Los "protas"

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De madre aventurera, hija trotamundos. Una aporta la experiencia, otra el sentido común. La suma de las dos: una serie de vivencias inolvidables y unos recuerdos indelebles.

lunes, 3 de agosto de 2015

San Cristobal de las Casas, un paseo infinito

Lo prometí y lo cumplí. Podíamos dormir hasta hartarnos.

Después de varios días de la Ceca a la Meca, sin descansar de forma apropiada y tras los tropiezos de salud, Sancris nos daba la oportunidad de un respiro. Nos fuimos agotadas pero felices la noche anterior y Areia empezó a abrir los ojos cerca de las 10. No había prisa, ni horarios, ni casillas que "ticar". 

Caer en casa de la señora Mari fue el punto ideal para empezar el día. Su desayuno no sólo levanta a un muerto por apenas 40 pesos (la mujer insistió incluso en que nos lleváramos el "pan regional" que iba incluido en el pack por si nos quedábamos con hambre), ni tampoco por sus jugos verdes o por su café "majamuto". La señora María es todo un personaje. Llevaba un pequeño cabestrillo en la mano y le pregunté qué le había pasado. A sus posiblemente 60 años largos,la mujer había cogido una pesa  demasiado grande en el gimnasio y se había desequilibrado, lesionándose levemente los dedos. Su forma de hablar, de comentar lo "riquisísisisimas" que estaban las cosas, de hacer un márketing divertido y hasta genuino de sus productos, nos tenían a ambas entretenidas y super alimentadas. Salimos cebadas de su puestecitos por menos de 100 pesos y con jugos saliéndonos por las orejas.

Primera parada: museo del cacao. Areia había oído de refilón que podías hacer tu propio chocolate y eso le abrió los ojos y le disparó las pupilas. Debo decir que no es un error de información, pero sí que puedes meter mano al cacao previo desembolso de 250 pesos y en talleres ad hoc. Nosotras nos conformamos con aprender más sobre el valor de las semillas (sentimental, histórico y práctico), el consumo de chocolate mundial (chicos, España "sólo" cubre el 4%... habrá que ponerse las pilas) y ver algunos artifactos curiosos. 

Dado que la entrada también incluía el Museo del Jade, nos fuimos también a ver algunas copias (no existe ningún original) pero al menos las pequeñas explicaciones de los guías (gratuitos) merecían la pena y daban a conocer algunos detalles de estas piedras desconocidos para nosotras.

Cerramos el cupo de museos en general y abrimos el de iglesias, dando una pequeña tournée por los templos más característicos. Todos ellos tienen como cosa común y curiosa un tejado de madera interior que cubre la nave central. La mayoría del s. XVI y muy al corte colonial, suelen ser de tres naves, muy retocadas y repintadas cual pastelón o cupcake y llenas de los santos más tétricos y extraños. La religión en México incluye mucho culto a todos estos personajes, a cual más peculiar, y su devoción llega a ser casi obsesiva.

Desafiando el calor, ascendimos con calma los escalones hasta San Cristobal. A 2000 metros de altitud todo cuestar un poco más, pero lo mejor no fue la iglesia - que no pudimos ver por estar cerrada- sino la vista y la calma que se respiraba desde la altura. 

A pesar del pateo, apenas teníamos hambre, pero la incursión al mercado José Castillo, al norte de la ciudad, acabó por convencernos y nos pedimos un caldo. Mi fascinación por esos centros de comercio es inevitable. Es donde se reunen tradición, gastronomía, costumbres y, sobre todo, olor y color en extremo. El interior del edificio estaba empezando a ser despejado. Las carnicerías, pescaderías y abarroterías en general estaban en proceso de limpieza pero el exterior todavía bullía con los cientos de campesinos independientes que traen a diario su pequeña cosecha para vender lo poco o mucho que hayan recolectado. Las mujeres, con sus típicas faldas gruesas (la gran mayoría de pelo negro muy grueso, otras de lana negra con alguna raya) esperaban pacientemente y agazapándose en la sombra a finiquitar sus productos. El trajín era incesante y las combis, girando, pitando, llenándose y vaciándose alrededor, añadían más trafico a la escena.

Regresamos a Santo Domingo, que pudimos ver la noche anterior y nos dejó impresionadas. La iglesia impresiona por fuera más que por dentro y el mercado de artesanos que la rodea, a pesar de engullirla, la convierte también en el corazón de una vida alternativa.

Poder hablar con los artesanos es también todo un lujo. Algunos son fijos y habitantes de San Cristobal, pero otros muchos son "vagamundos" que trotan sin parar de uno a otro lado y van viviendo al día con lo que sacan. Y son tremendamente felices con su elección. 

Cayendo la tarde, nos acercamos un momentito por casa para dejar algunas cosas y calzarnos nuestras bufandas. Durante el día, Sancris tiene una temperatura muy agradable, pero en el momento se pone el sol, una chaqueta o un jersey gordito se agradecen enormemente. 

Areia seguía teniendo fijación por los caldos y habíamos visto un sitio la noche anterior que nos gustó, "el Caldero". Y no defraudó. El tazón tenía tanto de rico como de inagotable. Pudimos con ambos. Y debimos dar un pequeño paseo para bajar el atracón. 

No es difícil quedar fascinado, bien con la vida del mercadillo nocturno de la plaza del Comercio o los espectáculos callejeros. Un hombre estaba "zapateando" en medio de la plaza y explicando cada uno de los pasos. Nos tenía fascinadas, así que nos quedamos hasta el final. 

Sancris es todo un lujo, de principio a fin. 

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