Habíamos revolucionado a media misión con nuestra idea de hacer una
incursión en las vecinas iglesias de la zona de Tigray. Comentándolo con Mónica
y Carlos, que ya conocían nuestro destino, nos convencieron mas aún de que era
la excursión que mas valía la pena, así que con un poco de proselitismo barato,
conseguimos que se adhirieran Bea, Segundo, Benito, Carlos y Ana. Al final
salía un decente grupito de 8 personas para compartir furgoneta, horas, gastos
y muy buenos momentos.
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Desde el vehículo |
Seguía faltándonos un pequeño detalle: coche y chófer.
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Paisaje de Wukro |
El domingo todo Wukro había estado sin cobertura, lo que significaba
incapacidad de conectar a nadie por teléfono. El conductor de confianza de la
misión tampoco estaba disponible, puesto que tenía que llevar a Ceci al
aeropuerto. Solo nos quedaba apostar por la improvisación.
En el desayuno, Ángel envió a Ander con estrictas instrucciones a buscar
otro conductor. Al cabo de un rato teníamos el trato cerrado. 900 birrs más
gasolina (la tarifa estandar) a lo que hay que añadir la entrada a la iglesia,
el gu´´ia y otras sorpresitas para ir sumando. Sobre las 9 estábamos todos
listos. El minibús vino a recogernos, realizo una parada en boxes para inflar
las ruedas y emprendió carretera por el camino que queda a las afueras del
pueblo y lleva a la mayoría de iglesias de la región.
El trayecto atraviesa decenas de pequeñas aldeas, todas ellas construidas
en madera, paja, adobe y, sorprendentemente, piedra, que no es tan habitual en
otras zonas de Etiopía. Tal como habíamos observado ya, el paisaje era muy
verde y encontramos una cantidad inmensa de árboles monumentales, no solo los
ya conocidos “fig trees” sino también los ficus centenarios que no podíamos
rodear, y cuyas ramas podían tener mas de un metro de diámetro. De hecho, estuvimos parando en varios para observarlos y hacernos algunas fotos. Como en
cada camino rural, los aldeanos se pasan el día transitando de un lado a otro,
llevando leña, transportando agua, pastando con los animales, paleando a los burros,
recogiendo parte de la cosecha o, simplemente, yendo de un lado a otro con
cualquier motivo o excusa.
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Nuestro peculiar ficus |
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Mujer cargando leña |
A medida que nos adentrábamos hacia el interior de la zona de Gheralta, la
cadena montañosa que nos rodeaba era mas y mas impresionante. Increíbles
macizos de diversos colores rojizos, amarillos e incluso azul verdoso (yo lo
veía verde, el guía local lo llamaba azul), formaciones que parecían auténticos
castillos, fortalezas naturales, torres vigía y murallas infranqueables. Pasamos
también un numero amplio de iglesias, mas o menos antiguas, que fuimos dejando
detrás.
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Aspecto de la piedra de la zona |
Nuestro destino era un pueblito llamado Megab, donde a la entrada ya se
anunciaba con un gran cartel la “Gheralta Guides Association” y en cuestión de
segundos ya nos habían venido a saludar para explicarnos el funcionamiento de todo
el cotarro. Gabriel, que es como se llamaba el chaval que nos tocó, nos dijo
que la asociación contaba con 25 socios que se iban turnando. El era nuestro
guía para hoy y el precio a pagar eran 275 birrs por grupo. Como ya nos habían
advertido de ciertas malinterpretaciones y abusos, me bajé con papel en mano,
dibujé exactamente la magnitud de los servicios, anoté el precio y le di un
firme apretón de manos, tratando de evitar cualquier malentendido posterior. La
verdad es que Gabriel tenía cara de buena persona. Luego nos lo demostró.
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¿Verde o azul? |
Desde Megab solo 4 kilómetros nos separaban del comienzo del camino. La “ventanilla
oficial” de Abuna Yamata estaba en el primer olivo sagrado, que, según la
historia, estaba allí desde el siglo VI que Abuna Yamata llegó y se sentó a
descansar (el pobre venia de Siria y el camino es francamente largo). Después
de un ratín recuperándose, se fue hacia el segundo olivo, un poquito mas arriba,
donde, al igual que nosotros, también respiro un pelín (es lo que tiene estar a
mas de 2000 metros de altitud).
