Los "protas"

Mi foto
De madre aventurera, hija trotamundos. Una aporta la experiencia, otra el sentido común. La suma de las dos: una serie de vivencias inolvidables y unos recuerdos indelebles.

viernes, 31 de enero de 2014

Kuala Lumpur

Si el calor ya me había golpeado en mi llegada a Jakarta, en Kuala Lumpur la humedad hacía que se me pegara la chaqueta de cuero (antes muerta que sencilla) que llevaba puesta.

Compré un ticket de taxi prepagado para ahorrarme dolores de cabeza y, tras caminar otros 300 metros (más los 700 que te hacen patear por la pista hasta que puedes encontrar la salida) y sin mucha más dilación, estaba de conversación con un conductor dicharachero y escuchando a los Escorpions de fondo.

Si hay algo que - definitivamente- te deja absorto a medida que te acercas a KL, es la visión de las torres Petronas. Son hipnóticas. Desde lejos, desde cerca, de día o de noche, no puedes dejar de mirarlas porque, aparte de altas y sobresalientes, son bellas. Sinceramente, las encuentro mágicas. Por suerte, mi hotel estaba justo a la vera verita de las torres, con lo que mi cuello se iba girando constantemente para poder observarlas.

Era bien pasada la medianoche cuando Danny me recibió con la mejor de sus sonrisas y me ofreció algo de beber. Estaba tranquilo, así que nos pusimos a conversar y se emocionó cuando supo que había visitado la zona de la que proviene. Ya tenía un aliado dentro.

La verdad es que el hotel era impresionante. Aunque mi habitación estaba en el piso 7, era más bien un piso. Cerca de 50 metros cuadrados, con una inmensa entrada, comedor, sala, cocina y un baño espectacular. Un piso de lujo, a decir verdad.

Casi hasta me apetecía bailar, saltar, tomarme todas las bebidas, meterme en la bañera y ducharme, solo por probar todo lo que tenía que ofrecer. Pero en su lugar, preferí irme a descansar para llegar al sábado sana y salva.

Pero el reloj biológico es un puñetero y a las 7 estaba con los ojos abiertos. Después de pelearme con la almohada y dar unas cuantas vueltas, lo siguiente que supe es que housekeeping venía a hacerme la cama. Justo a tiempo para lavarme la cara y bajar a desayunar.

El buffet del restaurante era para quitar el hipo. Eso sí, para los rezagados como yo, hay que avisar que hagan acopio de comida antes de que lleguen las 10.30, porque a las 10.31 no queda absolutamente NADA. Todo se retira con una celeridad que asusta.

El plan era claro y sencillo. Piscina, relax y calma.

Hasta que llegó Victoria y lo fastidió. Subí a la piscina pero ya había demasiada gente para mi gusto (más de tres es multitud). Me fui a ver las zonas de relax, merodeé por el gimnasio, tanteé la temperatura del agua del jacuzzi.. Y decidí coger los trastos e ir a explorar la ciudad.



En Kuala Lumpur el 99% de la población, fija y fluctuante, hace lo mismo: Comprar. Cuando preguntas a cualquier hijo de vecino lugares interesantes, te señalan todos los centros comerciales, esos gigantes "mall" con marcas de lujo y caprichos para todos los bolsillos (siempre que estén lo más llenos posible). Yo no quería encerrarme en un laberinto, ni tenía pensado volverme loca comprándome modelitos. En el mapa vi que había una mezquita, un barrio chino y un "Mercado central".

El reto fue encontrar la parada de metro. Indicación básica: Bajo las Petronas. Perfecto. Las torres las encontré a la primera. Punto para mi. Incluso me metí y, después de varias intentonas, hasta supe encontrar la taquilla. ¡Ingenua de mi! Me habían avisado que había cola todos los días y aquello estaba tan despejado que pensé que era entradas para la filarmónica. Resultó que ya se había vendido el pescado. No sólo para el sábado, sino también la pre-venta para el domingo. El chico, muy majete él, me dijo que si quería pillar algo, mejor estuviera a las 8, incluso a las 7.30.

