una mallorquina en periodo sabático encantadora y Esteban, un argentino tímido y discreto, que sonríe perpetuamente a lo "Mona Lisa". 

Mahahual es un pequeño pueblo de pescadores discretamente desarrollado con barecitos y hoteles al borde del mar. Apenas dos calles- una de ida, otra de vuelta- con tiendecitas y "abarrotes". Un lugar con mucho encanto y poco turismo foráneo. Un oasis de tranquilidad. 

Durante los días siguientes, nuestra rutina se fue ralentizando a ritmo caribe. En principio Areia iba a comenzar el curso el mismo lunes, pero la llegada de Óscar, el instructor y dueño del centro- se retrasó y, aunque sí cubrieron algo de teoría esa misma tarde, hasta el martes no se pusieron el equipo y se lanzaron al agua. 

Acompañaron a Areia en el curso, la estupenda Alethia (una profesora de literatura que vive en DF, un verdadero encanto de mujer) y Dani, el chaval que echa una mano en Mar Adentro a cambio de formación. 13 años, 80 kilos y un atolondramiento de seria que se irá corrigiendo con el tiempo. 

Nos alojamos finalmente en el Hotel Jardín, cuyo dueño, Ernesto, es un catalán afincado en Mahahual. Todas las mañanas su pareja (mexicana ella) nos servía un frugal desayuno y, de camino al centro, nos proveíamos de magdalenas, croissants y pain au chocolat para sobrevivir el resto del día entre remojo e inmersión. 

Mis mañanas iban acompañadas de un libro, escuchando de fondo - desde mi hamaca en la orilla- a Óscar impartiendo la teoría y viéndolos cerca del muelle realizando ejercicios de confinadas. Por las tardes nos vestíamos de lagarterana y salíamos a alguna inmersión. Yo quise acompañarles en las 4 obligatorias. 

Areia tuvo problemas de compensación en las primeras dos inmersiones. Le sirvieron para aprender a ecualizar. Se centró sobre todo en ser capaz de moverse con naturalidad con todo ese peso y bulto en la espalda. Yo quise bajar para hacerle compañía y para disfrutar de verla acostumbrarse a un nuevo mundo. 

Pasé también muchos ratos metida bajo el agua con el snorkel, a veces con José María y Victor (un chaval muy especial), otras sola. Otras con Areia. La cuestión era llenarse de arena y luego quitársela. Volverse a secar y hundirse otra vez. Un ciclo agotador el del instinto playero. 

La laguna de Mahahual (la parte que cierra el arrecife, aunque no está propiamente clausurada) está llena de vida. Los peces más increíbles, los seres más curiosos... y la interacción que se llega a tener cuando los tienes apenas a unos centímetros (aunque la raya de 3 metros que se lanzó cara a mi acabó por hacerme chapotear en dirección contraria) te transporta a otro planeta... 

Salíamos de la playa rozando el anochecer. Con la puesta de sol estábamos recogiendo. Y cada noche había un plan. Nunca cenamos solas. El martes celebramos -no recuerdo qué excusa- una cenita en casa de José María 7 personas. Otro día nos pusimos hasta arriba de pizzas en el Divino. O de gambas en el Nohoch Kay. No era por falta de opciones.

El viernes tarde fue el día del examen final. Para variar, después de un día largo, con dos piezas de bollería en el cuerpo y ganas de zampar. Areia falló 13 de las 12 preguntas permitidas. El disgusto fue tremendo y le quitó hasta las ganas de cenar pero la convencimos de que no tenía ninguna importancia y pospusimos nuestra salida del sábado para que pudiera volverlo a hacer. Se le pasó con una buena limonada y un pulpo a la plancha.

7 fallos en el examen final. Toda una Open Water Junior certificada.

Y listas ambas para recalar en nuestro próximo destino: Laguna de Bacalar. 



domingo, 26 de julio de 2015

Equilibrando el karma. Compensación moral en Dos Ojos

El cabreo del día anterior, pese a las risas y el cachondeo, había sido monumental. Odio la sensación de tomadura de pelo que se te queda tras ver que lo prometido no tiene nada que ver con lo entregado. Y la gente de Scuba7, más en concreto Carlos, iba a hacer lo imposible por resarcirnos.

Para ser sincera, su generosidad tenía no tan escondido un motivo ulterior, que tenía que ver más con una "necesidad de cariño" por parte del sujeto que, obviamente, no iba a subsanar la menda, pero, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, me iba a venir bien para enmendar el entuerto.

A las 8.30 estábamos como un reloj en la puerta del local. Allí no habían aparecido ni las australianas ni el italiano pero nos lo tomamos con calma mientras les veíamos cargar el vehículo con los equipos.

Acabamos partiendo algo más tarde para llegar al cenote cerca de las 9.30. Estaba casi desierto. Dos Ojos es posiblemente uno de los cenotes más conocidos y más atractivos. También de los más caros. Nosotras íbamos de invitadas. No habíamos soltado ni un dolar. Y veíamos como, poco a poco, se iban pagando nuestras facturas. 

Al llegar al cenote nos enseñaron la entrada, bajando por una escalera de madera y llegando al lago-cueva que se forma, uno de los ojos y la entrada por la que íbamos a comenzar. 

No me había planteado bucear en un cenote, pero dado que la oferta era irrechazable, decidí lanzarme a ello. He de decir que, cuando empecé a ver la realidad de lo que me esperaba, me entró una congoja repentina que pensé que no podía superar. El buceo es una inmersión por una cueva submarina, donde se pierde la fuente de luz y se ha de seguir una línea y siempre una fuente alterna, como una linterna. No me lo había planteado, pero al enfrentarme a la realidad, me empezó un cierto tembleque en las piernas.

Pero no podía dejarme vencer por mis miedos.

