Los "protas"

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De madre aventurera, hija trotamundos. Una aporta la experiencia, otra el sentido común. La suma de las dos: una serie de vivencias inolvidables y unos recuerdos indelebles.

martes, 24 de agosto de 2010

Despedida y cierre

No voy a relatar la larga vuelta (por definición, las vueltas siempre son largas) de Doha a Madrid, las veces que nos dieron de comer o la puntualidad con la que nos depositaron en Barajas (está comprobado científicamente que los retrasos sólo se dan al principio de las vacaciones, jamás a la vuelta). Por mucho que pusimos velitas, incienso y rogamos a todos los dioses que el Krakatoa entrara en erupción y nos tuviera algunas semanas más retenidos, no hubo suerte y partimos cumpliendo con todos los planes.

Una pena.

La llegada a la madre patria fue tranquila, sin sobresaltos y salimos sin prisa de la aeronave. Teníamos varias horas de espera hasta nuestro último vuelo, así que las quemamos tan ricamente con algo de beber, charla y mucha nostalgia.

Ryanair tuvo a bien hacer la espera algo más larga (en su favor debo decir que suele tener un alto ratio de puntualidad, pero hacia el final del día corres el riesgo de acumular retrasos en tan justísimos horarios de vuelo que suelen llevar) y el vuelo de las 19.3o salió a las 20.20. Estábamos todos rotos. Areia no esperó ni a despegar para dormirse. Y a la salida, ya con el avión vacío y las azafatas recogiendo, todavía no acababa de despejarse y acusaba la modorra intensa en la que se había sumido.

La noche se había hecho en el trayecto. Valencia lucía con sus mil farolas y el calor y la humedad nos daban la bienvenida.

Estamos ya planificando nuestro nuevo destino. De momento en un par de semanas cogemos otro vuelo aunque, eso sí, mucho más cerca. Es inevitable: el mundo se ha hecho pequeño y nosotros nos morimos por conocerlo!!!!

Hasta la próxima... Hasta muy pronto!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Locura en Jakarta city

Areia fue capaz de descansar en la nevera de Doha



En el aeropuerto de Jakarta, a punto de subir al avión


Callejón de Jakarta. ¡Quién no embellece es por que no quiere!

Jakarta desde la ventana (lo más bonito de la vista no es foráneo)



Habíamos puesto el despertador para aprovechar la mañana. El caso es que ni siquiera teníamos muy claro a qué hora salía nuestro vuelo. Con este relax que nos caracteriza, no teníamos impresos los detalles del regreso, así que intentamos conectarnos en el business center del hotel. Sorprendentemente (o no, porque yo no sé ya de qué sorprenderme) al ser domingo, estaba cerrado y no había forma humana de saberlo por mucho que le dejamos caer a la recepcionista que mirara los horarios de Qatar en internet. Estábamos casi convencidos de que el vuelo era sobre las 16, así que dejar la habitación a las 13 nos venía al pelo. Dejamos los trastos medio arreglados y tomamos un taxi hasta el centro.

El desayuno, no incluido en la casi abusiva tarifa de un hotel de medio pelo, lo improvisamos con los pastelitos recién importados de Tomohon y los dos tés que "amablemente" el alojamiento nos ofrecía. Eso sí, sólo dos bolsitas, si querías más, pasabas por vicaría. Apenas eran las 9.30 cuando abandonábamos la habitación, rumbo a tratar de organizar algunas compras de despedida. No había apenas tráfico, lo que es una bendición para una ciudad como Jakarta, en la que los traslados suponen la mayor inversión de horas del día.

A las 9.45 estábamos a las puertas del Bloque M, un inmenso centro comercial. La mayoría de las tiendas estaban cerradas, esperando que dieran las 10, aquella tremenda mole laberíntica todavía dormitaba y nosotros tratábamos de ubicar un internet café.

Tras mucho preguntar y dar unas cuantas vueltas, hallamos uno en la planta baja, abierto 24 horas. Allí me conecté para darme cuenta que: 1/ lo que había escrito el día anterior no sólo no se había publicado sino que además, se había borrado (aggghhh, por suerte ya está reescrito) y 2/ que nuestro vuelo no salía hasta las 18. Perfecto, tiempo de sobra para tomar con calma nuestra operación.

Hicimos en check in online del vuelo, sin imprimir las tarjetas de embarque (era demasiado pedir) pero sí seleccionando nuestros asientos. Fueron apenas 10 minutos, recogimos y nos fuimos a investigar. La vida estaba comenzando a desperezarse en aquel estómago que empezaba a digerir.

No encontramos nada demasiado sugerente, así que decidimos ir a otro mega centro, el Pasaraya, muy cerquita del Bloque M. La mañana entraba ya en calor y la afluencia iba incrementando por momentos. Aún así, Pasaraya tenía un aspecto desértico y hasta glacial. No se veia ni apenas trabajadores. Era como vivir un sueño infantil en el que todo un centro comercial está a tu alcance sin nadie que te coarte.

Subimos a la planta 7 y empezamos a bajar. Nos topamos con nuestro talón de Aquiles, las ofertas deportivas. Ambos empezamos a alucinar al ver los precios comparativos con el mundo europeo. Lo que más nos llamó la atención fue ver toda una sección de prendas para esquiar. Y nos preguntamos... ¿dónde carajo va esta gente a ver la nieve? Obviamente, los precios de dichos trajes eran exorbitantes incluso fuera de comparación. Prohibitivos incluso para nosotros. Si algún indonesio tiene capacidad para irse a esquiar en el continente, de seguro podrá pagar 100 euros por un sencillo mono. Nos descolocó sobremanera. Y había que ver la sección de guantes!!!

Encontré una camiseta que llevaba tiempo buscando, de un precio excepcional, así que me lancé a comprarla. Para mi -no agradable- sorpresa, me di cuenta de que mi monedero había desaparecido de mi bolso. Tras revolver varias veces y asegurarme de que no estaba allí, decidimos deshacer nuestros pasos y volver al internet, último lugar donde había echado mano del dinero.

Desmontamos los muebles, miramos el suelo, tratamos de explicarle al chico lo que había pasado. Repasamos nuestro camino y acordamos que, seguramente, tras abonar la conexión en el café, el bolsito había caído o lo había dejado de forma relajada sobre alguna mesa. Nada más levantarme yo, alguien ocupó mi lugar frente al ordenador. Posiblemente esté disfrutando de cerca de los 20 euros que se encontraban dentro. Esa no era mi mayor preocupación, sino que justo esa misma mañana había metido mis dos tarjetas de crédito dentro. En Indonesia son grandes maestros del copiado y nadie en ningún lugar te pide identificación. Me conecté con mi banco por si podía hacerlo online, pero no encontré manera de llevarlo a cabo. Tomé nota del teléfono de atención y nos lanzamos en busca de un locutorio o un teléfono público (los móviles estaban sanos y salvos, bien apagados en el hotel). Nadie sabía decirnos donde podíamos hacer una llamada internacional. Nos miraban como si fuéramos sujetos de otro mundo. Arriba. Abajo. Dentro. Fuera. Nos enviaron por el retortero, hasta que al final dimos con el sujeto de nuestras pesquisas: una cutrísima cabina pública en la que siquiera aceptaban el código internacional.

Era ya mediodía y nuestro objetivo era estar en el hotel sobre la una. Decidimos posponer la llamada hasta esa hora y usar el tiempo que nos quedaba en comprar algo decente. Nos sumergimos de nuevo en Pasaraya para salir abrumados de allá, de observar los cientos de metros cuadrados albergando artesanía de todo el archipiélago, observar cosas que rozan lo kitch, lo hortera y soez, o en otras ocasiones sorprenden por su originalidad y, como no, por su abusivo precio. Decidimos que en pos de la practicidad, nos comprábamos algo de té y café indonesio. Qué mejor que seguir dándonos homenajes con los profundos sabores de la tierra.

Para aquellos que no lo sepan, el kopi Lwak, manufacturado en Indonesia, es el más caro del mundo. Actualmente su precio oscila los 900 euros/kg. Vamos, ¡¡¡para hacerse un bombón del tiempo!!! La curiosidad de esta variedad es que se obtiene de los granos de café que previamente ha ingerido la civeta, un animal abundante en estas islas. Los granos pasan por el tracto intestinal, son parcialmente digeridos y expulsados en las heces. Al parecer, las enzimas del animal, rompen las proteínas que producen su amargor y le añaden un sabor peculiar.

Así que ya lo sabéis: el café más caro del mundo es, literalmente, ¡una mierda! (o para no tergiversar, digamos que procede de ella)

Y que luego digan que no somos raritos, los humanos...

Se nos había hecho tarde y, por suerte, el tráfico seguía igual de digerible. Hacia las 13.30 estábamos de regreso en el hotel, recogimos trastos y no nos miraron con cara extraña ni nos cobraron de más por pasarnos de la hora límite. Realicé las llamadas pertinentes para bloquear las tarjetas (no ha habido movimientos al respecto y parece que está todo bien) y dejamos las mochilas preparadas y bajo custodia con el botones del hotel.

