Los "protas"

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De madre aventurera, hija trotamundos. Una aporta la experiencia, otra el sentido común. La suma de las dos: una serie de vivencias inolvidables y unos recuerdos indelebles.

domingo, 19 de julio de 2015

"C" de Cobá, Cenote, caradura, cabreo y contraofensiva

Nos dejamos vender la moto. No puedo entenderlo de otra forma. No estamos acostumbradas a hacer ningún tour apañado de antemano. No es lo nuestro. Pero la visita de Cobá y los alrededores se complicaba en transporte público y nos lo contaron de una forma tan sumamente atractiva que hasta el precio disparatado parecía justificado.

Hasta que nos dimos cuenta de la realidad.

Cobá queda a unos 45 kms de Tulum. Son las ruinas menos exploradas y todavía en estado salvaje que se conocen en México. Y, sobre todo, tienen la única pirámide que, a día de hoy, todavía se puede escalar. Hasta que alguien se despeñe por ella. Entonces extenderán la prohibición.




A las 8.30, puntuales como un reloj, estábamos en la tienda de Ricardo y Carlos (todavía no he averiguado el nombre real, porque tengo ganas de hacer algunos comentarios en TripAdvisor) y el taxi prometido al punto de salida se mudó en el carrucho de Carlos, que se va cayendo a pedacitos, pero que amablemente nos acercó al punto de salida. Eso sí, también previa invitación a un café del 7/11 de Carlos. Todo un detalle de su parte.

Nos depositó en un hervidero de carros, futgonetas, vans y millones de personas todas con su correspondiente pulserita, esperando a ser depositadas en su vehículo correspondiente.

Me puse a conversar con Ana, de Vitoria, a la cual también le habían vendido un tour de los más completo. Pero el que nos prometieron y el que nos estaban contando estaban a millas de distancia. Entre risas y bromas andábamos todos gestando un cierto malestar. Con humor, eso sí.

Salimos ya tarde y con temperamento subversivo, puesto que pensábamos visitar las ruinas primero y refrescarnos en los cenotes después, pero la cosa se tercio al contrario. Una furgo con 3 vascos, 2 catalanes, un puertoriqueño, una mexicana y las dos presentes, camino al matadero. Primera parada, cenote Tortuga.



Llegados allí se nos presentó nuestro guía, un italiano que dio la explicación en un inglés milanés un tanto confuso pero que interpretamos con bastante dignidad entre algunos palabros con acento mexicano. Al grupo se había unido otra "van" con una mezclilla también de idiomas y nacionalidades y el chaval hacía lo posible por entenderse.

Pudimos bañarnos, tirarnos y hacer el ganso hasta el golpe de pito. Luego tocaba excursión. Para ver algún otro cenote seco, para escuchar la fantástica historia del impacto del meteorito que creo esta mágica red de agujeros cósmicos y para observar, en efecto, la energía y el efecto casi extraterrestre que provocan esos fenómenos.

Nos fascinó el cenote Caracol porque pudimos entrar en su pequeña y discreta cueva, a golpe de linterna y observar a 20 centímetros del rostro a esos pequeños y curiosos seres que son los murciélagos. Toda una pequeña aventura.

Areia e Ibai (el chaval de los vascos) repitieron tournée y se dedicaron a hacer todos los saltos posibles en las posturas más imposibles sin llegar nunca al fondo.



De vuelta en el Cenote Tortuga, ya con efecto garbanzo tras el remojo, nos tocó recoger para ir a comer.

Lejos de esa comida en la aldea maya, regresamos a Tulum a un buffet libre  (bebidas sin incluir, claro está) también muertos de risa al ver las promesas incumplidas.


Y, de postre, un paseíto por Cobá bajo el abrumador sol de la tarde.




Cobá debe ser un lujo visto en soledad. La sensación incluso de haber descubierto algo nuevo, de sentirte un pequeño arqueólogo en medio de algo muy exclusivo. De hecho, se observan docenas de colinas que no son sino otros tantos templos y estructuras sin descubrir. Hace falta fondos y paciencia para poder desenterrar otros tantos tesoros.

Para nuestra gran suerte, la tarde se nubló y los inmensos pasillos arbolados ayudaron a sobrepasar los kms de caminata por la zona arqueológica. Una vez más, me sentí un borrego total, siguiendo a las masas y manteniendo el paso del guía que repetía esa retahíla tan bien enseñada.



Habíamos hecho un intento de sedición con nuestro chofer. Queríamos cambiar la visita a la aldea maya (que ya intuíamos como una trampa comercial) por un último cenote para acabar la tarde frescos. Nos pusimos de acuerdo todos en nuestro peculiar complot. Aceptaron nuestra propuesta pero íbamos a contrarreloj, dado que la mayoría de cenotes cierran a las 17 horas.

Recorrimos Cobá a golpe de pito, escalamos la pirámide con una celeridad increíble. Eso sí, bajarla fue otra cantar. Casi todo el grupo acabó bajando escalones de culo. Pero la vista desde arriba merecía tremendamente la pena. Nos olvidamos de las prisas, de las tomaduras de pelo, de las mentiras piadosas y hasta de la hora. De hecho se nos hicieron las 16.45, dándonos virtualmente, ningún tiempo para llevar a cabo nuestro plan B.

Nos conformamos con probar las tortitas de huevo y chaya en casa de la señora maya, que pacientemente sudaba ante el fogón a cambio de generosas propinas. Y, como no, los impertérritos niños ofreciendo flores por un "pesito" o dos...

Pasamos un día muy divertido, riéndonos y conversando con nuestros compañeros de timo, comparando la realidad con esa ficción que nos habían vendido a todos de distintos tamaños y colores. La verdad es que el viaje mereció la pena solamente por las risas y la compañía. Pero eso no se lo conté en mi bronca particular a los de la agencia.

Llegué con mi peculiar aire beligerante a la tiendecilla y, al preguntarme qué tal el día, no pude aguantar más.

Me miraban con cara de asombro como si todo eso fuera una novedad pero, al final de la corrida, Carlos se sintió tan aludido y tal vez culpable, que, aparte llevarnos a cenar (cosa que declinamos amablemente con bonitas excusas), nos invitó a acudir al día siguiente a la inmersión de Dos Ojos, el cenote más atractivo de la región. Y yo, como no se decir que no al equilibrio del karma (y a que me compensaran el oprobio), quedé a las 7.45 como un reloj para aprovechar la ocasión.

Sí, señor!!

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