Decidí vestirme para la ocasión y lanzarme a descubrir el inframundo.

Carlos apenas nos hizo un pequeño briefing y nos lanzo al fondo. En el primer metro de descenso le hice una señal de que "no estaba OK". Veía desaparecer la luz por bajo de las estalactitas y me vinieron pensamientos cruzados. Me pidió que respirara... Y pensé "Areia está esperándote fuera y no la puedes defraudar. Y la estás animando a que bucee ella también. Retirarse no es opcional".

Para abajo que voy....

Alice, la australiana, hacía años que no hacía una inmersión y Carlos la guió de la mano a la entrada. Al minuto de estar por bajo, mi linterna se apagó, dejándome sumida en la oscuridad. Carlos me enganchó la mano y se negó a soltármela. Me sentía no solo "apadrinada" sino algo acosada y con necesidad de independizarme. Hacía el gesto de soltarme, pero me volvía a agarrar. Y tampoco podía perderle porque no tenía luz para iluminarme. Estaba castigada a su lado. 

La inmersión fue impresionante. El aspecto cavernario de los cenotes bajo el agua es totalmente irreal. Cuando se abre de nuevo a un espacio de luz, los juegos de reflejos y sombras son auténticas alucinaciones psicodélicas. Estalactitas, estalagmitas, luces y sombras, haces que irrumpen apareciendo de la nada, espejismos creados por el baile claroscuro de los sentidos. 

Un viaje al más allá. 

Por suerte y, a pesar de haber consumido apenas la mitad del aire (la inmersión llegaba a una profundidad máxima de 9 metros), salí eufórica y con muchas ganas de alejarme de Carlos, que había sido mi rémora durante los 45 minutos. 

El regulador no funcionó tampoco bien. Realizaba un sonido como el de una sierra de cortar metal junto a mi oído. El equipo realmente no era de mucha calidad. Por eso, y porque me apetecía nadar junto a mi pequeña sirena, decidí no hacer la segunda inmersión prevista. Opté por ponerme un snorkel e indagar por la superficie entrando en algunas cavernas abiertas.

La mañana en Dos Ojos nos fascinó. No sólo el lugar es increíble, pero ciertamente nos trataron de cinco estrellas. Algún tamal, bananas y agua para recuperar energías y, pasado el medio día, emprendimos camino de vuelta a Tulum. 

Aunque Carlos insistía en hacerme un masaje de espalda, me despedí cortesmente de él agradeciéndole su generosa compensación (realmente salimos ganando porque no soltamos ni un euro de un viaje que se paga caro).

Y desaparecimos.

Acudimos a alquilar unas bicis y emprendimos un mini viaje de 4 kms al Gran Cenote. Hora de refrescar la tarde. 

Otra gran sorpresa para acabar el día. Un lugar concurrido, organizado y ordenado pero con una estructura física muy atractiva, túneles, juegos de luces, sol y sombra. Y tortugas. Un lugar encantador.

Estuvimos hasta que nos echaron a las 17 horas, pedaleando la vuelta. Y nos resarcimos con unos jugos de frutas de un chaval argentino encantador. Y una última duchita en casa Montse. 

Y, ya con el daño reparado, moralmente en tablas y felices por un día encantador, celebramos nuestra última noche en Tulum con unos estupendos antojitos. 

Salud!

domingo, 19 de julio de 2015

"C" de Cobá, Cenote, caradura, cabreo y contraofensiva

Nos dejamos vender la moto. No puedo entenderlo de otra forma. No estamos acostumbradas a hacer ningún tour apañado de antemano. No es lo nuestro. Pero la visita de Cobá y los alrededores se complicaba en transporte público y nos lo contaron de una forma tan sumamente atractiva que hasta el precio disparatado parecía justificado.

Hasta que nos dimos cuenta de la realidad.

Cobá queda a unos 45 kms de Tulum. Son las ruinas menos exploradas y todavía en estado salvaje que se conocen en México. Y, sobre todo, tienen la única pirámide que, a día de hoy, todavía se puede escalar. Hasta que alguien se despeñe por ella. Entonces extenderán la prohibición.




A las 8.30, puntuales como un reloj, estábamos en la tienda de Ricardo y Carlos (todavía no he averiguado el nombre real, porque tengo ganas de hacer algunos comentarios en TripAdvisor) y el taxi prometido al punto de salida se mudó en el carrucho de Carlos, que se va cayendo a pedacitos, pero que amablemente nos acercó al punto de salida. Eso sí, también previa invitación a un café del 7/11 de Carlos. Todo un detalle de su parte.

Nos depositó en un hervidero de carros, futgonetas, vans y millones de personas todas con su correspondiente pulserita, esperando a ser depositadas en su vehículo correspondiente.

Me puse a conversar con Ana, de Vitoria, a la cual también le habían vendido un tour de los más completo. Pero el que nos prometieron y el que nos estaban contando estaban a millas de distancia. Entre risas y bromas andábamos todos gestando un cierto malestar. Con humor, eso sí.

Salimos ya tarde y con temperamento subversivo, puesto que pensábamos visitar las ruinas primero y refrescarnos en los cenotes después, pero la cosa se tercio al contrario. Una furgo con 3 vascos, 2 catalanes, un puertoriqueño, una mexicana y las dos presentes, camino al matadero. Primera parada, cenote Tortuga.



Llegados allí se nos presentó nuestro guía, un italiano que dio la explicación en un inglés milanés un tanto confuso pero que interpretamos con bastante dignidad entre algunos palabros con acento mexicano. Al grupo se había unido otra "van" con una mezclilla también de idiomas y nacionalidades y el chaval hacía lo posible por entenderse.