Al entrar con el taxi vimos la "puerta de atrás" del complejo hotelero y pudimos también observar otro lugar para comer. Seguimos los intrincados pasillos de las callejuelas y aterrizamos bajo la mirada atenta de un altísimo edificio de oficinas. En una de sus plantas estaba el restaurante Rose Garden.

Las atentísimas señoritas nos trajeron varias cartas, bebidas, té chino y sonrisas a tutiplén. Estábamos perdidos. Vimos que existía un buffet y les preguntamos por él. Tras varios minutos de perplejidad y confusión, decidimos tomar el "all you can eat" de dim sum. No existía una barra ad hoc, sino que desde la carta se pedía a discreción. Como para nosotros todo sonaba bien, le dijimos a la camarera que nos recomendara. Empezó discreta, con algunos dim sums hervidos de gamba, fritos de ternera y buey con salsa agridulce, un poco de arroz con pato para el paladar de Areia, algunas cestitas más de dim sum (para aquellos que no lo conozcan, son unas especies de "saquitos" de cierta pasta con muy distintos rellenos. A veces están al vapor y vienen en cestas de bambú y otras están fritos) Puesto que la cocina cerraba a las 14.30, nos azuzó para que hiciéramos otro pedido. Al vernos la cara de perdidos, decidió tomar la iniciativa y durante los siguiente 15 minutos, un camarero tras otro venía con las manos llenas trayéndonos delicia tras delicia.

No nos cabía más, pero los sabores eran tan ricos, tan diferentes y tan poderosos que no podíamos evitar probar uno tras otro. Hacíamos aspavientos cuando veíamos llegar otra bandeja. Nos portamos francamente bien, al borde de reventar literalmente por los cuatro costados. El té chino lo regaba constantemente y nosotros no cesábamos de disfrutar con los sabores cambiantes.

Nos dimos un lujazo de despedida y pensamos que sólo por comer de nuevo allí merece una nueva visita a Jakarta. Nos dimos un sincero homenaje. Ayer miré el extracto de la tarjeta (la única que me quedaba): la suma total del despendio fue de 25 euros.

Con esa guisa y tambaleándonos, recogimos las mochilas del hotel y tomamos un taxi hasta el aeropuerto Sukarno-Hatta. Hicimos el check in con rapidez, pues sólo había que abonar las tasas de salida (150.000 rupiahs por cabeza, cantidad nada desdeñable) y entramos en la zona de embarque. Paseamos con vistas a gastarnos los 131.000 que nos "sobraban" y viendo si "in extremis" podíamos gestionar lo de las postales. No hubo suerte. Por primera vez nos vamos de un país sin ser capaces de enviar nuestros cartoncitos.

El avión iba de bote en bote. Nos esperaban casi 8 horas de vuelo. Entre película, vídeo, juegos e informativos (la elección de la pantalla personal es infinita) nos reventaron a darnos de comer varias veces seguidas. Lo que nos faltaba a nosotros tras el atracón. Eso sí, como chicos educados que somos, hicimos los honores al pollo balinés y a la ternera en salsa. Areia, con su personal menú infantil, la emprendió ahora con la lasagna y luego con los macarrones con albóndigas. No nos podemos quejar, el trato de los qataríes siempre ha sido estupendo.

Eran las 22 hora local cuando llegamos a Doha. 35º C en el exterior, 20 en el recinto aeroportuario. Por si colaba, fuimos al servicio de atención al cliente, donde nos dijeron que no se hacían cargo de nuestro alojamiento peros nos proveían de vouchers para todas las comidas precisas. También nos ofrecieron el "quiet room", que siempre rebosa con gente por los suelos. Intentamos la opción del "Oryx launch", una sala más exclusiva, con buffet libre incluido, duchas disponibles, sofás y conexión gratuita. A 40 dólares por cabeza (incluida Areia) nos pareció algo excesivo y decidimos tomar la opción cutresalchichera: los incomodísimos sofas de la sala del aeropuerto, esas "sillas corridas" que tienen TODAS reposabrazos, con lo que impiden que puedas tomar ninguna posición horizontal.

Hicimos puzzles y con una intendencia improvisada, pusimos las mochilas de almohada/respaldo. Miguel y yo le robamos un par de horas de sueño. Areia cerró los ojos a las 23 y los abrió poco antes del embarque, cuando la incitamos a tomar el desayuno.

El aeropuerto había quedado desierto. Era cerca de la 1 cuando nos cubrimos el rostro (y todo lo que pudimos) con los pareos. A las 3 aquel organismo vivo había muerto. Apenas un par de vuelos previstos en las pantallas y poco agetreo en la cafetería. A pocos metros del bulto que conformaba Areia, nosotros nos calentábamos el cuerpo con tés y cafés con leche.

Una larga noche en Doha... última etapa de nuestra vuelta.

Saltando de Manado a Jakarta

El sábado no había prisa. En realidad, queríamos ponernos al día, recoger y despedirnos con dignidad de nuestros días en Tomohon. Empaquetamos las mochilas y saldamos las cuentas con Jotje, que mostraba la misma algarabía de siempre en esa impávida expresión que le caracteriza. Decidimos llevarnos ya los trastos a la ciudad, donde yo los guardaría a la vez que os ponía al tanto en internet de nuestras correrías pasadas. Areia y Miguel se fueron a pasear, recorrieron las calles y se homenajearon con pasteles y té, cargando también con algunas reservas para nuestras próximas horas. Sobre las 13 vinieron a recogernos.

Visitamos de nuevo nuestro chino favorito (ya éramos clientes habituales) donde, aparte del nasi goreng de Areia, nos hicieron unos mie goreng al estilo de Makassar. Unos fideos fritos, quebradizos y crujientes, con una salsa y unas verduras con mucho sabor. Definitivamente, la comida del chiringuito valía la pena, además de estar hecha al instante y con mucho amor. El dueño compartía funciones con la oficina de Correos anexa, que jamás vimos abierta y que, según el horario de la parte, apenas le daba más que unas escasas horas de curro al día. No nos extraña que se pluriempleara.

Eran casi las 14 cuando nos acercamos a la estación, apenas unos metros del restaurante. Había dos buses más grandes con aspecto de ir a la capital. Preguntamos y nos dijeron que era el de la derecha. Subimos nuestras mochilas pero bajamos buscando sombra, pues el sol daba de pleno. De pronto, el otro vehículo se puso en marcha y empezaron a gritar "Manado, Manado". Preguntamos, pero nos insistían en que el de Manado era el nuestro. Algo perplejos y sin saber muy bien que estaba pasando, preguntamos a nuestro conductor. Nos dijo que no salíamos hasta que no estuviera lleno. Y el flujo de pasajeros no era, lo que digamos, muy torrencial.

El otro bus empezó a arrancar con apenas media docena de personas dentro. Fuimos directos al conductor que, en efecto, nos confirmó que iba a Manado. Sin pensarlo más, cogimos nuestras mochilas del otro bus y saltamos en marcha en la opción más segura. No acabábamos de entender nada pero luego decidimos que, simplemente, no querían "chafarse" clientes uno a otro y respetaban tu primera opción como la buena. Sin entender que nosotros lo que queríamos era salir deprisa.

La cuestión es que en otros 40 minutos llegamos a Manado. El bus fue parando y recogiendo gente por el camino pero llegó con cierta puntualidad. Una vez en Karombasan, preguntamos para ir al aeropuerto. Los taxis brillan por su ausencia pero nos indicaron que fuéramos a Pulla 2 y allí cogiéramos otro vehículo a destino. El mikrolet a P-2 atravesó la ciudad en hora casi punta, con tráfico denso y había pasado casi una hora cuando los pasajeros se bajaron y vimos algo parecido a una estación. El conductor nos dijo que no bajáramos. Él mismo se ofreció a llevarnos al aeropuerto para que no anduviéramos buscando algo distinto y, como no, para llevarse él algún extra. Le agradecimos mucho el gesto. Quitó el cartelito de "libre" y nos llevó directos a 18 kms de Manado. Habíamos llegado puntuales y estupendos.

El aeropuerto de Manado tiene unas dimensiones considerables, considerando que no es siquiera capital (lo fue durante algunos años) pero tampoco hay mucho que hacer cuando has visto las cuatro tiendas de recuerdos y los dos bares con poca selección. Caminamos un rato y nos sentamos a tomar un sandwich y unos tés. El flujo de vuelos era más bien cansino, así que tampoco podíamos entretenernos con el ir y venir de miles de pasajeros.

Nos sorprendió la nula seguridad que se daba en los vuelos domésticos. En ningún momento comprobaron nuestra identidad. Podíamos haber aprovechado para el exilio de algún "elemento subversivo" y nadie se hubiera percatado, amén de la botella de 1.5 litros que pasamos en la mochila sin que nadie dijera ni pío. Parece que los indonesios duermen tranquilos y no les afecta el "terror mundial" que propaga Estados Unidos.

