Los "protas"

Mi foto
De madre aventurera, hija trotamundos. Una aporta la experiencia, otra el sentido común. La suma de las dos: una serie de vivencias inolvidables y unos recuerdos indelebles.

sábado, 18 de julio de 2015

Tulum de cabo a rabo

Todo un día torrido y soleado por delante. Desde las 7 de la mañana ya un sol abrasador. Un par de bicis. Dos pares de piernas. Agua. Poca ropa. Muchas ganas. Ingredientes ganadores.

Primera parada: un sitio donde desayunar. Visto lo visto, acabó siendo una taquería. Tortillas de maiz rellenas a tu elección. Aguas frescas (zumos con mucho hielo, batidos y helados) para hacerlo bajar. 




Segunda parada: las ruinas de Tulum. Esos cúmulos de piedras que adquieren sentido una vez entiendes el mundo maya y has podido saltar de guía en guía, pegando la oreja y oyendo explicaciones en diversos idiomas. La forma de abaratar costes aunque, confieso que me entretuve mas viendo los cientos de iguanas - muchas de ellas mudando la piel- y persiguiendo a los pájaros. Aunque me precede todo un curriculum de historiadora, creo que me voy inclinando cada vez más por el mundo animal (que, además, se ve perfectamente desde la sombra de una palmera).




No reniego de la belleza de Tulum, especialmente por su situación dramática junto a un acantilado que da a una playa de ensueño. Pero con la solana sobre nuestras cabezas y viendo el agua en la distancia, la necesidad de aprender mas sobre el inframundo queda algo mermada por las ganas de flirtear con Poseidón.


Salimos de la zona arqueológica para recoger nuestras bicis, pasando por el baño sobre todo para meternos bajo el grifo del agua. Y retomar pedaleando para la playa.

Toda la zona de costa se ampara bajo el marco de Parque Natural, pero, con la excepción de la Playa de Santa Fe, que es la zona pública, el resto de hecho se llama Zona Hotelera y, con un nombre tan descriptivo, ya imagináis que es, para variar, una sucesión inacabable de zonas residenciales y hosteleras para turistas. 

La playa estaba inundada por el temible "sargaso" que tiene la costa de México totalmente inundada desde hace días. El calentamiento global, dice la mayoría. Sea como sea, no permite salir a nadar y copa toda la zona del litoral. Nuestro gozo en un pozo. La única solución para bañarnos era sucumbir a la oferta de los pescadores y tour operadores que te venden el mismo tour por 150 o por 350 pero con un "podemos hacerles un precio muy especial". Optamos por el pescador, que al menos tenía gracia y salero. Nos ofrecía un pequeño paseo para ver Tulum desde el mar y un chapuzón en el arrecife de coral. Nosotras sólo queríamos meternos en el agua!!!

Una australiana, una pareja de South Carolina y un par de franceses rellenaron el bote. Hundidos en algas para partir (el olorcillo que despiden también es antológico) pero con una sonrisa de oreja a oreja, nos enzarzamos en una divertida conversación con nuestros vecinos, tanto que casi se nos olvida la foto de rigor con Tulum de fondo.



Eso sí, al llegar al arrecife casi no nos pusimos ni las aletas (sobre todo Areia, cuyo tamaño de pie no estaba contemplado) de las ganas de meternos en adobo... 



Estuvimos persiguiendo a la familia de calamares casi toda la  inmersión. Apenas vimos poco más puesto que no es un arrecife para dar una ovación, pero nos sirvió para refrescarnos y pasar el rato. 



Estábamos famélicas y atrapadas en un rincón con pocas opciones. Tocaba pagar el pato! Restaurante sin manteles pero con mucho glamour. Fuera de nuestros estándares pero había poca opción. Al menos el camarero se deshizo en atenciones y nos alimentamos más que dignamente. Nos sirvió también para cambiar de planes, puesto que Fernando nos indicó que podíamos encontrar cenotes más cerca aún de lo que nos habíamos propuesto. Un rápido cambio de ruta y plan.



Desde la zona pública a la entrada de la reserva de Sian Kaan el tramo de carretera son algo más de 8 kms. A algo mas de la mitad se halla el cenote Tercer Cielo, otro de estos fenómenos abiertos, sin esa característica tan de cueva que tienen otros y con ingente cantidad de cemento. Recordaba más bien a un merendero. Pero nos sirvió también para platicar con la gente que estaba pasando el día, vaciando esas inmensas bolsas de snacks (tamaño XXL) y "aventándose" desde distintas alturas a las aguas.

Queríamos visitar algún cenote mas y los locales nos indicaron que había dos a unos 4 kms más adelante. Uno con entrada, otro gratis. Ya teníamos clara la elección. De hecho, el cenote Bo ha nos resultó una grata sorpresa. Queda justo en la entrada de la reserva de Sian Kaan, "mismito en el arco" y no está siquiera señalizado como tal, sino como sendero. Y el camino sorprende por su belleza, por su encanto natural y su aspecto de cuento. Apenas cinco minutos de camino hasta abrirse de forma repentina en una inmensa mancha verde de aspecto cristalino a medida que te acercas. Una grata sorpresa. 

Un cenote exclusivo, eso sí, porque apenas alberga a una media docena de personas puesto que tiene una pequeña plataforma de madera de entrada de unos 10 metros cuadrados. El espacio ideal. 



Estuvimos refrescándonos, disfrutando, nadando y observando durante un buen rato hasta que llegó el relevo y nos hicimos el ánimo para emprender todos los kilómetros de vuelta. Con la promesa de un zumo de litro y unas paletas de libre elección, la hora de vuelta se hizo más breve. Hasta los picores eran más leves, y las ampollas de las manos ni molestaban. Y qué decir del dolor de trasero de la ortopédica bicicleta. Todo más que soportable cuando sueñas con una grata recompensa.



Y por duplicado.

Y, para rematar, un curso intensivo de cocina y antojitos mejicanos, una "platerá" de guacamole y más licuados.

Cansancio. Mucho sueño y ganas de descansar. Un día intenso de cosas que ver, piernas que mover y calor sobre nuestras cabelleras. 

















No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nos encanta que nos contéis cosas, así que no seáis tímidos...

¿Qué toca hoy?

¿Qué toca hoy?
Lo que nos depare el día (por cierto, ¡son de verdad!)