Pudimos bañarnos, tirarnos y hacer el ganso hasta el golpe de pito. Luego tocaba excursión. Para ver algún otro cenote seco, para escuchar la fantástica historia del impacto del meteorito que creo esta mágica red de agujeros cósmicos y para observar, en efecto, la energía y el efecto casi extraterrestre que provocan esos fenómenos.

Nos fascinó el cenote Caracol porque pudimos entrar en su pequeña y discreta cueva, a golpe de linterna y observar a 20 centímetros del rostro a esos pequeños y curiosos seres que son los murciélagos. Toda una pequeña aventura.

Areia e Ibai (el chaval de los vascos) repitieron tournée y se dedicaron a hacer todos los saltos posibles en las posturas más imposibles sin llegar nunca al fondo.



De vuelta en el Cenote Tortuga, ya con efecto garbanzo tras el remojo, nos tocó recoger para ir a comer.

Lejos de esa comida en la aldea maya, regresamos a Tulum a un buffet libre  (bebidas sin incluir, claro está) también muertos de risa al ver las promesas incumplidas.


Y, de postre, un paseíto por Cobá bajo el abrumador sol de la tarde.




Cobá debe ser un lujo visto en soledad. La sensación incluso de haber descubierto algo nuevo, de sentirte un pequeño arqueólogo en medio de algo muy exclusivo. De hecho, se observan docenas de colinas que no son sino otros tantos templos y estructuras sin descubrir. Hace falta fondos y paciencia para poder desenterrar otros tantos tesoros.

Para nuestra gran suerte, la tarde se nubló y los inmensos pasillos arbolados ayudaron a sobrepasar los kms de caminata por la zona arqueológica. Una vez más, me sentí un borrego total, siguiendo a las masas y manteniendo el paso del guía que repetía esa retahíla tan bien enseñada.



Habíamos hecho un intento de sedición con nuestro chofer. Queríamos cambiar la visita a la aldea maya (que ya intuíamos como una trampa comercial) por un último cenote para acabar la tarde frescos. Nos pusimos de acuerdo todos en nuestro peculiar complot. Aceptaron nuestra propuesta pero íbamos a contrarreloj, dado que la mayoría de cenotes cierran a las 17 horas.

Recorrimos Cobá a golpe de pito, escalamos la pirámide con una celeridad increíble. Eso sí, bajarla fue otra cantar. Casi todo el grupo acabó bajando escalones de culo. Pero la vista desde arriba merecía tremendamente la pena. Nos olvidamos de las prisas, de las tomaduras de pelo, de las mentiras piadosas y hasta de la hora. De hecho se nos hicieron las 16.45, dándonos virtualmente, ningún tiempo para llevar a cabo nuestro plan B.

Nos conformamos con probar las tortitas de huevo y chaya en casa de la señora maya, que pacientemente sudaba ante el fogón a cambio de generosas propinas. Y, como no, los impertérritos niños ofreciendo flores por un "pesito" o dos...

Pasamos un día muy divertido, riéndonos y conversando con nuestros compañeros de timo, comparando la realidad con esa ficción que nos habían vendido a todos de distintos tamaños y colores. La verdad es que el viaje mereció la pena solamente por las risas y la compañía. Pero eso no se lo conté en mi bronca particular a los de la agencia.

Llegué con mi peculiar aire beligerante a la tiendecilla y, al preguntarme qué tal el día, no pude aguantar más.

Me miraban con cara de asombro como si todo eso fuera una novedad pero, al final de la corrida, Carlos se sintió tan aludido y tal vez culpable, que, aparte llevarnos a cenar (cosa que declinamos amablemente con bonitas excusas), nos invitó a acudir al día siguiente a la inmersión de Dos Ojos, el cenote más atractivo de la región. Y yo, como no se decir que no al equilibrio del karma (y a que me compensaran el oprobio), quedé a las 7.45 como un reloj para aprovechar la ocasión.

Sí, señor!!

sábado, 18 de julio de 2015

Tulum de cabo a rabo

Todo un día torrido y soleado por delante. Desde las 7 de la mañana ya un sol abrasador. Un par de bicis. Dos pares de piernas. Agua. Poca ropa. Muchas ganas. Ingredientes ganadores.

Primera parada: un sitio donde desayunar. Visto lo visto, acabó siendo una taquería. Tortillas de maiz rellenas a tu elección. Aguas frescas (zumos con mucho hielo, batidos y helados) para hacerlo bajar. 




Segunda parada: las ruinas de Tulum. Esos cúmulos de piedras que adquieren sentido una vez entiendes el mundo maya y has podido saltar de guía en guía, pegando la oreja y oyendo explicaciones en diversos idiomas. La forma de abaratar costes aunque, confieso que me entretuve mas viendo los cientos de iguanas - muchas de ellas mudando la piel- y persiguiendo a los pájaros. Aunque me precede todo un curriculum de historiadora, creo que me voy inclinando cada vez más por el mundo animal (que, además, se ve perfectamente desde la sombra de una palmera).




No reniego de la belleza de Tulum, especialmente por su situación dramática junto a un acantilado que da a una playa de ensueño. Pero con la solana sobre nuestras cabezas y viendo el agua en la distancia, la necesidad de aprender mas sobre el inframundo queda algo mermada por las ganas de flirtear con Poseidón.


Salimos de la zona arqueológica para recoger nuestras bicis, pasando por el baño sobre todo para meternos bajo el grifo del agua. Y retomar pedaleando para la playa.

Toda la zona de costa se ampara bajo el marco de Parque Natural, pero, con la excepción de la Playa de Santa Fe, que es la zona pública, el resto de hecho se llama Zona Hotelera y, con un nombre tan descriptivo, ya imagináis que es, para variar, una sucesión inacabable de zonas residenciales y hosteleras para turistas. 

