Los "protas"

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De madre aventurera, hija trotamundos. Una aporta la experiencia, otra el sentido común. La suma de las dos: una serie de vivencias inolvidables y unos recuerdos indelebles.

sábado, 18 de julio de 2015

De Cancún a Tulum y tiro porque me toca

Cancún es, sin duda, el paradigma de los grandes resorts hoteleros. El polo opuesto de lo que nos atrae normalmente. Pero el punto idóneo donde empezar las vacaciones. O donde aterrizar. 

La verdad es que quisimos salir lo antes posible de la ciudad, no porque no nos acogiera con los brazos abiertos, pero sí con ganas de ir a algún destino más tranquilo. Aprovechamos, eso sí, la mañana para conversar con un divertido - e inusual- chef japonés durante el desayuno, que andaba buscando locales comerciales para abrir un restaurante de fusión maya-japonesa en un futuro cercano. Andaba poniéndose aceite y sal en sus tostadas, mientras que nosotras nos conformábamos con mantequilla y sucedáneo de mermelada de fresa. Lo había heredado de un alemán pero lo sorprendente (o tal vez no) es que era una costumbre arraigada...


Cancún rezumaba tranquilidad a las 8 de la mañana. El parque que bullía la noche anterior, se antojaba desierto, con la excepción de algunos puestecitos que empezaban a abrir y servir desayunos. En un plis nos plantamos en la estación y adquirimos billetes a nuestro destino. Asaltamos el cajero automático y compramos una sim card local para emergencias y agilizar algunos trámites. 

De vuelta para recoger los trastos, nos sentamos a tomar un licuado de plátano y una horchata (aquí son de arroz), pero en México lo hacen todo XXL y el botellón acabó en la mochila medio estrenado. Una enormidad de líquido azucarado!

A las 10.30 en punto salía el "servicio" desde Cancún hacia Chetumal, con paradas en Playa del Carmen y Tulum centro. 2 horas 20 de camino hasta destino con un breve descanso en Playa. 

Por el camino llamé a Meritxell, que debía darnos la llave de nuestra humilde morada, un alojamiento que encontré el día antes por Airbnb en el centro de Tulum pueblo, con total privacidad y tranquilidad pero, sobre todo, la sensación de independencia. 

La carretera de la costa maya es una sucesión infinita de mega resorts, complejos de ocio y restaurantes desorbitados. Todo a lo grande. No hay un trozo de tierra sin ocupar por algún inversor, mayormente extranjero.

Llegamos a Tulum con extrema puntualidad poco antes de las 13 horas. Acudimos directos a casa de Montse, aunque nos recibía otra catalana, Meritxell, abriéndonos la puerta de su casa (literalmente, puesto que comparte parcela con Montserrat). 

Tiempo de dejar las cosas, ir a comer algo y regresar para encontrarnos un apartamentito arreglado, impoluto y lindísimo. Un pequeño lujo por unos 20 euros. 

Meritxell nos presentó a Maggie y su hija Lil, que estaban visitando unos días desde Costa Rica. Nos comentó si queríamos acompañarlas en una visita a un cenote de los alrededores y, como los planes se desmontan rápido, decidimos acompañarlas. Ya habíamos alquilado las bicis para la tarde, así que teníamos vehículo oficial. Encontramos otra para la pequeña Lil y allá fuimos las cinco mujeres, a muslo limpio, pedaleando por la carretera, alegrando la vista a algún camionero que nos lo pagaba a golpe de claxón.

El cenote Escondido está a unos 4 kms de la ciudad de Tulum, al lado opuesto de otro con el que está conectado de forma subterránea al otro lado de la carretera. Apenas nos quedaba una hora para el cierre así que negociamos el precio de la entrada y de 50 por cabeza acabamos pagando 100 por las cinco. Trato cerrado.

Cenote Escondido es un espacio abierto, arropado por la selva y la maleza casi indómita de la zona, al que se puede acceder fácilmente bien por una estructura de madera o pegando un pequeño salto de dos metros. Apenas éramos una decena de personas. 

Disfrutamos de las aguas prístinas, de lo cristalino del fondo, la vista de las rocas, los peces y los reflejos del agua... Los cenotes tiene un aspecto mágico inherente que no es dificil encontrar. Son, definitivamente, una puerta al más allá. 

Entre manotazos para acribillar los cientos de mosquitos y la búsqueda de rayos de sol para secarnos, se nos fueron los últimos minutos de disfrute. Un rato de ocio diferente y extraordinario. Y verdaderamente refrescante. 

El viaje de vuelta se hizo incluso más corto, sobre todo porque aterrizamos directamente en la Flor de Machuacán, un pequeño rincón poco secreto pero encantador con los mejores batidos y zumos de todo Tulum. Y unas "paletas" de frutas naturales que quitan el hipo. El antídoto ideal contra el calor. 

Una ducha y un paréntesis virtual más tarde, decidimos ir a comer algo al restaurante vegetariano La hoja Verde. Un aterrizaje progresivo en la gastronomía mexicana, fusión de tradición con ingredientes locales. Un lujazo.

Y, rotas pero felices, dábamos por concluido nuestro primer día en la península del Yucatán. 

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