Los "protas"

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De madre aventurera, hija trotamundos. Una aporta la experiencia, otra el sentido común. La suma de las dos: una serie de vivencias inolvidables y unos recuerdos indelebles.

martes, 28 de julio de 2015

Mahahual. Un pequeño paraíso desconocido (y que siga)

(del domingo 19 al sábado 25 de julio)

La historia de cómo acabamos en Mahahual es algo rocambolesca, pero digamos que "todo ocurre por algo" y teníamos que recabar allí. Amigos de amigos, casualidades de la vida y alineaciones de planetas, pero el plan sonaba lo suficientemente atractivo para rechazarlo.

Uno de mis propósitos fundamentales de estas vacaciones venía gestándose hace 12 años, cuando nació Areia y pensé que sería estupendo poder compartir la vida submarina con ella, sobre todo desde que empezó a demostrar lo mucho que amaba el mar y lo que disfrutaba haciendo ballet bajo el agua entre seres de colores. Era una asignatura pendiente. 

Fue su regalo de cumpleaños. Entre dos libros y un abrazo, le dije que su regalo real era un curso de Open Water para certificarla como buceadora. Con 12 años - en aguas internacionales, en Valencia es con 16- ya puede ser categoría junior. Mereció la pena esperar.

Arreglamos nuestra llegada a Mahahual para el domingo, saliendo a las 9 de Tulum para llegar poco antes del mediodía. José María estaría esperándonos. Aunque nos adelantamos más de lo previsto (el conductor iba lanzado y éramos 4 en el bus) y llegamos a las 11.20. Y yo, que no sé estarme quieta, decidí buscar el centro de buceo. 

Y allí que nos cruzamos, para cuando llegamos, él andaba por la parada de bus. Pero acabamos por coincidir.

Hablar de José María puede llenar la boca a cualquiera. Es de esas personas entrañables que todos quieren tener en su vida. Hubiera sido un DaVinci en el Renacimiento o un Geyperman de nuestra infancia. Docente de vocación, viajero de profesión... porque su vida es un constante viaje entrelazado con la belleza de cualquier deporte que se tercia, bien sea saltar con pértiga, dar botes a una pelota, lanzarse a los aires con una tela o rodar cuesta abajo con pedales. Un hombre orquesta lleno de generosidad y humanidad. Un auténtico cielo. Ni que decir tiene que nos sentimos como en casa en el momento en que nos recibió. No sólo literalmente, porque nos abrió las puertas de su estupendo apartamento, sino que su sonrisa y afabilidad nos hicieron sentirnos con los pies en alto. Y la cabeza reclinada. 

Es imposible resumir el curriculum de José María, pero se puede decir que es un hombre FELIZ, que hace lo que sueña y sueña con lo que hace. Proyecta, vive, disfruta y comparte. Un Ulises, enamorado y volcado con su peculiar Penélope (la paciente Muica, que siempre le espera y le busca). Qué más se puede pedir?

Tras un pequeño descanso y llenar nuestros estómagos en Casa Mary, nos acompañó a dar un pequeño tour para buscar alojamiento cerca de la playa, para poder tener mayor independencia (él vive a un par de kms en una zona más residencial). Nos presentó a la gente del centro de buceo, Carol, una mallorquina en periodo sabático encantadora y Esteban, un argentino tímido y discreto, que sonríe perpetuamente a lo "Mona Lisa". 

Mahahual es un pequeño pueblo de pescadores discretamente desarrollado con barecitos y hoteles al borde del mar. Apenas dos calles- una de ida, otra de vuelta- con tiendecitas y "abarrotes". Un lugar con mucho encanto y poco turismo foráneo. Un oasis de tranquilidad. 

Durante los días siguientes, nuestra rutina se fue ralentizando a ritmo caribe. En principio Areia iba a comenzar el curso el mismo lunes, pero la llegada de Óscar, el instructor y dueño del centro- se retrasó y, aunque sí cubrieron algo de teoría esa misma tarde, hasta el martes no se pusieron el equipo y se lanzaron al agua. 

Acompañaron a Areia en el curso, la estupenda Alethia (una profesora de literatura que vive en DF, un verdadero encanto de mujer) y Dani, el chaval que echa una mano en Mar Adentro a cambio de formación. 13 años, 80 kilos y un atolondramiento de seria que se irá corrigiendo con el tiempo. 

Nos alojamos finalmente en el Hotel Jardín, cuyo dueño, Ernesto, es un catalán afincado en Mahahual. Todas las mañanas su pareja (mexicana ella) nos servía un frugal desayuno y, de camino al centro, nos proveíamos de magdalenas, croissants y pain au chocolat para sobrevivir el resto del día entre remojo e inmersión. 

Mis mañanas iban acompañadas de un libro, escuchando de fondo - desde mi hamaca en la orilla- a Óscar impartiendo la teoría y viéndolos cerca del muelle realizando ejercicios de confinadas. Por las tardes nos vestíamos de lagarterana y salíamos a alguna inmersión. Yo quise acompañarles en las 4 obligatorias. 

Areia tuvo problemas de compensación en las primeras dos inmersiones. Le sirvieron para aprender a ecualizar. Se centró sobre todo en ser capaz de moverse con naturalidad con todo ese peso y bulto en la espalda. Yo quise bajar para hacerle compañía y para disfrutar de verla acostumbrarse a un nuevo mundo. 

Pasé también muchos ratos metida bajo el agua con el snorkel, a veces con José María y Victor (un chaval muy especial), otras sola. Otras con Areia. La cuestión era llenarse de arena y luego quitársela. Volverse a secar y hundirse otra vez. Un ciclo agotador el del instinto playero. 

La laguna de Mahahual (la parte que cierra el arrecife, aunque no está propiamente clausurada) está llena de vida. Los peces más increíbles, los seres más curiosos... y la interacción que se llega a tener cuando los tienes apenas a unos centímetros (aunque la raya de 3 metros que se lanzó cara a mi acabó por hacerme chapotear en dirección contraria) te transporta a otro planeta... 

Salíamos de la playa rozando el anochecer. Con la puesta de sol estábamos recogiendo. Y cada noche había un plan. Nunca cenamos solas. El martes celebramos -no recuerdo qué excusa- una cenita en casa de José María 7 personas. Otro día nos pusimos hasta arriba de pizzas en el Divino. O de gambas en el Nohoch Kay. No era por falta de opciones.

El viernes tarde fue el día del examen final. Para variar, después de un día largo, con dos piezas de bollería en el cuerpo y ganas de zampar. Areia falló 13 de las 12 preguntas permitidas. El disgusto fue tremendo y le quitó hasta las ganas de cenar pero la convencimos de que no tenía ninguna importancia y pospusimos nuestra salida del sábado para que pudiera volverlo a hacer. Se le pasó con una buena limonada y un pulpo a la plancha.

7 fallos en el examen final. Toda una Open Water Junior certificada.

Y listas ambas para recalar en nuestro próximo destino: Laguna de Bacalar. 



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