La playa estaba inundada por el temible "sargaso" que tiene la costa de México totalmente inundada desde hace días. El calentamiento global, dice la mayoría. Sea como sea, no permite salir a nadar y copa toda la zona del litoral. Nuestro gozo en un pozo. La única solución para bañarnos era sucumbir a la oferta de los pescadores y tour operadores que te venden el mismo tour por 150 o por 350 pero con un "podemos hacerles un precio muy especial". Optamos por el pescador, que al menos tenía gracia y salero. Nos ofrecía un pequeño paseo para ver Tulum desde el mar y un chapuzón en el arrecife de coral. Nosotras sólo queríamos meternos en el agua!!!

Una australiana, una pareja de South Carolina y un par de franceses rellenaron el bote. Hundidos en algas para partir (el olorcillo que despiden también es antológico) pero con una sonrisa de oreja a oreja, nos enzarzamos en una divertida conversación con nuestros vecinos, tanto que casi se nos olvida la foto de rigor con Tulum de fondo.



Eso sí, al llegar al arrecife casi no nos pusimos ni las aletas (sobre todo Areia, cuyo tamaño de pie no estaba contemplado) de las ganas de meternos en adobo... 



Estuvimos persiguiendo a la familia de calamares casi toda la  inmersión. Apenas vimos poco más puesto que no es un arrecife para dar una ovación, pero nos sirvió para refrescarnos y pasar el rato. 



Estábamos famélicas y atrapadas en un rincón con pocas opciones. Tocaba pagar el pato! Restaurante sin manteles pero con mucho glamour. Fuera de nuestros estándares pero había poca opción. Al menos el camarero se deshizo en atenciones y nos alimentamos más que dignamente. Nos sirvió también para cambiar de planes, puesto que Fernando nos indicó que podíamos encontrar cenotes más cerca aún de lo que nos habíamos propuesto. Un rápido cambio de ruta y plan.



Desde la zona pública a la entrada de la reserva de Sian Kaan el tramo de carretera son algo más de 8 kms. A algo mas de la mitad se halla el cenote Tercer Cielo, otro de estos fenómenos abiertos, sin esa característica tan de cueva que tienen otros y con ingente cantidad de cemento. Recordaba más bien a un merendero. Pero nos sirvió también para platicar con la gente que estaba pasando el día, vaciando esas inmensas bolsas de snacks (tamaño XXL) y "aventándose" desde distintas alturas a las aguas.

Queríamos visitar algún cenote mas y los locales nos indicaron que había dos a unos 4 kms más adelante. Uno con entrada, otro gratis. Ya teníamos clara la elección. De hecho, el cenote Bo ha nos resultó una grata sorpresa. Queda justo en la entrada de la reserva de Sian Kaan, "mismito en el arco" y no está siquiera señalizado como tal, sino como sendero. Y el camino sorprende por su belleza, por su encanto natural y su aspecto de cuento. Apenas cinco minutos de camino hasta abrirse de forma repentina en una inmensa mancha verde de aspecto cristalino a medida que te acercas. Una grata sorpresa. 

Un cenote exclusivo, eso sí, porque apenas alberga a una media docena de personas puesto que tiene una pequeña plataforma de madera de entrada de unos 10 metros cuadrados. El espacio ideal. 



Estuvimos refrescándonos, disfrutando, nadando y observando durante un buen rato hasta que llegó el relevo y nos hicimos el ánimo para emprender todos los kilómetros de vuelta. Con la promesa de un zumo de litro y unas paletas de libre elección, la hora de vuelta se hizo más breve. Hasta los picores eran más leves, y las ampollas de las manos ni molestaban. Y qué decir del dolor de trasero de la ortopédica bicicleta. Todo más que soportable cuando sueñas con una grata recompensa.



Y por duplicado.

Y, para rematar, un curso intensivo de cocina y antojitos mejicanos, una "platerá" de guacamole y más licuados.

Cansancio. Mucho sueño y ganas de descansar. Un día intenso de cosas que ver, piernas que mover y calor sobre nuestras cabelleras. 

















De Cancún a Tulum y tiro porque me toca

Cancún es, sin duda, el paradigma de los grandes resorts hoteleros. El polo opuesto de lo que nos atrae normalmente. Pero el punto idóneo donde empezar las vacaciones. O donde aterrizar. 

La verdad es que quisimos salir lo antes posible de la ciudad, no porque no nos acogiera con los brazos abiertos, pero sí con ganas de ir a algún destino más tranquilo. Aprovechamos, eso sí, la mañana para conversar con un divertido - e inusual- chef japonés durante el desayuno, que andaba buscando locales comerciales para abrir un restaurante de fusión maya-japonesa en un futuro cercano. Andaba poniéndose aceite y sal en sus tostadas, mientras que nosotras nos conformábamos con mantequilla y sucedáneo de mermelada de fresa. Lo había heredado de un alemán pero lo sorprendente (o tal vez no) es que era una costumbre arraigada...


Cancún rezumaba tranquilidad a las 8 de la mañana. El parque que bullía la noche anterior, se antojaba desierto, con la excepción de algunos puestecitos que empezaban a abrir y servir desayunos. En un plis nos plantamos en la estación y adquirimos billetes a nuestro destino. Asaltamos el cajero automático y compramos una sim card local para emergencias y agilizar algunos trámites. 

De vuelta para recoger los trastos, nos sentamos a tomar un licuado de plátano y una horchata (aquí son de arroz), pero en México lo hacen todo XXL y el botellón acabó en la mochila medio estrenado. Una enormidad de líquido azucarado!

A las 10.30 en punto salía el "servicio" desde Cancún hacia Chetumal, con paradas en Playa del Carmen y Tulum centro. 2 horas 20 de camino hasta destino con un breve descanso en Playa. 

