Los "protas"

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De madre aventurera, hija trotamundos. Una aporta la experiencia, otra el sentido común. La suma de las dos: una serie de vivencias inolvidables y unos recuerdos indelebles.

martes, 28 de julio de 2015

Laguna Bacalar. Siete colores y algunos dolores

Los viajes son impredecibles. Aunque, cuando no los planeas, no dejas atrás ningún plan. No hay frustración que valga.

Laguna Bacalar queda a una hora y media de Mahahual, hacia el sur de la península del Yucatán, dentro todavía de la provincia de Quintana Roo, camino a Belice. Es una sorprendente laguna de agua dulce de cerca de 60 kms de largo y algunos pocos de anchura, un oasis de baja salinidad frente a los cientos de kilómetros de costa playera. Y un escape de la comunidad mexicana ante la invasión de sargazo que acosa a casi todas las playas de la zona. 

Por eso encontrar alojamiento se convirtió casi en un reto. Por suerte, en el primer lugar que recalamos, nos topamos con Carol, del centro de buceo, que había escapado unos días para conocer la zona y decidió acompañarnos en nuestra peregrinación. Si ya el paseo desde la carretera al centro nos había dejado exhaustas por el calor, apenas teníamos ya ganas de arrastrar los pies y encontrábamos, hotel tras hotel, las puertas en los morros y las habitaciones ocupadas.

Por fin recabamos en el Hotel Miriam, que se salía algo de presupuesto pero se nos antojó perfecto (hasta con AC y televisión!). Dejamos los trastos en la bodeguita (seguían con la limpieza) y tomamos un taxi las tres al cenote Azul, una de las atracciones de la zona.

10 minutos y 35 pesos más tarde, el taxi nos dejaba en lo más parecido a un merendero que se puede encontrar. Un restaurante de domingueros bañándose en la orilla de este inmenso y abierto cenote. Las tres, gafas de buceo en mano, nos fuimos a investigar algo más los laterales del cenote (el fondo se nos quedaba algo lejano, a 90 metros) y disfrutamos con el paisaje de raíces, ramas y musgo que tapiaba el lateral. Una auténtica preciosidad. 

Nos alargamos casi hasta la hora de cierre pero quisimos volver a la laguna para disfrutarla también. Bacalar se autodenomina "ciudad mágica" por esa mancha de agua que tiene diversas tonalidades de azul y que arrastra a tirarse en sus fauces. A lo largo de la "costera", la zona ribereña aledaña a la ciudad, se abren decenas de establecimientos y entradas, algunas públicas, otras privadas, para poder remojarse. Las tres "gracias" decidimos ir a una de las zonas abiertas y lanzarnos de pleno al fondo musgoso. Hundir los pies en la laguna es esa mezcla extraña entre asco y placer, esa sensación casi "babosa" que cosquillea entre los tobillos y a la que no acabas de acostumbrarte. Aunque a los locales ciertamente no les molesta.

Ya era de noche cuando aparecimos en el hotel. Habíamos tomado una torta en Pata de Perro, muertas de hambre a las 8 de la tarde y nos retiramos al rato, ya agotadas de tanto trajín, aunque la tentación nos pudo y alargamos un rato viendo la BBC. Rarezas lujuriosas.

El domingo amaneció torcido. Y con 39 de temperatura. No sólo en el exterior, sino en el cuerpecito de mi querida niña. 

No soy una madre "sufridora" pero no soporto ver a Areia pasarlo mal. La cabeza le explotaba, le dolía todo el cuerpo y hasta el vaso de agua lo vomitaba. Y, cuando estás fuera, en tierra incógnita, todo parece más extremo. 

Habíamos quedado con Carol en Pata de Perro a desayunar. No quería dejarla colgada, así que me acerqué, estuve un rato con ella y le conté el panorama. Aproveché para comprar víveres con la intención de alimentar a Areia y darle un poco de fuerzas. Me despedí de Carol con pena -ella volvía a Mahahual- pero con la casi certeza de cruzarnos de nuevo en algún camino.

Areia devoró las quesadillas y engullió el zumo. Por segundos, resucitó. Tanto, que decidimos abandonar el hotel a la hora límite y lanzarnos un rato a la orilla de la laguna a pasar el rato entre los mexicanos de domingo.

Inmensos paquetes de papas, nachos y ganchitos, botellas de jugos artificiales XXL, vendedoras ambulantes de tamales, carritos de aguas frescas y cocos, música a todo volúmen y niños salpicando a manotazo limpio en el agua. El ambiente era tremendo pero Areia no se alzaba de la posición horizontal. Y acabó por tirar todo el desayuno. 

Optamos por cambiar de escenario, y acudimos al Manatí a tomar un jugo de frutas (de esos biológicos tan ricos que tienen ellos). No salía de su estado de angustia y dolor. 

A pesar de todo, opté por acercarme al centro de salud, abonar los 88 pesos de la consulta y pasar por un doctor. En cinco minutos estábamos atendidas y, sobre todo, al abrigo del aire acondicionado, escondidas del horrible calor que no ayudaba nada a atemperar el cuerpo de Areia.

Diagnóstico impreciso. Terapia de descanso, paracetamol y antibiótico. Podía haberme ahorrado los pesos. El Tylenol ya estaba comprado y la amoxicilina no se la iba a dar. Nos instó a regresar el lunes a por una analítica.

El plan de salir esa tarde para Chetumal y coger el nocturno para Chiapas iba a ser totalmente cancelado. Areia no podía soportar en ese estado un trayecto de 12 horas por carreteras tortuosas. 

Regresamos al Miriam a tratar de recuperar nuestra habitación, pero ya habían ocupado todos los cuartos. Nuestro gozo en un pozo. Iba  comenzar de nuevo la peregrinación. Dejé a Areia a salvo a la sombra de la recepción y me lancé a la búsqueda.

Dos minutos más tarde, apareció Enrique en su carro, el hermano mayor de la familia del hotel, dispuesto a ayudarme en la peregrinación. Fue como una aparición divina en el desierto. En apenas 10 minutos ya teníamos un par de camas, una ducha y aire fresco. Y, no contento con ello, Enrique luego nos acercó a las dos con nuestros bultos. Una bendición de chico!!

Areia pasó el resto de la tarde a buen recaudo, durmiendo, descansando y bajo mi atenta mirada. Salí al atardecer para buscar un caldo y un jugo de piña, que parecía ser lo único que le apetecía. Aparecí con un montón de bolsas colgando que en la Lonchería la Peña me habían proporcionado (luego vi que incluso me habían dado "machacados" de más). 

Areia hizo lo que pudo con el magnífico caldo y apenas tocó el agua de piña, pero tampoco quise forzarla a tragar más. Todo lo que entraba volvía a salir por la vía rápida y no era cuestión de pincharla...

Antes de apagar la luz de di otro paracetamol y le dije que "armara" a sus leucocitos hasta con metralleta para que lucharán contra el invasor. Yo me quedé leyendo a la luz de la linterna para no interrumpir su descanso...  velando cada rato, tocando su frente y vigilando su sueño.

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