Los "protas"

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De madre aventurera, hija trotamundos. Una aporta la experiencia, otra el sentido común. La suma de las dos: una serie de vivencias inolvidables y unos recuerdos indelebles.

domingo, 26 de julio de 2015

Equilibrando el karma. Compensación moral en Dos Ojos

El cabreo del día anterior, pese a las risas y el cachondeo, había sido monumental. Odio la sensación de tomadura de pelo que se te queda tras ver que lo prometido no tiene nada que ver con lo entregado. Y la gente de Scuba7, más en concreto Carlos, iba a hacer lo imposible por resarcirnos.

Para ser sincera, su generosidad tenía no tan escondido un motivo ulterior, que tenía que ver más con una "necesidad de cariño" por parte del sujeto que, obviamente, no iba a subsanar la menda, pero, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, me iba a venir bien para enmendar el entuerto.

A las 8.30 estábamos como un reloj en la puerta del local. Allí no habían aparecido ni las australianas ni el italiano pero nos lo tomamos con calma mientras les veíamos cargar el vehículo con los equipos.

Acabamos partiendo algo más tarde para llegar al cenote cerca de las 9.30. Estaba casi desierto. Dos Ojos es posiblemente uno de los cenotes más conocidos y más atractivos. También de los más caros. Nosotras íbamos de invitadas. No habíamos soltado ni un dolar. Y veíamos como, poco a poco, se iban pagando nuestras facturas. 

Al llegar al cenote nos enseñaron la entrada, bajando por una escalera de madera y llegando al lago-cueva que se forma, uno de los ojos y la entrada por la que íbamos a comenzar. 

No me había planteado bucear en un cenote, pero dado que la oferta era irrechazable, decidí lanzarme a ello. He de decir que, cuando empecé a ver la realidad de lo que me esperaba, me entró una congoja repentina que pensé que no podía superar. El buceo es una inmersión por una cueva submarina, donde se pierde la fuente de luz y se ha de seguir una línea y siempre una fuente alterna, como una linterna. No me lo había planteado, pero al enfrentarme a la realidad, me empezó un cierto tembleque en las piernas.

Pero no podía dejarme vencer por mis miedos.

Decidí vestirme para la ocasión y lanzarme a descubrir el inframundo.

Carlos apenas nos hizo un pequeño briefing y nos lanzo al fondo. En el primer metro de descenso le hice una señal de que "no estaba OK". Veía desaparecer la luz por bajo de las estalactitas y me vinieron pensamientos cruzados. Me pidió que respirara... Y pensé "Areia está esperándote fuera y no la puedes defraudar. Y la estás animando a que bucee ella también. Retirarse no es opcional".

Para abajo que voy....

Alice, la australiana, hacía años que no hacía una inmersión y Carlos la guió de la mano a la entrada. Al minuto de estar por bajo, mi linterna se apagó, dejándome sumida en la oscuridad. Carlos me enganchó la mano y se negó a soltármela. Me sentía no solo "apadrinada" sino algo acosada y con necesidad de independizarme. Hacía el gesto de soltarme, pero me volvía a agarrar. Y tampoco podía perderle porque no tenía luz para iluminarme. Estaba castigada a su lado. 

La inmersión fue impresionante. El aspecto cavernario de los cenotes bajo el agua es totalmente irreal. Cuando se abre de nuevo a un espacio de luz, los juegos de reflejos y sombras son auténticas alucinaciones psicodélicas. Estalactitas, estalagmitas, luces y sombras, haces que irrumpen apareciendo de la nada, espejismos creados por el baile claroscuro de los sentidos. 

Un viaje al más allá. 

Por suerte y, a pesar de haber consumido apenas la mitad del aire (la inmersión llegaba a una profundidad máxima de 9 metros), salí eufórica y con muchas ganas de alejarme de Carlos, que había sido mi rémora durante los 45 minutos. 

El regulador no funcionó tampoco bien. Realizaba un sonido como el de una sierra de cortar metal junto a mi oído. El equipo realmente no era de mucha calidad. Por eso, y porque me apetecía nadar junto a mi pequeña sirena, decidí no hacer la segunda inmersión prevista. Opté por ponerme un snorkel e indagar por la superficie entrando en algunas cavernas abiertas.

La mañana en Dos Ojos nos fascinó. No sólo el lugar es increíble, pero ciertamente nos trataron de cinco estrellas. Algún tamal, bananas y agua para recuperar energías y, pasado el medio día, emprendimos camino de vuelta a Tulum. 

Aunque Carlos insistía en hacerme un masaje de espalda, me despedí cortesmente de él agradeciéndole su generosa compensación (realmente salimos ganando porque no soltamos ni un euro de un viaje que se paga caro).

Y desaparecimos.

Acudimos a alquilar unas bicis y emprendimos un mini viaje de 4 kms al Gran Cenote. Hora de refrescar la tarde. 

Otra gran sorpresa para acabar el día. Un lugar concurrido, organizado y ordenado pero con una estructura física muy atractiva, túneles, juegos de luces, sol y sombra. Y tortugas. Un lugar encantador.

Estuvimos hasta que nos echaron a las 17 horas, pedaleando la vuelta. Y nos resarcimos con unos jugos de frutas de un chaval argentino encantador. Y una última duchita en casa Montse. 

Y, ya con el daño reparado, moralmente en tablas y felices por un día encantador, celebramos nuestra última noche en Tulum con unos estupendos antojitos. 

Salud!

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