Por el camino llamé a Meritxell, que debía darnos la llave de nuestra humilde morada, un alojamiento que encontré el día antes por Airbnb en el centro de Tulum pueblo, con total privacidad y tranquilidad pero, sobre todo, la sensación de independencia. 

La carretera de la costa maya es una sucesión infinita de mega resorts, complejos de ocio y restaurantes desorbitados. Todo a lo grande. No hay un trozo de tierra sin ocupar por algún inversor, mayormente extranjero.

Llegamos a Tulum con extrema puntualidad poco antes de las 13 horas. Acudimos directos a casa de Montse, aunque nos recibía otra catalana, Meritxell, abriéndonos la puerta de su casa (literalmente, puesto que comparte parcela con Montserrat). 

Tiempo de dejar las cosas, ir a comer algo y regresar para encontrarnos un apartamentito arreglado, impoluto y lindísimo. Un pequeño lujo por unos 20 euros. 

Meritxell nos presentó a Maggie y su hija Lil, que estaban visitando unos días desde Costa Rica. Nos comentó si queríamos acompañarlas en una visita a un cenote de los alrededores y, como los planes se desmontan rápido, decidimos acompañarlas. Ya habíamos alquilado las bicis para la tarde, así que teníamos vehículo oficial. Encontramos otra para la pequeña Lil y allá fuimos las cinco mujeres, a muslo limpio, pedaleando por la carretera, alegrando la vista a algún camionero que nos lo pagaba a golpe de claxón.

El cenote Escondido está a unos 4 kms de la ciudad de Tulum, al lado opuesto de otro con el que está conectado de forma subterránea al otro lado de la carretera. Apenas nos quedaba una hora para el cierre así que negociamos el precio de la entrada y de 50 por cabeza acabamos pagando 100 por las cinco. Trato cerrado.

Cenote Escondido es un espacio abierto, arropado por la selva y la maleza casi indómita de la zona, al que se puede acceder fácilmente bien por una estructura de madera o pegando un pequeño salto de dos metros. Apenas éramos una decena de personas. 

Disfrutamos de las aguas prístinas, de lo cristalino del fondo, la vista de las rocas, los peces y los reflejos del agua... Los cenotes tiene un aspecto mágico inherente que no es dificil encontrar. Son, definitivamente, una puerta al más allá. 

Entre manotazos para acribillar los cientos de mosquitos y la búsqueda de rayos de sol para secarnos, se nos fueron los últimos minutos de disfrute. Un rato de ocio diferente y extraordinario. Y verdaderamente refrescante. 

El viaje de vuelta se hizo incluso más corto, sobre todo porque aterrizamos directamente en la Flor de Machuacán, un pequeño rincón poco secreto pero encantador con los mejores batidos y zumos de todo Tulum. Y unas "paletas" de frutas naturales que quitan el hipo. El antídoto ideal contra el calor. 

Una ducha y un paréntesis virtual más tarde, decidimos ir a comer algo al restaurante vegetariano La hoja Verde. Un aterrizaje progresivo en la gastronomía mexicana, fusión de tradición con ingredientes locales. Un lujazo.

Y, rotas pero felices, dábamos por concluido nuestro primer día en la península del Yucatán. 

jueves, 16 de julio de 2015

Guadalajara en un llano ... México como alternativa a la llanura...

Ahora entiendo por qué España se llena de rubios blanquecinos en verano. Ahora comprendo por qué ese afán de parecer gambas relucientes ... no es más que una carencia de sol y calor, ese casi haber olvidado lo que es sudar y pensar que incluso el desodorante es algo alternativo para los maniáticos...

La verdad que no se si es por esa necesidad de recargar energía solar o porque también me he visto empujada a buscar un destino de relax, donde no tuviera que pelear, complicarme la existencia, donde las cosas fueran fáciles e incluso el idioma resultara increíblemente familiar. Me costó meses decidirme, las circunstancias personales tampoco ayudaron y las últimas semanas pensé que incluso acabaría por cancelarlo todo y buscarme una semana en algún resort del Mediterráneo, pendiente también de cerrar algunos trámites domésticos. 

Pero.. finalmente lo conseguí. Organicé todo de forma que podría escaparme. Sí: huir sería casi la palabra adecuada. Y México parecía un destino algo manido, algo usual, pero cuadraba perfectamente con mi necesidad de descansar, desconectar y dejar de lado algunos momentos. En busca de paz y felicidad, para reencontrarme también con esa niña de mis ojos que este año se ha convertido en una pequeña mujercita, a la que veo escapar de la niñez con rapidez desmesurada. Y no quiero perder un segundo de poder disfrutar de esos momentos. Se lo debo. Nos lo debo.

El polo opuesto a nuestro país de adopción, Holanda (o debería decir Países Bajos), una inmensa llanura verde llena de vacas. Aquí también hay llanos casi infinitos, pero los horizontes apenas se divisan, interrumpidos por altas vallas que definen la privacidad o anuncian algún lugar o actividad excitantes.

Viajar con Air Europa al menos propicia la conversación, la lectura, la reflexión... Esa carencia de entretenimiento en el vuelo (Areia no recordaba lo que era un avión sin vídeo personal) era, cuanto menos, compensada por la amabilidad de las azafatas, que con gracia y salero incluso te cobraban los 3 euros por auricular para ver una película que, en realidad, lo que precisaba eran binoculares. Debo decir que, por el precio del billete (que no es un chollo) el servicio deja mucho que desear y tiene detalles exageradamente cutres. Sin contar con que, de nuevo, esa demostración patria del patético nivel de inglés, pueda ser tan latente en un servicio tan público. 