Lo que no nos esperábamos (o al menos algunos no estaban informados, confieso
que Miguel y yo sí habíamos leído algo) era lo que venía después. La subida
hasta la iglesia, que esta excavada en medio de un inmenso farallón de unos 400
metros de alto, se va verticalizando progresivamente y empieza a parecer una
escalera tallada en la roca, donde con sumo cuidado hay que poner manos y pies
en los huecos bien estudiados.
Habiamos advertido a Gabriel que no precisaríamos de la ayuda de los “scouts”
(no, no os imaginéis a jóvenes púberes con un pañuelo al cuello), que son esos
pastores curtidos que te ayudan a subir, te cogen de la mano, te pegan un
empujón y te persiguen para que vayas por donde te van mandando. A cambio, como
no, de una propina nada desdeñable.
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Pasito a pasito |
A pesar de nuestras reticencias, los señores insistieron en acompañarnos.
Lo mismo que el cura de la iglesia, un aguerrido hombre, ya curtido y con su
impertérrito manto blanco. El llevaba la llave, así que su presencia tenía más sentido. Nos enteramos de que no vivía arriba (un lugar un tanto inhóspito
para morar, como comprobamos mas tarde) sino que subía cada vez que venía un
grupo a visitar.
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Saludando a los peques |
Allá íbamos pues el grupo completo: nosotros 8, los 3 scouts, Gabriel el
guía y el señor párroco o buen sereno, según se quiera mirar.
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La iglesia está a mitad de esa roca |
Cuando la cosa se empezó a poner algo cruda, hubo algún conato de deserción,
pero con engaños, mentirijillas y algo de convicción logramos mantener el
grupo unido. Sobre todo, con muchísimo humor y risas. Muchas veces las
carcajadas eran de puro nervio y de ver como bajo nuestros pies se abrían
abismos poco amables. Yo lo estaba pasando mal por mi misma pero sobre todo iba
tensa viendo a Areia pasar por lugares donde un resbalón significaba no poder
contarlo. Alejé al scout de su lado, que insistía en ayudarla, para ponerla en
manos de Miguel, que me da mucha mas fiabilidad.
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Subiendo con calma |
Parecía que habíamos llegado al final (allí estaba la campana de piedra tan
peculiar de estas iglesias) pero aun nos faltaba el tramo de mayor impresión. Una
cámara funeraria con cientos de esqueletos precedía los últimos pasos del
ascenso, sobre una piedra con apenas dos apoyos, a cuyos lados se vislumbraban
unas caídas de mas de 200 metros de vacío. No apto para cardiacos. Y para
rematar, una repisa de apenas 50 cms de anchura para llegar a la entrada de la
cueva-iglesia.
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Llegados felizmente a la repisa |
Cuando pasamos a la pequeña entrada, se nos oyó a todos resoplar. Miguel
venía feliz, el último, grabando con
una
mano un pequeño vídeo de la ascensión. El resto estábamos sobre las alfombras,
en postura meditativa de yoga tratando de recuperar la respiración. Estábamos
exultantes, felices, nerviosos, con la adrenalina a flor de piel y las energías
por encima de las orejas.
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Tomando aire a la entrada de la cueva |
Tras reunirnos todos y escuchar la breve explicación de Gabriel, nuestro
peculiar cura nos abrió la puerta y entramos en aquella fascinante iglesia,
extremadamente bien conservada. Según la leyenda, el mismo Abuna Yamata subió y
la construyó en un día con ayuda de Dios. Al parecer fue su hermana quien la
pintó pero los historiadores coinciden en afirmar que las pinturas y todo lo
que le rodea es del siglo XV, con lo que hay un pequeño margen de error en la
cuestión de fechas. Los lugareños prefieren escuchar la leyenda, que es mucho mas
divertida.
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Frescos de la iglesia |
Gabriel nos explicó uno por uno los nombres de los santos, los personajes
allí dibujados y nos situó en la historia del momento. Estábamos muy a gusto en
aquella sombra y escuchando historias, tratando de no pensar en lo que nos
quedaba de bajada y en volver a pisar aquellos complejos pasos. Volvimos a
pasar por la pequeña entradita, donde sacamos víveres, todo aquello que nos
proporcionara un subidón de azúcar y que compensara el bajón que el relajo de
la llegada nos había dado. Compartimos pan, bananas, barritas e incluso
gominolas con el personal (eso si, siempre preguntando si eran aptos para
ayuno) y, ya mentalizados, decidimos empezar a bajar.