Cuando te trasladas en Indonesia te das cuenta de las distancias y las dimensiones que tiene el país. A la ida estuvimos casi 3 horas sobrevolando Sumatra en dirección a Java. Nuestro vuelo era de 3 horas desde el norte de Sulawesi hasta la capital, Jakarta. Es como tener la capital de España en Oslo pero además, existe una tremenda incomunicación por la característica insular de todo el territorio. No es de extrañar que tengan una historia tan complicada y con tantas luchas y sudores por haber conseguido tan sólo el reconocimiento como unidad.

Eran casi las 21 cuando llegábamos a Jakarta. La noche estaba entrada, llovía y, para no complicarnos las cosas, cogimos un taxi prepagado desde el mostrador del aeropuerto (es un poco más caro pero te ahorras discutir con mucha gente y tienes la seguridad de la compañía que les respalda) Habíamos reservado un indolente hotel en un barrio más o menos céntrico, el Ibis Slipi, uno de tantos miles de cadena Accor, a precio europeo (como casi todos los alojamientos de la capi) y con racaneo a la hora de ofrecer servicios.

Para nuestra sorpresa, la cama para los 3 no era siquiera de 1.50. Queríamos descansar, así que montamos nuestro peculiar campamento de gitanos. Midiendo las diagonales y aprovechando la "fuerza bruta" de Miguel, encajamos por un lado el somier (de láminas de madera y muy agradable para dormir directamente sobre él) y el colchón sobre el suelo. Repartimos sábanas y colchas y nos desparramamos por toda la superficie que con estos cambios, nos acogía a todos.

Nos escapamos al primer restaurante que vimos, que nos pilló por los pelos a punto de cerrar las puertas. Nos dio tiempo a pedir un arroz, un pollo y algo de pescado. Queríamos saciar nuestro apetito y poder dormir sin muchos sobresaltos.

Cansados y con una pena que nos iba pesando en los bolsillos, despedimos nuestro día rodando por los lienzos blancos que cubrían la totalidad del suelo.

sábado, 21 de agosto de 2010

Gunung Lokon

Onde onde (pastelitos de coco.... mmmm)




Los spaghetti de Areia en el Gardenia


Atardecer en las calles de Tomohon



Gunung Lokon desde la distancia


Descendiendo rodeadas de selva


Bajando por el río de lava


La family al completo junto al cráter


Tratando de no aspirar los estupendos gases


Calzado de alta tecnología

Subiendo al Lokon


El jueves noche, tras escribiros, vinieron Areia y Miguel a recogerme empapados bajo los chubasqueros. Estaba cayendo un buen agua que espero todo el dia para salir de su agujero. Por suerte, parecio remitir y de nuevo, salimos para tomar unos pinchitos y despues, tras haber oido rumores de que habia aparecido una familia con un ninyo, recorrernos medio Tomohon buscando a los griegos. No encontramos rastro de ellos por todo el pueblo.

Aprovechando la coyuntura y dado que pasabamos por el Gardenia, un hotelito de lujo excepcionalmente bello y con una huerta organica propia (si a alguien le apetece un lujo, os lo recomendamos. Entre 60 y 80 euros teneis autenticas casas con todo lo que uno puede esperar de lujo asiatico), decidimos encargar nuestra cena del dia posterior. Nos lo habian recomendado, eso si, advirtiendonos que los manjares se hacian esperar, con lo que era mejor encargar la comida. Pasmados ante el extenso menu, nos decidimos por un plato local, un curry de langostinos, una aperitivo que no conociamos, unas verduras que sonaban estupendas, un postre apetitoso y un plato sabroso y facil para Areia. Una opcion muy acertada.

Fuimos a dormir y caimos rendidos.

Habiamos puesto el despertador a las 7.45 para no salir muy tarde y evitar la fuerza del sol sobre nuestros cogotes. Tuvimos suerte, pues el dia salio nublado y los tres estabamos bien despiertos. Desayunamos con Mini y Carlos, unos espanyoles con los que tambien hemos coincidido en un par de ocasiones. A las 8.30 estabamos listos y emprendiamos nuestro ascenso recien estrenadas las 9. Jotje, en un ataque de generosidad y ya que les habia guiado previo paso por caja a los espanyoles, nos ofrecio un fantastico mapa para la ascension. Decidimos que si era tan fiable como el anterior cogeriamos el camino contrario. Lo cotejamos con el que nos habia hecho otro amable senyor del hotelito de al lado y vimos que los tiros no iban muy errados. Al final, hicimos lo de siempre, preguntar a los locales y luego seguir nuestro instinto y, en esta ocasion, el humo.

El camino comenzaba atravesando las afueras del pueblo y transitando el camino que llevaba a la cantera local, un tremendo "muerdo" a la montanya en busca de pizarra, caliza, azufre y hierro. Un trabajo nada envidiable, puesto que aqui si que prima el caracter puro y duro de "Picapedrero". Los ves con tremendos mazos que rebotan en las piedras y sudando la gota gorda con cada golpetazo. No es algo a lo que me apuntaria. A veces me alucina las capacidades del ser humano...

Una vez pasado el tramo "urbanita" nos enclavamos en un antiguo y seco rio de lava, por el que el volcan vomitaba y atravesaba las faldas de la montanya. Una subida entre altisimas sombras de juncos, canyas de bambu, arboles interminables, verdor y frescura. La piedra por momentos se tornaba resbaladiza y formaba unas siluetas y unos toboganes que hacian de la subida toda una diversion escurridiza. Areia empezo a emocionarse al ver que la cosa se "complicaba". La parte aventurera le salio por los poros y se crecio en sus escaladas. Estuvimos mas de una hora con nuestras trepas, algunas veces bordeando los obstaculos por medio de unos pequenyos atajos que se internaban en la parte de selva pero el camino estaba bastante claro, sobre todo porque era "to parriba". Cuando la "senda" empezo a abrirse, las piedras pulidas se convirtieron en verdaderos riscos. Alternando con arena y piedra suelta, en esta zona habia que tener el cuidado de no pisar en las mas sueltas. Por lo demas, tampoco entranyaba gran dificultad. Despues de unos 90 minutos empezamos a divisar una gran nube que ascendia. Obviamente, era el crater y hacia alla seguiamos la pista.

Areia no paraba de preguntar: "Y si se pone a "eruptar" ahora??? Le dijimos que llevabamos sales de frutas, para apagar los ardores y las repeticiones...

La boca del Lokon no se halla en su cima, sino en un lateral, como si hubiera explotado a la desesperada. La ascension suele costar unas 5 horas de ida y vuelta, que fue lo que nosotros hicimos, eso si, pasando un buen rato en la cima, donde nos entretuvimos (normalmente la gente que va con guia sale pitando bajo las indicaciones de estos). Un tremendo agujero se abre, abocandose a un inmenso abismo. Apenas se divisa el fondo, que esta cubierto constantemente por gases sulfurosos. De vez en cuando, el viento empuja y el timido lago de un verde esmeralda que se oculta, deja ver sus mejillas y muestra su belleza sin tapujos. Obviamente, es agua hirviendo bajo la cual subyace la lava, que hace tiempo que ya no se muestra.

Estuvimos extasiados admirando el poder de la naturaleza, que nos tenia embobados a todos. Un trio de occidentales subio con un guia, pero apenas estuvieron mas que el tiempo de retratarse y salir volando. Nosotros nos lo tomamos con calma y nos volvimos locos dandole al dedo. Estabamos listos para la foto "finish" cuando, de pronto, una inmensa nube de gases sulfurosos se volco sobre nosotros. Nos tapamos nariz, boca y ojos con las camisetas intentando no respirar aquellos gases venenosos pero, a pesar tambien de salir por piernas huyendo del acoso, nos pusimos a toser afectados por la inhalacion. Areia ya tiene claro de que lo peligroso de un volcan no es quemarse, sino ahogarse por el efecto toxico.

Finalmente, recuperados del intangible ataque, nos fuimos al rincón del cráter más adecuado y preparamos nuestro retrato conjunto. Comenzamos el descenso con calma y sin prisas, con una pequeña parada para repostar al principio, comernos algunas más Oreo y las aclamadas Tango (estas son de barquillo) y chino chano, tiramos para abajo. Obviamente el descenso era aún más divertido, sobre todo con cuatro gotas de lluvia sobre el terreno. Las rocas negras y lisas eran verdaderos toboganes en algunos momentos. A veces usamos rodillas, muñecas y algo de culo para ir bajando pero, sin horarios que cumplir ni nadie que nos azuzara, nos echamos buenas risas, algún que otro extravío y disfrutamos tremendamente con otra perspectiva.

Llegando ya al Happy Flower, nos cruzamos con Jotje, el ¨super guía", que hasta se sorprendió de vernos a esas horas pasear ya por el pueblo. Nos dimos una merecida ducha, nos cambiamos la ropa y decidimos recuperar energías dándonos un homenaje en nuestro chino favorito.