10 horas pueden ser muy largas. Pero al menos una pasajera con alergia a la zanahoria nos mantuvo un rato entretenidas (con drama lacrimógeno incluido), o la mamá con dos retoños escapistas, o los de la fila del kosher, que tenían a las azafatas persiguiéndolos por todo el avión... Sinceramente, no hay como no tener mucho que ver para encontrar el verdadero entretenimiento. Eso, y un libro para ir descansando de tanta acción. 

La bienvenida a Cancún fue una bofetada de humedad y calor. Y cajeros automáticos que se negaban a darnos dinero. Unos pocos dólares nos sacaron del apuro cuanto menos para tomar un bus al centro. La lluvia decidió acompañarnos un tramo del trayecto y en cuestión de 45 minutos nos encontramos en Cancún centro. 

México es todo amabilidad. La gente es abrumadoramente encantadora. Nada más salir de la estación y al vernos tratando de leer la letra pequeña de un mapa (la edad va haciendo estragos) ya se estaba acercando un señor a ayudarnos... Dimos una pequeña vuelta hasta encontrar nuestro hostal, dado que la costumbre de poner los nombres de las calles no está muy arraigada y encontrar una dirección es todo un reto. Nuestro hostal, además, carecía de un simple cartel, con lo que era casi imposible reconocerlo. Sólo en  una segunda vuelta de reconocimiento logramos encontrarlo. 

Y unos pocos minutos más tarde, darnos un repaso con agua fría y aterrizar en una cama con sábanas blancas impolutas. Sueño, sed y cansancio.

Bienvenidas a México!!

Catarsis

Un año complicado. Unas semanas de una intensidad inusual. Y la cuestión laboral a priori parecía el reto pero en realidad ha sido lo más sencillo.

Muchos cambios, muchas cosas que asimilar, muchas palabras, muchos hechos, sonrisas y lágrimas, melodías y disonancias. Un año de transición. Cambios, rupturas, momentos de éxtasis y de drama.

Un año para celebrar y pasar página. 365 días para evolucionar.

Toda una vida para seguir aprendiendo. Y para seguir siendo tan felices como nos lo permitamos.


domingo, 27 de julio de 2014

Trekking por la selva y noche en aldea Akha Pixor

Viernes 25 y sabado 26

Otra cosa no, pero el laosiano es tremendamente puntual. Habiamos quedado con Boun Hong a las 9, teniendo previamente algo de tiempo para nuestro "fao" matinal.

Repartidas las cosas entre tres mochilas, botellas de agua y zapatillas puestas, salimos directamente de la guest house dispuestos a caminar. El primer tramo era atravesar Boun Nea, que de por si ya es un "pueblo longaniza" algo interminable. Observados por muchos y disfrutando de una fresca manyana, llegamos a los confines de la civilizacion para adentrarnos por unos verdisimos campos de arroz.

Poco mas tarde, el camino comenzaba a ascender y estrecharse. Un pequenyo riachuelo cruzaba el camino, obligandonos a descalzarnos. Piedras con musgo y fondos resbaladizos, pero la ayuda de Boun Hong siempre venia a mano. En un par de cruces no volvimos siquiera a ponernos de nuevo los zapatos, sino que recorrimos descalzos algunos de los tramos, no demasiado separados entre si. Yo, secretamente, revisaba a diestra y siniestra en busca de sanguijuelas...

El trekking discurre por una de las pocas zonas de selva virgen que queda en el pais. Menos de un 40 por ciento de la superficie original permanece todavia en pie, mayormente talada por la ocupacion humana, en busca de tierras de cultivo. Aunque son conscientes de que deberian preservarla, la presion demografica, que en los ultimos anyos en Laos es tan brutal que se siguen extendiendo como un mal cancer.

Un sendero estrecho que antanyo era la unica via de comunicacion de algunas aldeas perdidas en las montanyas, que ascendia durante algo mas de cinco horas. Camino embarrado, algo resbaladizo,sombrio en la mayor parte, pero con ocasionales rayos de sol. El tiempo nos dio tregua y apenas cayeron algunas gotas que incluso agradecimos. Boun Hong insistia en hacer paradas ocasionales para reposar, aunque siquiera nos quitabamos las mochilas o nos sentabamos, con lo que finalmente cogia la indirecta y nos permitia continuar.

La parada para comer nos deparo una grata sorpresa. El "sticky rice" y la cocina de Boun Hong estaban realmente exquisitos y, en nuestra improvisada mesa de piedra con manteles de hoja de platano, nos supo realmente a gloria.

Insectos escandalosos, alguna ridicula y asquerosa sanguijuela, ruidos indefinibles, lluvias de hojas que hacen temblar la maleza y girar la cabeza, juegos de luces y sombras, calor, humedad, alguna rafaga perdida de viento... Y, por fin, una pequenya bajada, la calzada que nos llevaba directos a la aldea.

TBC....

De Udon Xai a Boun Nea.

Miercoles 23

Una jornada preciosa, una carretera increible ... aunque Areia la disfruto entre bolsas de plastico y arcadas de mas. Casi 200 kms de curvas, baches y agujeros, rodeados de un verde intenso, pequenyas aldeas coquetas, montanyas y tribus dispersas que se van mezclando con la modernidad.

Salimos a las 9. Llegamos sobre las 16. Con mucho polvo y muchas ganas. Jornada previa a nuestra escapada a la selva.

De LP a Udon Xai

Martes 22

Puntuales como un reloj, a las 8 venian a recogernos al hotel para llevarnos a la estacion. Pasamos por otra guest house y alli recogimos a una familia de holandeses que compartian destino hasta la mitad y luego se dirigian hacia el oeste. Su intencion era luego volver a Luang Prabang y bajar por la carretera con bicicletas, con sus dos ninyos de 9 y 10 anyos aproximadamente. Todo un plan.