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Comenzando el descenso |
A veces la ignorancia ayuda en algunos trámites. En este caso saber lo que
nos esperaba no era tranquilizador. Eso si, les hicimos hincapié a los scouts
que nos dejaran en paz. Nombramos a Miguel guía oficial de la bajada, lo
pusimos al frente y nos estuvo marcando cada paso. La primera, Areia, que se
portó como una jabata y en ningún momento abrió la boca para quejarse. La
segunda yo, que no hablé de puro acojone y de la tensión que me provocaba la
situación. La verdad es que era muy disfrutón, llevadero y sin excesiva
dificultad, pero algunos momentos precisaban de mente clara y fría. Era mas
cuestión de cabeza que de habilidad.
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Un pelín de vértigo sí que da... |
El buen humor y las risas nos permitió acabar el tramo de descenso con
muchisíma diversión, encantados con la actividad y, como no, llenos de orgullo
y satisfacción por haber pasado una prueba que no todos superan. Las pinturas
eclesiásticas eran lo de menos. En este caso el medio justificaba el fin y el
camino superaba con creces el destino.
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Miguel fue nuestro gran apoyo |
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En otros tramos fuimos más tranquilos |
Volvimos a nuestro olivo de partida, eufóricos, saltando (literalmente) de
alegría y con ganas de celebración. Gabriel estaba alucinado de vernos
celebrar, cantar, aplaudir, gritar, bailar y hasta el “autista” (al pobre
chófer lo bautizamos con este palabro italiano que Gabriel nos sopló) se hizo
cómplice de nuestras canciones.
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Un buen salto de alegría |
Llegamos a Megab, donde nos sacaron unas cervezas frías, algunos refrescos y
nos prepararon café (tengo que contar con detenimiento en que consiste la
ceremonia de tomarse una taza en este país). Gabriel seguía alucinado con
nosotros. Nos había visto no perder el humor incluso cuando los scouts y el
cura nos habían montado la bronca porque no estaban de acuerdo con la propina
que les habíamos dado. Es la discusión inevitable y que siempre acaba por
aparecer. Al final se fueron con lo que acordamos. Teníamos claro el valor de
su trabajo y ya les habíamos advertido que no íbamos a precisar de sus
servicios.
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Un buen café para reponer |
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O una buena cerveza.... |
Eran las 16 horas cuando empezamos a pensar en volver. El trayecto de vuelta
eran cerca de dos horas. La luz estaba mas bonita aun y queríamos parar en un
par de sitios. En el campo era hora de arar y los campesinos estaban mas activos
que por la mañana. Los chicos habían pasado ya por el baño, pero Bea y yo
teníamos la necesidad de hacer un alto funcional.
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Niños siempre por compañía |
Encontramos la casita perfecta para escondernos de la carretera pero, a
mitad de inspiración, nos divisaron un grupo de 3 muchachos a unos 500 metros,
que empezaron a correr a toda velocidad hacia nosotras. Imagino que la visión
de un trasero “faranji” es algo poco habitual y digno de conversación vespertina de salón.
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El paisaje te deja boquiabierto |
Una ultima parada para visitar otra iglesia, aunque nuestro interés se
centraba mas en los pájaros azules metálicos, los monos sobre los arboles, los
lagartos entre los muros o las especies de ratas gigantes (mas agradables que
sus primas) entre las piedras. El señor guardián de la iglesia se despertó de
su letargo para pedirnos 150 birrs. Nos pareció un abuso meridiano y decidimos
que los alrededores merecían la pena mas que el interior.
Un ultimo tramo, de unos 15 kilómetros mas, nos acercó de nuevo a Wukro.
Miguel y yo pedimos que nos dejaran en la estación de buses para averiguar
horarios de vuelta. Areia y los demás se fueron directos a la misión (luego
averiguamos que el “autista” se negaba a dejarnos solos e insistía en esperar.
Al final lograron convencerlo de que NO debía esperarnos) para pegarse un enjuagón.
La noche ya habia caído, la hora de la cena (siempre puntual) sirvió para repasar
los buenos momentos del día y volver a reírnos con los mas cruciales. Luego nos
fuimos todos un rato al ciber café (la red había vuelto) y a rematar el día con
un fantástico te de Nagasti.
Un día lleno de emoción, magia y diversión.