Ajenos al follón que en esas horas se gestaba en Tomohon, tomamos un mikrolet para recorrer los apenas 2 kms que nos separaban del centro. Primero se desvió para llevar a una pasajera sobre 1 kilómetro hacia dentro, para luego volver a ruta y después, volver a emprender una subida por una colina que nos era totalmente nueva. La carretera central de la ciudad estaba cortada. Según supimos luego, era la entrega de premios de las carrozas, disfraces y demás parafernalia del día de la Independencia. Todo rebosaba.

Conseguimos llegar tras una visita turística gratuita a los alrededores de Tomohon y llenarnos el estómago con arroz y noodles. Luego partimos para poder reponer la manga larga de Areia, que quedó en algún lugar entre Gorontalo y Manado. Optamos por una chaqueta negra de algodón crecedera, que podría hacerme a mi las veces de ¨torerita". Ya me veo empezando a compartir la ropa con mi hija. Oh, cielos, qué horror!!!

Después, teníamos preparada nuestra propia recompensa. El día anterior ya habíamos estado mirando terapias naturales en una clínica de shiatsu y masaje. Decidimos darnos una sesión de reflexología y así recuperarnos mejor de los avatares del día. Tal como entramos en el local, cuya recepcionista tenía unos ojos verdes que llamaban la atención por la extrañeza que causaban, nos descalzó y colocó unas chanclas de la casa. Nos acompañó a los tres a una sala al exterior con un gran televisor y sofás, colocándonos cómodamente con un reposapiés y encendiendo la pantalla. Areia quedó inmediatamente absorta con el culebrón de la tarde. Enseguida, aparecieron dos empleadas, que nos acercaron unas jofainas con agua caliente y nos sumergieron en ellas los pies. En un par de minutos, nos los sacaban, procediendo a secarlos y colocándose ellas mismas en posición para empezar a trabajar.

Miguel y yo nos hemos prometido mútuamente recordarnos que, la próxima vez que vayamos a hacernos un masaje, que nos lo hagan de espalda...

El ser humano tiene una tendencia innata a una cierta cantidad de masoquismo en pos del placer. Nosotros esa tarde la cubrimos de todas todas. Cuando aquellas amables señoritas empezaron a emprenderla con nuestros pies, los dos apretábamos los dientes, nos mirábamos y nos echábamos a reír. Supongo que es un mecanismo de defensa. Cada vez que nos "planchaban" la planta del pie con los nudillos, los dos nos mirábamos con las pupilas dilatadas y el cuerpo retorcido de dolor. La mía era, cuanto menos, algo compasiva y delicada pero la de Miguel, sin piedad ni miramientos, incidía una y otra vez, entre otras cosas porque se colocaba en un curioso escorzo sin perder un ápice del argumento del culebrón chino que estaban echando. Las pobres almohadillas del dedo gordo de Miguel necesitan un nombre aparte. Eso sí, la parte correspondiente (no hemos encontrado el equivalente exacto: cerebro, sinus, nariz, pituitaria son las diferentes versiones que hemos visto) debe estar de un estimulado que da asco.

En el fondo fue una hora de diversión, más por vernos las caras que por otra cosa. Areia, que no sufrió la tortura, todavía está elucubrando sobre lo que pasó en la serie de televisión. Nosotros tenemos todavía alguna moradura por el gemelo. Eso sí, cuando salimos de allí, nos dolía todo pero sólo de rodilla para arriba.

Tras tal magnánimo regalo, decidimos caminar hacia el Gardenia, donde habíamos encargado nuestro cenorrio. Llegamos con cierta puntualidad y nos hicieron pasar al comedor, sito en medio de varios lagos, poblados con miles de nenúfares y tocados ahora por decenas de velas, el croar de cientos de ranas y los zumbidos de insectos impronunciables. A pesar de tener el pedido hecho, nos hicieron babear un rato más pero luego los platos salieron puntuales y sin descanso. Para entrante, unas ¨croquetas¨de maiz que quitaban el hipo. Se parecían más a unas "galletas" pero su textura y sabor eran exquisitas. Como platos principales, un "sate" de pollo al estilo tradicional, cocinado en caña de bambú, que desprende un curioso y característico sabor a "madera" por su forma de estar hecho. Para acompañar, unas verduras de la tierra y del jardín orgánico del Gardenia: helechos y flor de papaya, rehogadas y con algo de chili. El otro principal, un curry de langostinos, cuyo plato estuve tentada de limpiar con la lengua, pero opté por tirar la salsa en el arroz blanco y disfrutar hasta la última gota de tal manjar. Entre tanto, Areia había optado por una conocida pasta con salsa tradicional. Un plato sin fondo con un sabor impresionante del que dio buena cuenta con cierta aportación de nuestra parte. Y como colofón, los "onde onde", unas bolas de coco con cobertura rallada y corazón de azúcar de caña. La casa nos invitaba a una macedonia de aguacate, piña, sandía y papaya. Y un té para acabar la jugada. Una comida de reyes en un entorno de pura y absoluta magia. Todo por unos ruinosos 20 euros.

Tras el ágape no teníamos más opción que pasear lo necesario para volver a casa, bajar algo la pesadez y dormir los eventos del día. Nuestra última noche en Sulawesi se merecía una buena despedida.

jueves, 19 de agosto de 2010

Bajo el volcan


Puestecito de plátanos junto a la carretera


Casa típica en "exposición" a la venta, en Woloam


Vihara Temple, Tomohon



Buda entrometido con volcán de fondo


Templo budista de Tomohon


Lago Linow


Lago Tondano

Tomando algo en el Socrates, Tondano



Nuestra chabolita en el Happy Flower



Desayunando en el Happy Flower (los gatos eran aparte)


Ayer salimos huyendo de Manado. Ya nos parecio bastante loco como para pasar alguna hora mas alla. Tomamos un "mikrolet" (bus publico en forma de furgonetilla azul) que nos llevo a la estacion de buses por unos 15 centimos por cabeza y enseguida encontramos el bus de linea para Tomohon. Para nuestra sorpresa, partio inmediatamente, casi vacio (aparte de el conductor y el cobrador) y en menos de 40 minutos se estaban desprendiendo de nosotros. Les pedimos que nos dejaran junto a la iglesia Pniel, que era la referencia que teniamos y, en efecto, nos soltaron junto a una de ellas (lo que no es dificil aqui, dada la proliferacion) pero nos dejaron algo anonadados.

Finalmente, despues de averiguaciones y una caminata de un kilometro, volvimos a preguntar y por fin localizamos a alguien que nos oriento adecuadamente. Estabamos todavia lejos del centro de Tomohon y los hoteles que buscabamos estaban de hecho un par de kms antes, pero no se indicaba ninguna desviacion y los carteles brillaban por su ausencia.

De pronto aparecieron: Lokon Valley Homestay, Vulcano Resort y Happy Flower. Todos ellos autenticos vergeles y de esmerada presentacion. Desde el Happy Flower nos invitaron a entrar, nos ensenyaron un par de bungalows que nos parecieron apropiados pero queriamos comparar con los otros dos. "FULL" fue la respuesta en ambos. NO habia lugar alguno. Volvimos con nuestro Jotje (el personaje del Happy) y tomamos el mas barato, que salia por 150.000 (unos 12 euros). Ya estabamos situados. Nos fuimos a pasear por el pueblo en busca de algo de comer. Eran las 16 y el desayuno lo teniamos ya en los pies.

Nada.

Nada..

Nada...

Tras 15 minutos de caminata no aparecia ningun warung, pero si miles de floristerias, funerarias y tiendecitas de esquina. Sin signo de comida. Nos percatamos de que teniamos que ir al centro asi que asaltamos otro mikrolet y nos bajamos en la zona del mercado. Estaba en plena ebullicion. Entre otros ciento de puestecillos, vimos uno que nos dio una buena sensacion. Servian, sobre todo, comida china (muy abundante en esta zona) y en un plis plas teniamos a la senyora preparandonos unos mie goreng exquisitos, un cap cey de verduras para chuparse los dedos y un nasi goreng que Areia devoro hasta el ultimo grano. No se si fue el hambre o el esmero de la cocinera, pero los ingredientes eran frescos y la factura exquisita. Nos salia todo por las orejas.

Ya con las pilas cargadas, nos fuimos a pasear. Esta visto que en Indonesia no existen las postales, asi que no os disgusteis si a algunos no os llegan. No hay forma de hacerse con ellas!!!!!!!!!!!!!!!!!! Me veo comprando alguna de Hello Kitty en el aeropuerto!!!!! Mision imposible, de verdad. Eso si, zapatos, sandalias y todo lo que sea relativo al plastico, de eso hay a miles. Es el paraiso de la baratija!!!!!!!!!!!! Bonito, lo que se dice bonito, no hay nada. Es todo como ir a la tienda de chinos (eso si, mas barato!)