(continuara)

El largo viaje a Luang Prabang

Lunes 21 

El viaje prometia.

Un trayecto de mas de 400 kms en un bus nocturno con lo mas parecido a camas que puede haber. Emocion. Tal vez el vehiculo mas lujoso que hayamos encontrado en nuestros viajes. Pareciamos ninyos pequenyos jugando con los asientos totalmente reclinables. Tres filas en el ancho del bus, dos alturas. Curiosamente -o no- todos los occidentales estabamos en la parte de arriba. Sera por que tenemos las piernas mas largas? Sera porque si ruedas caes al vacio? Sera porque somos tan raros que piensan que nos gusta hacerlo mas dificil??? De cualquier modo, estabamos entusiasmados. Tanto que hasta logramos dormir los primeros 30 minutos. Debio ser la emocion. Luego anduvimos con los ojos como platos hasta que el conductor paro a hacer la parada de rigor.

Sobre las 23 horas el billete incluia un "fao". Parada breve pero suficiente y precediendo lo que esperabamos fuera unas horas de descanso.

Pero el conductor debio pensar que a el tambien le iba a entrar el suenyo. Asi que, que mejor que poner algo de musiquita para animar??? Yo recordaba esas escenas de infancia en las que, el gitano de turno salia con el sintetizador, dejaba un ritmo sonando y luego le daba a un par de teclas creando una pseudo melodia. Si a eso le anyades una voz masculina gangosa y una femenina irritante y aguda, entonces tienes la mezcla perfecta de musica laosiana.

Y el hombre no paro.

Consegui hacerme unos tapones con papel higienico. Amortiguaban un poco pero, al estar en primera fila, malamente podia huir. Le pegue dos gritos pero me ignoro. Desesperada, me enrolle un panyuelo en forma de venda en orejas y ojos. Ni con esas... A eso de las 4 cai de pura desesperacion. Pase el rato observando a Areia y Miguel, tambien tratando de descansar, y una mujer que estaba bajo de mi, protegiendo y sin quitarle el ojo a su bebe, con ese instinto maternal que te quita el suenyo, te mantiene alerta y que te tiene recogiendo los miembrecillos que se van saliendo y dando pataditas a los vecinos colindantes. Esa ternura me tranquilizo, me sirvio de sedante para no matar al conductor.

Por fin, a las 6 de la manyana, tras 9 horas de tortura musical, llegamos a Luang Prabang.

(continuara)

Vientiane, la modesta capital

Sabado 19 y domingo 20

Llegamos agotados y partidos en trozos, por lo que merecia la pena indagar por esta modesta y atipica capital del pais, que mas bien parece un pueblito grande con ilusion y orgullo. Dos dias para repararnos. El sabado por la noche aterrizabamos recien llegados de pulular por BKK y necesitados de horas de suenyo.

14 horas mas tarde, cual manyana tonta de domingo, abriamos los ojos pasado el mediodia. No solo jetlag sino una semana de suenyo acumulado y dificultades superadas. Nada mejor que empezar por ir al mercado local y probar una comida al uso. Nuestro primer  "fao", un bol inmenso de agua "sucia" con cosas flotando, a las que le anyades todos los aditamentos posibles para dar color a los fideos de arroz que nadan solitarios y tristes. Botellas de picante, salsa de pescado, chili, limon, pasta en bote, pimienta, botes de chiles aderezados y siempre un plato fresco de hierbas entre las que abundan la albahaca, la menta, algunas judias desconocidas para nosotros y otras hojas verdes que no llegamos a reconocer.

Listos para explorar la ciudad con el estomago lleno... Y medio dia por delante!!!

(continuara)

Laos, el viaje imprevisible

De como acabamos en este pais, las peripecias para llegar hasta el y los intensos momentos que precedieron nuestro viaje (to be continued)

viernes, 31 de enero de 2014

Kuala Lumpur

Si el calor ya me había golpeado en mi llegada a Jakarta, en Kuala Lumpur la humedad hacía que se me pegara la chaqueta de cuero (antes muerta que sencilla) que llevaba puesta.

Compré un ticket de taxi prepagado para ahorrarme dolores de cabeza y, tras caminar otros 300 metros (más los 700 que te hacen patear por la pista hasta que puedes encontrar la salida) y sin mucha más dilación, estaba de conversación con un conductor dicharachero y escuchando a los Escorpions de fondo.

Si hay algo que - definitivamente- te deja absorto a medida que te acercas a KL, es la visión de las torres Petronas. Son hipnóticas. Desde lejos, desde cerca, de día o de noche, no puedes dejar de mirarlas porque, aparte de altas y sobresalientes, son bellas. Sinceramente, las encuentro mágicas. Por suerte, mi hotel estaba justo a la vera verita de las torres, con lo que mi cuello se iba girando constantemente para poder observarlas.

Era bien pasada la medianoche cuando Danny me recibió con la mejor de sus sonrisas y me ofreció algo de beber. Estaba tranquilo, así que nos pusimos a conversar y se emocionó cuando supo que había visitado la zona de la que proviene. Ya tenía un aliado dentro.

La verdad es que el hotel era impresionante. Aunque mi habitación estaba en el piso 7, era más bien un piso. Cerca de 50 metros cuadrados, con una inmensa entrada, comedor, sala, cocina y un baño espectacular. Un piso de lujo, a decir verdad.

Casi hasta me apetecía bailar, saltar, tomarme todas las bebidas, meterme en la bañera y ducharme, solo por probar todo lo que tenía que ofrecer. Pero en su lugar, preferí irme a descansar para llegar al sábado sana y salva.

Pero el reloj biológico es un puñetero y a las 7 estaba con los ojos abiertos. Después de pelearme con la almohada y dar unas cuantas vueltas, lo siguiente que supe es que housekeeping venía a hacerme la cama. Justo a tiempo para lavarme la cara y bajar a desayunar.