¡Ale! ¡Para el mercado se ha dicho! Por suerte, ya tengo cogido el truquillo a los metros asiáticos y, siempre que sean legibles los caracteres, está chupado.

En unas cuatro paradas, me bajé para ver una de las mezquitas más icónicas de KL, Masjid Jamek, pero estaba cerrada por rezo en esos momentos. Me conformé con verla desde fuera y echar unas fotos desde la barrera. Me encaminé hacia el mercado central, que estaba a dos pasos.

La zona donde está Pasar Deni es cutre y decadente. Las casas se pelan como quemadas por el sol, se desescaman como serpientes renovadas, sólo que la segunda piel no aparece por ningún lado. El mercado es un gran edificio azul pastel donde se apiñan decenas de tiendas de recuerdos. El ambiente es tranquilo y relajado, nadie de agobia, ni te llama al interior de las tiendas. Se puede pasear con toda tranquilidad. Los malayos, en general, son muy relajados. Después de reponer fuerzas también con un par de dim-sums, me acerqué a Chinatown, a la vuelta de la esquina.

Han dejado a los chinos en la calle principal, Petaling Street, pero en cuanto te sales a las laterales, los hindúes lo inundan todo. Imitaciones de bolsos de marca son el producto favorito, pero la imaginación no tiene límites y, como suele suceder, los chinos son los artistas de la reproducción en masa, los artífices de los falsos sueños, la alternativa al codiciado objeto de deseo.

Nada mejor que sentarse con un zumo de algo (es lo que había pedido, aunque vino un vaso de agua con cosas flotando) y observar el devenir de la cotidianeidad. El inminente año nuevo chino, el año del caballo, daba forma a muchas de las ofertas propuestas. Aproveché para comprar también mis bien amados caramelos de gengibre y decidí empezar a plegar alas.

De camino al metro me topé con un nada discreto templo hindú. Dejé mis zapatos en depósito para colarme en una de las situaciones más peculiares que he visto jamás en un santuario religioso. Bajo el techado, una treintena de personas estaban distribuidas en pequeños grupos, con cientos de "latas" abiertas y contando billetes y monedas. Cientos. Miles. La recaudación de un año de donaciones. Aquello era como colarse en el banco de España a pequeña escala (o visto como tenemos la economía igual hasta lo supera). No se puede negar que los feligreses son generosos. Había que ver la maquinaria que tenían puesta en marcha.

Entre tanto, los monjes proseguían su marcha habitual. Llegué justo a la hora en que lavaban y vestían los iconos, mojándolos con agua y jabón, poniéndoles coronas de flores y vistiéndolos con telas brillantes. Acabaron invitándome a té y pakhoras, el pequeño tentempié de los voluntarios.

Estaba cayendo la noche, así que regresé al hotel, esperando dejarme guiar por las luces de las petronas. De momento, tenía que conseguir salir del laberinto del centro comercial. Subí decenas de escaleras mecánicas, las volví a bajar, crucé pasillos, pero no conseguía orientarme. Desesperada, pedí ayuda. ¿Dónde quieres ir? - me preguntó el chico. "Sólo quiero salir al exterior"- le contesté casi llorando.


Pegué un bocado, recuperé fuerzas y me fui a disfrutar de ese espectáculo nocturno que son las torres iluminadas. Obviamente las "selfies" no salen tan sofisticadas cuando el brazo no da para más, así que una chica me preguntó si quería ayuda para tomar una foto. La verdad es que hasta en eso he llegado casi a la autosuficiencia. Lo bien que funciona el autodisparador!!!

KL estaba pletórico, radiante y vivo. Los bares de las aceras rebosaban de actividad, música y marcha.

Momento de retirada para mi. Un baño de vapor, una sauna, un jacuzzy, a recuperar fuerzas y a la cama.













No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nos encanta que nos contéis cosas, así que no seáis tímidos...

¿Qué toca hoy?

¿Qué toca hoy?
Lo que nos depare el día (por cierto, ¡son de verdad!)