Descubrimos que Tomohon no solo es agradable sino que ademas, esta repleto de pastelerias y tiene incluso donde ir a darse un masaje. De lo primero hemos dado cuenta hoy. De lo segundo, sera manyana.

Sin ganas de cenar, al anochecer volvimos tranquilamente paseando a nuestro hotel (con paso previo por este internet, desde el que os actualice parte del viaje a Togean) y, tras tomar un te con galletas, nos fuimos a dormir. Ya habiamos hecho las gestiones oportunas con el personaje de Jotje (rebautizado como "Yo, Che" por su imitacion barata del mismo) para alquilar una moto para todo el dia y el nos hizo un conato de mapa que nos ha servido como referencia para saber por donde no ir. No ha acertado ni una sola indicacion. Por suerte, nuestra intuicion y descaro nos han llevado a todos lados.

Hoy no amanecimos pronto. A las 6.30 yo estaba leyendo, totalmente despierta, pero Miguel y Areia dormian placidamente. Luego, he dado una cabezadita pero a las 8.30 estabamos los 3 en marcha. El hotel parecia vacio. Todos habian optado por seguir los pies de Jotje hacia el volcan Lokon, a cuya sombra nos encontramos. Nosotros iremos manyana, tranquilamente y sin prisas. En realidad estamos haciendo algo de tiempo por si llegan nuestros amigos griegos y podemos hacerlo juntos. Si hoy aparecen, lo haremos asi. Si no, no podemos posponerlo mas y tiraremos solos.

No habia signo de la moto en el desayuno, asi que he preguntado por Jotje y a los 4 minutos ha aparecido una senyora que me ha dicho "Bike ready". Poco mas tarde oiamos el motor y han traido un par de cascos. No tenian para Areia, asi que hemos hecho el reparto y al menos le han tocado las gafas de sol (las suyas las ha perdido) para protegerse los ojos. Los nuestros le bailaban y era imposible colocarlos.

Hemos decidido empezar por el Lago Tondano, junto a la ciudad del mismo nombre, refugio de los ricos de Manado (algo asi como la "sierra" local). Las indicaciones de Jotje eran nefastas asi que hemos preguntado a varios lugarenyos y hemos acabado en una carretera que bordeaba el "danau" y que nos daba unas vistas espectaculares. De gran tamanyo, el lago esta repleto lo que parece ser casi una plaga: unas preciosas plantas flotantes con flores moradas de gran belleza pero que deben hacer estragos con la pesca y las embarcaciones. Las casas alrededor son espectaculares, grandes mansiones de madera de una belleza y gusto tremendos. Se nota que hay dinero.

Nos hemos parado a comer en un restaurante totalmente vacio pero de un aspecto pulcro y atractivo (y para el colmo se llamaba Socrates) y nos hemos dado un pequenyo banquete. El pescado estaba delicioso, no se si eran de los que tenian en su peculiar criadero pero el sabor era intenso y a la vez, mantecoso. Divino. Areia casi nos ha robado toda la racion. No era de extranyar (yo, con 7 anyos, lo hubiera hecho)

Luego nos hemos vuelto a dirigir hacia Tomohon, esta vez buscando un lago mas pequenyo, el Linow. Hemos obviado de nuevo el mapa, pero al saber que estaba camino a Sonder, hemos seguido un mikrolet que llevaba un cartel con dicho nombre. Despues, un lugarenyo nos ha indicado que estaba tras la iglesia de Longhokan (o algo asi) y lo hemos encontrado tan ricamente.

El Linow es un lago chico, pero de origen volcanico. De sus laderas sale ese caracteristico olor a huevos podridos que tiene el azufre. Hemos comenzado a rodearlo por una pequenya carreterita que lo circundaba pero, al ver que empezaba a desviarse, hemos deshecho nuestros pasos y recuperado la moto para tirar carretera abajo.

Todavia eran las 15 y teniamos tiempo por delante. De nuevo en nuestro pueblito, nos hemos desviado a una poblacion donde el principal negocio es la fabricacion de casa de madera, las tipicas de la zona. Nos ha dejado alucinados. Decenas de ellas se alineaban a ambos lados de la carretera. Los carpinteros se afanaban en construirlas. No hemos logrado si son estandar o hechas por encargo, o si las que estaban eran modelos o casas ya con nombre y apellidos. Todo se hace a mano y los clavos estan medio puestos para luego desmontarlas y enviarlas por piezas para volver a montarlas. Todo un gran trabajo que todavia Ikea no ha copado. Dadles un par de anyos y tendremos casas modelo "minahasan" en la una nueva seccion de la tienda sueca.

Empezaba a caer el sol y sonyabamos ya con los pastelitos. Nos hemos pedido uno de cada para probarlos. Las madalenas estaban esponjosas, el rollito de pinya sabroso y el pastel de coco y azucar moreno rompia con todo. Os sirve si en lugar de la dichosa pastel os enviamos un bollo con sellitos??? Seguro que lo agradecereis. Y a nosotros nos es mas sencillo!!!!


Areia y Miguel se han ido al hotel, en busca de los griegos y de algo de aseo. Ahora vendran con la moto a por mi y nos iremos a por unos pinchitos.

Manyana haremos nuestra ascension. Os lo contaremos con olor a huevos podridos...

miércoles, 18 de agosto de 2010

Saliendo de la gran city

Autobús de Manado a Tomohon (verídico!!!)


Hoy es ... (dejadme pensarlo) miercoles, dia 18 de agosto. Ayer fue un dia grande. Dia de la Independencia. Por fin, despues de mas de una semana, tenemos acceso a internet. Alguno se ha preocupado y hasta preguntado donde estabamos pero ... conste que avisamos!!!!!!!!!

Estamos en Manado, la capital del norte de la isla. Teniamos que pasar por aca para gestionar nuestro billete de vuelta. La otra ciudad que pisamos ayer, Gorontalo, estaba "cerrada por vacaciones" al completo, con lo que nos obligabamos a pasar por la metropolis para no quedarnos con el culo al aire. Ya tenemos el vuelo a Jakarta para el sabado, donde pasaremos la noche y volaremos el domingo vuelta a casa. No quiero pensarlo. De momento, estamos finalizando algunos tramites y en un rato tomaremos un bus a Tomohon, a unos 40 kms de aca, al pie de un volcan, donde esperamos pasar los proximos dias con algo de paz y tranquilidad.

Tengo mucho que poner al dia, asi que voy a ir actualizando todo lo pasado (que no es poco y estupendo). Be patient!!! Espero hacerlo en un par de dias. Y prometo poner fotos para poneros los dientes largooooooooooooos. Realmente, venimos de nuestro mas absoluto y total paraiso. Han sido unos dias idilicos en todos los sentidos. Os lo ire relatando.

De momento, dejo esto para que todos sepais que estamos estupendamente y en momento de transito.

Un beso desde la locura de la urbe!!!!

Independence day


El templo de Manado



Templo budista... un tanto amenazador


Cenorrio en "Le Club"





La suite de Angkassar


Estaba amaneciando, el cielo empezaba a clarear y uno de los marineros del barco empezo a gritar "Gorontalo, Gorontalo" para despertar al personal. Los de la clase "A" (Arriba del todo) fuimos despegando los ojos y recogiendo el despliegue que habiamos realizado. En el muelle, decenas de motocarros esperaban a los pasajeros. Los occidentales se lanzaron hacia el "kijang" para ver quien lo podia coger antes.

Nosotros decidimos tomar un "becak" motorizado hacia la estacion de buses. Nuestro conductor, algo preocupado, nos indico que el bus hacia Manado salia a las 5. Eran las 5.25. Empezo a darle al acelerador y a tomar las curvas con peralte improvisado. Tocaba el pito a destajo para espantar perros y ninyos que, a esas horas, andaban ya jugando al badminton en plena carretera o paseando con las bicis en una bonita manyana de verano. Toda la ciudad olia a fiesta. Era el dia nacional: Independence Day para Indonesia. 17 de agosto de 1945. Se cumplian 65 anyos de la liberacion japonesa (que ocupo el pais durante 3 anyos. Lo que no se cuenta es que despues volvieron a venir tanto holandeses como ingleses a hacer la punyeta y a ocupar territorios, a explotar economica y humanamente el pais y a hacer estragos con sus politicas. Lo de la "independencia" es algo subjetivo pero a ellos les alegra celebrarlo...

Llegamos a la estacion de buses y, en efecto, el nuestro habia salido. Nos ofrecian otra opcion: el minibus. En realidad, tal como nos lo pintaban era un "kijang". Este transporte es bastante comun en algunos nucleos, dada la falta de algo mas publico. En realidad "Kijang" es un modelo de coche, pero se ha convertido en sinonimo de colectivo de 7 plazas a compartir entre particulares. El asiento delantero es el mas cotizado. Algo mas economicos son los de primera fila y los de "saldo" son los de atras. Al menos el sistema de cotizacion es mas coherente que en Africa. Nosotros cogimos los 3 delanteros, para evitar mareos y tener mas amplitud.