El buffet del restaurante era para quitar el hipo. Eso sí, para los rezagados como yo, hay que avisar que hagan acopio de comida antes de que lleguen las 10.30, porque a las 10.31 no queda absolutamente NADA. Todo se retira con una celeridad que asusta.

El plan era claro y sencillo. Piscina, relax y calma.

Hasta que llegó Victoria y lo fastidió. Subí a la piscina pero ya había demasiada gente para mi gusto (más de tres es multitud). Me fui a ver las zonas de relax, merodeé por el gimnasio, tanteé la temperatura del agua del jacuzzi.. Y decidí coger los trastos e ir a explorar la ciudad.



En Kuala Lumpur el 99% de la población, fija y fluctuante, hace lo mismo: Comprar. Cuando preguntas a cualquier hijo de vecino lugares interesantes, te señalan todos los centros comerciales, esos gigantes "mall" con marcas de lujo y caprichos para todos los bolsillos (siempre que estén lo más llenos posible). Yo no quería encerrarme en un laberinto, ni tenía pensado volverme loca comprándome modelitos. En el mapa vi que había una mezquita, un barrio chino y un "Mercado central".

El reto fue encontrar la parada de metro. Indicación básica: Bajo las Petronas. Perfecto. Las torres las encontré a la primera. Punto para mi. Incluso me metí y, después de varias intentonas, hasta supe encontrar la taquilla. ¡Ingenua de mi! Me habían avisado que había cola todos los días y aquello estaba tan despejado que pensé que era entradas para la filarmónica. Resultó que ya se había vendido el pescado. No sólo para el sábado, sino también la pre-venta para el domingo. El chico, muy majete él, me dijo que si quería pillar algo, mejor estuviera a las 8, incluso a las 7.30.

¡Ale! ¡Para el mercado se ha dicho! Por suerte, ya tengo cogido el truquillo a los metros asiáticos y, siempre que sean legibles los caracteres, está chupado.

En unas cuatro paradas, me bajé para ver una de las mezquitas más icónicas de KL, Masjid Jamek, pero estaba cerrada por rezo en esos momentos. Me conformé con verla desde fuera y echar unas fotos desde la barrera. Me encaminé hacia el mercado central, que estaba a dos pasos.

La zona donde está Pasar Deni es cutre y decadente. Las casas se pelan como quemadas por el sol, se desescaman como serpientes renovadas, sólo que la segunda piel no aparece por ningún lado. El mercado es un gran edificio azul pastel donde se apiñan decenas de tiendas de recuerdos. El ambiente es tranquilo y relajado, nadie de agobia, ni te llama al interior de las tiendas. Se puede pasear con toda tranquilidad. Los malayos, en general, son muy relajados. Después de reponer fuerzas también con un par de dim-sums, me acerqué a Chinatown, a la vuelta de la esquina.

Han dejado a los chinos en la calle principal, Petaling Street, pero en cuanto te sales a las laterales, los hindúes lo inundan todo. Imitaciones de bolsos de marca son el producto favorito, pero la imaginación no tiene límites y, como suele suceder, los chinos son los artistas de la reproducción en masa, los artífices de los falsos sueños, la alternativa al codiciado objeto de deseo.

Nada mejor que sentarse con un zumo de algo (es lo que había pedido, aunque vino un vaso de agua con cosas flotando) y observar el devenir de la cotidianeidad. El inminente año nuevo chino, el año del caballo, daba forma a muchas de las ofertas propuestas. Aproveché para comprar también mis bien amados caramelos de gengibre y decidí empezar a plegar alas.

De camino al metro me topé con un nada discreto templo hindú. Dejé mis zapatos en depósito para colarme en una de las situaciones más peculiares que he visto jamás en un santuario religioso. Bajo el techado, una treintena de personas estaban distribuidas en pequeños grupos, con cientos de "latas" abiertas y contando billetes y monedas. Cientos. Miles. La recaudación de un año de donaciones. Aquello era como colarse en el banco de España a pequeña escala (o visto como tenemos la economía igual hasta lo supera). No se puede negar que los feligreses son generosos. Había que ver la maquinaria que tenían puesta en marcha.

Entre tanto, los monjes proseguían su marcha habitual. Llegué justo a la hora en que lavaban y vestían los iconos, mojándolos con agua y jabón, poniéndoles coronas de flores y vistiéndolos con telas brillantes. Acabaron invitándome a té y pakhoras, el pequeño tentempié de los voluntarios.

Estaba cayendo la noche, así que regresé al hotel, esperando dejarme guiar por las luces de las petronas. De momento, tenía que conseguir salir del laberinto del centro comercial. Subí decenas de escaleras mecánicas, las volví a bajar, crucé pasillos, pero no conseguía orientarme. Desesperada, pedí ayuda. ¿Dónde quieres ir? - me preguntó el chico. "Sólo quiero salir al exterior"- le contesté casi llorando.


Pegué un bocado, recuperé fuerzas y me fui a disfrutar de ese espectáculo nocturno que son las torres iluminadas. Obviamente las "selfies" no salen tan sofisticadas cuando el brazo no da para más, así que una chica me preguntó si quería ayuda para tomar una foto. La verdad es que hasta en eso he llegado casi a la autosuficiencia. Lo bien que funciona el autodisparador!!!

KL estaba pletórico, radiante y vivo. Los bares de las aceras rebosaban de actividad, música y marcha.

Momento de retirada para mi. Un baño de vapor, una sauna, un jacuzzy, a recuperar fuerzas y a la cama.













¿Qué toca hoy?

¿Qué toca hoy?
Lo que nos depare el día (por cierto, ¡son de verdad!)