Teoricamente salia a las 7. En efecto, a tal hora nos poniamos en marcha, no sin una bronca previa. Miguel pillo al tipo que nos habia vendido los billetes comprandonos unos tickets para el minibus (por el que se paga 100.000 y no los 125.ooo que habiamos pagado nosotros) puesto que no conseguia llenar el kijang y, por ende, no le salia rentable. Miguel le dijo un par de cosas y se nego a tomar la "oferta" del minibus, mucho mas desagradable y duro por esa minima diferencia de precio (apenas 2 euros) asi que el tipo se trago su transaccion y a las 7 en punto nos subio en el flamante y estupendo coche, camino a destino.

Pero no todo podia ser tan sencillo. A los 3 minutos de salir habiamos parado de nuevo. Una "parada" de kijangs. Nuestro inicial conductor, Halim, se troco en Bamba, y nuestras mochilas aterrizaron en otro maletero. Una chica llego. Luego otro chico. Ya eramos 5 para salir. Cerca de las 8 emprendimos camino.

Yo por unos momentos perdi la nocion. Toda la noche sin dormir tiene sus efectos secundarios. Cuando abri los ojos, el vehiculo estaba totalmente lleno. Habiamos ido a recoger a dos tipos mas.

Nuestro chofer, Bamba, alias "Fiti" se fumo 4 paquetes en el trayecto. Yo, que estaba justo detras, temi en algun momento recibir un poco de ceniza, los plastiquitos que iba tirando o, en el mejor de los casos, un resto de escupitajo. Obviamente, el Ramadam se la refinfanfuflaba, como era obvio. No asi el copiloto, Roland, que hablaba algo de ingles y nos hizo de traductor y embajador en un 2x1. Es funcionario del gobierno en Gorontalo pero su mujer vive en Manado, de ahi que conociera el trayecto a ciegas y que nos pudiera contar con sus parcas palabras y nuestro escaso indonesio algo mas acerca de las islas.

Los tres de atras no abrieron la boca en todo el trayecto...

Por el camino, todo estaba decorada hasta el extremo. El rojiblanco dominaba el paisaje. Canyitas de bambu pintadas en ambos colores, banderolas con todas las gamas, retazos de fiestas y, mi decoracion favorita: tiras de vasos de plastico boca abajo, pintadas en rojo por el culo y formando guirnaldas interminables. Debieron tener a todos los escolares de la region pintando vasos como posesos durante meses. Habia miles de ellos por todos lados.

En algunas poblaciones tuvimos que dar ciertos rodeos. La carreteras estaban cortadas por los acontecimientos. Los ninyos, los jovenes y los adultos, todos ataviados y con sus mejores galas, bien de uniforme, bien de paisano, tocaban musica, hacian bailes, formaban, marchaban, paseaban por los mercadillos. El ambiente era estupendo. Eso si, por aquellos lugares por donde habia pasado la marabunta, los restos de plasticos acolchando el suelo le daban un aspecto que daba poco alborozo.

No os cuento como era el paisaje, porque parecera que me repito. Verdor y exuberancia por todos lados. Vimos varios oceanos de cocoteros que harian enrojecer a cualquier ilicitano por llamar a los suyo "palmeral". La vista se perdia y seguian habiando miles y miles de ellos. Impresionante.

La carretera se vertebra junto al mar, se va observando la costa, las islas dispersas cerca de la orilla. Todos los pueblos respiran vida, alegria y felicidad. En muchos de ellos, te obligan a pasar por un "embudo" en el que un tipo va dando gritos a traves de un megafono, unos ninyos van con cajas y cestas acercandose a los coches y un cartel anuncia la iglesia para la que se esta recogiendo dinero. El numero de templos es tremendo. Y los edificios no son, en absoluto, modestos. Eso si, parecen ser el centro de atencion y de reunion de todo (al menos la fraccion que profesa esa religion concreta) pueblo.

Paramos a comer a peticion e insistencia nuestra. Nuestros acompanyantes, a excepcion del conductor, no hicieron amago alguno de comer nada (respetaron de forma estricta el ayuno) pero nosotros nos lanzamos como posesos sobre el pollo y Areia devoro su arroz con pescado. Los dias de las Togean hemos comido estupendamente pero teniamos mono de carne. Eso si, los dos acabamos llorando con el mordisco de chili que llevaba la salsa, que nos anestesio la boca durante un largo e intenso rato. Tambien probamos las "nike", una especie de galletas hechas con harina y chanquetes, pequenyisimos pescados que, amalgamados, conformaban estas gachas aplanadas. Buenisimas, por cierto.

Comidos, servidos, bebidos y desahogados, volvimos al Kijang. Eran las 13 y estabamos a mitad de camino. Bamba parecia tener prisa por llegar, porque seguia consumiendo avidamente cigarrillo tras cigarrillo y conduciendo como un maniaco, sorteando todo tipo de obstaculos, fijos y moviles. La tarde empezaba a caer cuando entrabamos en Manado. Eran cerca de las 15.30 y el bullicio era latente. No sabiamos si a causa de la festividad, pero la ciudad rebosaba en afluencia. Las "playas" urbanas rezumaban de gente banyandose al uso local, totalmente vestidos y siempre agarrados a un flotador. Estamos en una isla y apenas unos pocos saben nadar.

Una ventaja de los kijang es que hacen el reparto hasta la puerta de casa. Le dimos el nombre de un hotel situado estrategicamente en una zona calmada pero centrica y alli nos dejo. Ese estaba lleno, pero el de al lado tenia autenticas "suites". Nuestra triple debia tener 50 metros cuadrados. El buen gusto brillaba por su ausencia pero estaba limpio. Nos quedamos en el Angkassar Hotel, por unos 200.000 la noche (unos 17 euros) en la gran city, todo un logro, a no ser que pasemos ya al siguiente tramo y estemos dispuestos a pagar "ingentes cantidades" para dormir en algo de lujo. Queriamos descansar. El dia habia sido largo.

Nuestro objetivo era dificil de cumplir. Solo los grandes almacenes parecian estar abiertos. Lo intentamos y nos acercamos al MegaMall, donde supuestamente habia una oficina de Lion Air. Parece que ya no lo esta, nadie nos sabia dar el paradero. Eso si, a Areia se le abrieron los ojos al ver el Pizza Hut y las salas de juegos. Al final llegamos a un acuerdo con ella. Le cogimos un poco de pollo del KFC, un batido y un postre pero nosotros queriamos probar los "warungs" de la zona del puerto. Lo mas gracioso es que el rebozado del pollo a lo Kentucky era casi incomestible del picante que tenia. Y eso que era el menu infantil. Nosotros hicimos los honores al "abrigo" y Areia se comio lo de dentro. Realmente picaba. Los tienen entrenados desde la tierna infancia...

En efecto, no encontramos nada ni pudimos solucionar lo del billete. Eso si, decidimos darnos un homenaje como dios manda. Acabamos en el lugar mas "in" de la zona, Le Club, un restaurante de lo mas moderno y actual, rompiendo con la tradicion de "chiringuito" mas habitual. Estaban celebrando un bodorrio con lo que, nos daban la opcion de esperar un par de horas (inviable dada el hambre que nos asaltaba) o subir al segundo piso, desde donde se observaba no solo el evento sino tambien las luces de la ciudad, la pequenya ensenada con barcos y el ambientillo de la zona.

Con unos zumos naturales y un apetito desmesurado, nos zampamos unos gambones descomunales con "salty egg sauce" para chuparse los dedos. Ademas, unas noodles "Club" con pollo, gambas y ternera. Una cena de campeones, de lujo "ecuatorial" (estamos justo a un saltito de la rayita) y al alcance de nuestros bolsillos (un derroche de unos 15 euros).

Volvimos caminando al hotel, aunque Areia se caia ya de suenyo. Intentamos entrar en el internet y enviaros algunas nuevas pero estaba "full" aunque la mitad de los ordenadores estaban vacios pero, al parecer, tambien estropeados. En un intento de encontrar otro, pasamos a visitar el templo budista mas antiguo de Indonesia, muy al estilo chino y con un Budha que da algo de miedo. Los tres estabamos rotos y arrastrando los pies de suenyo, asi que, sobre las 22, estabamos en nuestros fantasticos catres, mas muertos que vivos y con tiempo por delante para descansar.

Mirando al horizonte

Hechas un ovillo durmiendo en el barco


Nuestro "camarote" con vistas


El "sofá" de lectura


El "salón comedor"



Bolilanga desde la distancia


Los cuatro fantásticos


Aventureros "in action"


Naúfragos .... ¿con rumbo?


Nuestro último día en Bolilanga. La sensación en el estómago era como la de antaño, cuando veías que el campamento de verano llegaba a su fin y la magia de aquella quincena estaba acabando. Unas vacaciones dentro de unas vacaciones mayores, unos días de descanso dentro de un asueto prolongado. Un lugar no sólo paradisiaco sino donde la felicidad se agazapa detrás de las piedras, resbala por las hojas de las plantas y fluye cuando baja la marea.

Ninguno de nosotros 3 tenía ganas de irse. Todos los que estábamos allá sentíamos cerrar una etapa más. La casualidad hizo que prácticamente todos hubieramos coincidido el mismo día para plegar (a eso hay que sumarle que sólo hay 3 ferrys de salida a la semana). Los griegos se venían con nosotros para Gorontalo. Los franceses habían desaparecido ya el sábado y los ingleses, aunque pensaban prolongar un día más en las cercanías, partieron en el mismo barquito para pasar la noche en Katupat y desplazarse muy temprano para otra zona de las Togean. También salieron los alemanes, los italianos habían abandonado en masa el domingo y, nuestros queridos Ángel y Helena, se habían mudado al resort de enfrente porque la base para su curso de buceo estaba allí y los desplazamientos cotidianos se hacían complicados. Resumiendo, de todo el "clan" que nos habíamos establecido, quedaban apenas dos parejas y algún recién llegado. Bolilanga reciclaba habitantes.

Teníamos practicamente todo el día. El ferry partía sobre las 17. Acordamos con Alan salir un poco antes y que nos acercada a Fadilah, para poder darles un abrazo grande a Ángel y Helena, a la vez que devolverles su tienda-mosquitera. Nos fuimos despidiendo de nuestras mascotas, lavando los pareos para la noche que nos esperaba y apuramos nadando entre los arrecifes, intentando descubrir aún mayor cantidad de especies nuevas.

Los cuatro petardos, Airlie, Amber, Nikitas y Areia, se apropiaron de la canoa desde primera hora de la mañana. Las especialistas en aventuras acuáticas (las dos hermanas inglesas) llevaban los remos y trajinaban con el ancla, que no era más que un pedrusco atado a una cuerda que tan sólo lograba estabilizar temporalmente la embarcación. La coordinación no era extremadamente buena, por lo que sabíamos que no podían alejarse mucho pero sí dar unas cuantas vueltas sobre sí mismos. Para ventaja nuestra, esa mañana la marea estaba extremadamente baja, con lo que incluso alejándose parcialmente, la profundidad no les cubría apenas. Constantemente iban haciendo paradas y lanzándose al agua, en busca de peces de colores y corales llamativos. Tal cual cuatro Robinsones, pasaron horas enteras de actividad "pesquera". Sólo pudimos sacarlos a la hora de comer y, no bien hubieron deglutido el último bocado, se lanzaron de nuevo a la exploración de nuevos rincones de la isla.

"Somos los cuatro aventureros!!"- gritaba Areia, emocionada visiblemente por su peculiar sentido de la aventura.

Vigilados muy de cerca en la distancia, les echábamos un ojo a los cuatro, teniéndoles siempre a pocas brazadas en caso de emergencia. Se sentían tan libres, tan emocionados, tan autosuficientes, tan mayores y tan osados que no quisimos tampoco permanecer a su lado para no ensombrecer ese sentimiento de haber crecido rápido. Daba gusto verles disfrutar, formar una piña, resolver las diferencias con palabras y abrazos, ayudarse mútuamente y vigilarse entre ellos por si pasaba algo. De repente, me dio la sensación de que Areia, aún siendo todavía "mi niña pequeña", se hacía mayor y era capaz de funcionar independientemente. Eso sí, como madre y protectora que es una, no podía dejar de observarla por si las brazadas, la respiración o la confianza en sí misma le fallaban.

Los dejamos apurar hasta que se hizo la hora. Las mochilas ya arregladas, el bungalow recogido y la pena bajo el brazo, todos nosotros subimos al barquito. Nadie hablaba.

Paramos en Katupat, donde descendieron casi todos. Sólo los griegos y nosotros seguimos camino a la isla de enfrente, donde estaba el Fadilah. Allí vimos a Ángel y Helena esperando en el muelle. Alan nos dijo que teníamos 10 minutos, lo justo para abrazarlos y darles miles de gracias por todo. Intercambiamos direcciones y quedamos en vernos en breve por territorio nacional.

Espero, realmente, verlos de nuevo.

-Viene el ferry, daros prisa!!!!

A lo lejos se veía la silueta del Puspita, el bajel, una cáscara de nuez decrépita hecha de madera, se acercaba a puerto, totalmente ladeado sobre estribor. Denise lo notó y me preguntó: "No lo ves algo torcido?". En efecto, incluso sobre la cubierta se podía percibir esa tendencia a inclinarse hacia uno de los lados.

Los griegos fueron a dejar las cosas en su camarote, una versión algo mayor que un ataud pero con la misma sensación de claustrofobia (lo sé, no soy objetiva, pero ni aunque me pagaran millones sería capaz de pasar unos minutos en uno de esos) y nosotros empezamos a otear en busca de nuestras posibilidades. La proa estaba descartada. No sólo la gente hacinada sino también algunos vehículos de dos ruedas y decenas de cuerdas, de aparejos y de obstáculos hacían casi imposible encontrar un hueco. La cubierta de arriba estaba despejada y una pequeña escalerilla subía hasta ella. Mientras Miguel buscaba algunas esterillas del interior (donde había una inmensa litera corrida que, por supuesto, también deseché de inmediato), subí con Areia a buscar un hueco. Entre tablones descolocados, bidones vacíos y botes salvavidas obsoletos encontramos un rincón donde tomamos posesión de nuestro territorio. Nos colocamos tras un pequeño parapeto que cortaba el viento que entraba de proa, con lo que la ubicación era todo un privilegio. Poco a poco, algunos viajeros más nos imitaron, también tímidamente subiendo las colchonetas pero cierto es que el espacio A+ lo teníamos nosotros.

Es todo un lujo estar tumbada surcando los mares bajo las estrellas, cruzando la línea del Ecuador (pasé la noche buscando el momento en que saltábamos la "raya") y observando un mordisco de luna sobre nuestras cabezas. Podíamos sentirnos privilegiados por tener el lugar preferente en tal crucero de tres al cuarto.

Salimos de Katupat pasadas las 17 y aún habríamos de realizar varias paradas. Para nuestra tranquilidad, en todas ellas fueron cargando sacos y otras mercancías, logrando que (aparentemente) el buque fuera algo más recto. Pasamos por Malenge ya con el sol escondiéndose e hicimos una última parada en Dolong, donde paramos cerca de una hora para proceder a la cena. A pesar de que, en general, los indonesios son una gente tremendamente honrada, no nos apetecía dejar los trastos en cubierta y bajar dejándolo todo sin vigilancia. Decidimos que Areia y yo nos quedábamos haciendo guardia (cuestión que aprovecharon otros occidentales para pedirnos que extendiéramos la vista hacia sus trastos) y Miguel bajaría a tierra a por provisiones.

En cuestión de minutos apareció con arroz, pescado, verduras, bollitos y hasta la cristalería y cubertería dentro de una bolsa de plástico. Picnic a lo grande a la luz de los frontales.

Transcurrido apenas un breve lapso, nos vimos rodeados de decenas de niños, jovenzuelos locales que subían para pasar el rato. No sabemos si llevaban alguna intención más que la de recitar de memoria la composición de la selección española ("Torres, Kasilas, Xabilonso, Puyol" es a lo que sonaba la retahila) pero nos alegramos de estar a unos centímetros de nuestras preciadas mochilas.

Acabado el ágape, Miguel fue a retornar la vajilla y esperamos su regreso para escapar a dar una meadita antes de zarpar de nuevo. De hecho, intentamos encontrar el baño dentro del barco pero tal era el calor y el agobio que sentimos, que preferimos bajar y entrar en cualquier warung que nos prestara por unos instantes su pila y su agujero. Entramos en un baño en el que podíamos chapotear (suele ser común ya que toda la limpieza proviene de chorros o de pilas, con lo que las inundaciones están a la orden del día) y Areia tuvo a bien resbalar y empaparse toda de agua. Por suerte, toda la ropa estaba más que alcanzable, así que hicimos el cambio, le puse calcetines míos hasta la rodilla y así me aseguraba de que estuviera abrigada.

Partimos, despidiendo a toda la troupe de mocitos del pueblo, que ya se habían llevado algunos gritos por parte del patrón y de otros marineros. Todo el mundo subió a bordo y ya sin paradas previstas, tomamos rumbo nordeste hacia Gorontalo.

No hacía frío pero el viento constante invitaba al abrigo. Con nuestras mejores galas y envueltos en los pareos, nos tumbamos comodamente mirando al cielo. Areia no llegó a contar más allá de tres estrellas. Miguel y yo pudimos contemplarlas con más dedicación y esmero. La noche estaba preciosa, el mar, tranquilo y nosotros, observando el infinito.

La isla de los"Bajitos"


Nikitas de mascarón de proa
La cocina de la casa de los pescadores

Mis chicos favoritos volviendo en la barca

La aldea de pescadores
Peces bizcos... ¿una nueva especie?

El mogollón despidiéndonos en el pantalán

Niñas a la puerta de la mezquita

El punto de la pirámide desaforada es Miguel...


El islote desde el peñasco más alto


El domingo, "desesperados" ya por el exceso de actividad frenética en la isla, decidimos escapar en una pequeña excursión. Habíamos planeado salir antes, pero el viernes Nikitas tuvo unas décimas de temperatura y pospusimos por si los sintomas no mejoraban. El sábado estaba como un roble, pero los alemanes ya habían ocupado el barco en una excursión por los arrecifes, por lo que Alan nos lo arregló para final de semana.

Desayunamos todos con calma y a las 9.30 en punto embarcamos en nuestro peculiar barquito, normalmente para cuatro "bodies" adultos y, en nuestro caso, también añadimos a los dos petardos. Stefanos y Denise, los griegos, son una pareja estupenda. Algo mayores que nosotros, también son viajeros empedernidos, acostumbrados a improvisar y a pocos lujos. Desde el primer momento Nikitas y Areia hicieron buenas migas (él tiene 8) y ambos comparten ese espíritu tranquilo y reposado heredado también de los progenitores.

Mientras los adultos nos colocábamos en la barriga de la embarcación bajo techo, el peque se erigía como mascarón de proa y Areia decidía seguir descansando en mi regazo, a pesar del ruido del motor y de los calores de buena mañana. El trayecto hasta el islote de los "bajos" nos iba a llevar unos 90 minutos, pasando por decenas de islas e islotes que invitan cada vez más a soñar.

Los "bajaus" o "bajos" proceden originalmente de Filipinas y Malasia, pero debido a ciertos conflictos, se encuentran ahora dispersos y existe un numeroso grupo asentado en el norte de Sulawesi. Han sido tradicionalmente nómadas, viviendo del mar e incluso morando en sus propios barcos (los lepa-lepa), aunque en estos días ya se asientan sobre casas construidas sobre el mar (palafitos) y las estructuras constituyen verdaderas ciudades flotantes.

Transitamos cerca de 45 minutos por entre varias islas, hasta llegar a Malenge, una de las más destacadas del archipiélago, donde giramos para adentrarnos en canales interminables de manglares con poco tránsito marino. Tras el tiempo requerido, apareció en la distancia aquella urbe sobre las aguas, una estructura apoyada tan sólo sobre un peñón de roca, sin apenas vegetación o sombra natural, alejado del verdor y la exuberancia característica de todas las islas. Toda la población había crecido de forma natural alrededor de una peña rocosa. Como luego pudimos descubrir, la fuente de agua venía por medio de una tubería de la isla más cercana, que les proveía del líquido vital. Por lo demás, su dependencia estaba solventada con grandes dosis de orgullo y trabajo, con buen humor y mucha alegría.

Atamos la barca al pantalán y nuestro "patrón-guía" nos llevó hacia la cúspide de la pequeña montaña que se conformaba para poder observar la estructura que nos rodeaba. Poco pudimos ver puesto que, en cuestión de segundos, estábamos rodeados de decenas de niños enloquecidos con la nueva visita. Saltando como posesos, emocionados y exultantes, nos pedían que les hiciéramos fotos, para luego mostrárselas para su tremenda hilaridad. Todos se ofrecían a posar o, más bien, te forzaban a tomarles fotos si deseabas que te dejaran en paz por unos segundos. Nos tomamos con humor el ataque y decidimos "adoptar" a la banda de "mocosos" durante nuestro trayecto.

Lo tenemos claro, los Bajos, aparte de pescar, tienen mucho tiempo libre, poca electricidad y saben cómo entretenerse: la media de hijos debe estar entre 6 y 8, porque si bien es cierto que se ven adultos, la población infantil creemos que supera la de sardinas. Como si fuéramos flautistas de Hammelin, los infantes salían a nuestro encuentro y comenzaban a saltar alrededor. Areia aprovechó para mostrarles su pulida voltereta lateral y, sin dilación, comenzaron a imitarla montando un improvisado circo. Desde cada casa, salía la familia al completo a saludarnos, en bata, con café en mano, en plena faena doméstica o tendiendo la colada, pero la bienvenida procedía de cada rincón.

Hacia la mitad del camino, hicimos un pequeño alto en el supermercado local. Nos sorprendió la ingente cantidad de productos, su variedad y el hecho de que tuviera el mejor surtido que habíamos visto en las islas. Desde gel extrafuerte de cabello hasta pintura de colores para madera y metal, pasando por batidos de leche (una extraña joya en Indonesia) y golosinas múltiples para los niños. Stefanos compró algunos chicles y los repartió entre el grupo que nos acompañaba y observaba como reponíamos líquidos.

Nikitas se vio sobrecogido por el exceso. Junto con Denise, huyeron al embarcadero. Nosotros tres seguimos camino y Stefanos, escoltado por nuestro barquero, decidió también perderse por los callejones. El circuito venía a ser un lazo cerrado, por lo que siempre acabábamos en el mismo sitio. Las casas se disponen entorno a una "calle" central que vertebra la estructura. No hay mucho donde perderse. Eso sí, tiene todos los servicios que se puedan desear, desde fuentes públicas y lavaderos hasta colegios y, como no, un par de mezquitas. Pasamos por una de las casas que debía ser el "cine" local, pues los niños miraban extasiados el televisor siguiendo una serie de dibujos animados.

Saludamos al anciano de la aldea, un hombre de ojos lavados por la experiencia y el tiempo, acompañado de su mujer, que tejía con las hojas de platano las ristras que conforman los techos de los hogares. Unas casas más allá, otra mujer vendía sombreros, muchos de ellos con plasticos reciclados de bolsas de jabón o detergente, necesarios para soportar el sol que da de pleno cuando se sale con la barca.

Estuvimos cerca de un par de horas compartiendo risas y miles de fotos con los lugareños, los petardos no cesaban de acompañarnos por doquier. A nuestra vuelta a la barca, encontramos a Nikitas agazapado y huyendo de algunos niños que desde el agua le increpaban. Denise, tratando de desviar la atención sobre su vástago, entretenía a otros cuantos en una sombra del muelle. Esperamos la aparición de Stefanos y nos despedimos de nuestra peculiar marabunta, que todavía gritaba en la distancia y agitaba los brazos.

Deshicimos camino y empezamos a sentir punzadas de hambre. Una vez hubimos salido de aquel laberinto de manglares y pasada de nuevo Malenge, hicimos un alto en una isla que a la ida nos había llamado poderosamente la atención. Desde lejos se conformaba como esas islas perdidas que todos hemos dibujado de pequeños, en forma de montañita, cubierta de vegetación y palmeras, con pájaros sobrevolando las laderas y -como valor añadido- cuatro casitas sobre la playa, apoyadas todas ellas sobre postes. Era una mini aldea de pescadores con apenas media docena de habitantes.

En la casa principal, un fantástico "loft" donde cabía todo (cocina, baño, comedor y salón todo en uno) fuimos recibidos por los dueños de la casa, con una inmensa sonrisa y tremenda disposición. Habíamos traído el "picnic", consistente en arroz, pescado y esa variante de espinacas indonesias que nos embelesa. Teníamos un hambre feroz, por lo que devoramos con rapidez la comida. Areia y Nikitas hicieron lo propio con rapidez y salieron al frente de la casa, hipnotizados por la cantidad de peces que se agolpaban a nuestros pies y así descubrieron una nueva actividad: La pesca.

Lwak, nuestro barquero, les dio un pequeño anzuelo con un diminuto trozo de pescado. En cuestión de segundos, alguna presa picaba y ellos tiraban con ahinco para, de inmediato, salvarlos de su angustia y ponerlos en una cubeta de nuevo a nadar. Estaban emocionados con su capacidad recién adquirida. Eso sí, como buenos niños, les interesaba la versión "deportiva" y liberaban después a los bichos para retornarlos al mar.

Cuando les preguntamos si querían ir a nadar un rato negaron rotundamente. Hizo falta un par de capturas más y el hecho de vernos con las gafas puestas y hasta la cintura para que se animaran a acompañarnos.

La actividad de snorkelling en esa zona fue lo menos destacado de la jornada. A causa de dudosas prácticas pesqueras, arrastre y uso de dinamita, el coral de esa costa estaba totalmente destrozado. Había quedado sin vida y color. Apenas algunos peces transitaban por esa zona, aportándole la única nota de alegría a tan penosa devastación. Lo que más nos llamó la atención fue la visión de una culebra de agua, idéntica a la que, pocos días antes, nos había hecho saltar cuando la vimos a centímetros de los pies de Areia.

Empezaba a bajar el sol. Recogimos los bártulos y reemprendimos camino hacia Bolilanga. Los peques se juntaron en la proa, jugando y disfrutando de los vaivenes de la embarcación. Intercambiaban palabras en varios idiomas, reían y compartían ya con su propio y variopinto lenguaje las emociones del día.

Otro duro día en las Togean...

¿Qué toca hoy?

¿Qué toca hoy?
Lo que nos depare el día (por cierto, ¡son de verdad!)