Los "protas"

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De madre aventurera, hija trotamundos. Una aporta la experiencia, otra el sentido común. La suma de las dos: una serie de vivencias inolvidables y unos recuerdos indelebles.

martes, 22 de marzo de 2011

La Gran Dama...sco!

La gran dama, la fantástica ciudad, la hermosa señora, nos dejó sin habla. Es más, me dejó sin palabras (ni tiempo para enviarlas) y sin voz, puesto que mi conversación se transmitía a través de un hilillo ridículo en el que mis cuerdas vocales luchaban por hacerse notar. Un virus sirio, pero no serio puesto que la recuperación está siendo buena.

El día amaneció tristón. Por primera vez en una semana supimos lo que era un cielo cubierto, un frescor que hacía tiritar el alma y unos retazos de tristeza que se unían a nuestra despedida. Pero el sentimiento de melancolía no dura mucho en un lugar así, con lo que, un par de horas más tarde, el sol lucía ya orgulloso y henchido mientras nosotros buscábamos resguardo bajo las sombras de los balcones.

Damasco es un alma libre, un ente que se escapa entre calles y tráfico, que fluye entre ríos de gente y coches, que transita sin trabas más allá de las fronteras. Una ciudad con un crecimiento imparable (como las grandes urbes de nuestro tiempo) pero mantiene su corazón, su centro, tal cual ha sido durante siglos enteros.

Se jacta de ser la ciudad habitada más antigua del mundo. Como otros tantos "records" y premios a los "top" no vamos a ponerlo en duda, sobre todo porque las capas de historia que se ven a través de sus paredes no ponen en entredicho tales afirmaciones.

Con 12 horas por delante, decidimos concentrar nuestra atención en la vieja ciudad, el corazón de Damasco. Avituallados de inicio entre zumos en la plaza y en nuestro restaurante favorito (Al Arabi) donde Areia se zampó su habitual shish kebab, caminamos los apenas 300 metros que nos separaban de la zona del zoco y de la parte antigua.


Rodeada por una muralla que ahora es por tramos ya imaginaria, la urbe primitiva es difícil de abarcar incluso en una sola jornada. Un inmenso laberinto de callejuelas imposibles de mapear (benditos satélites y grandioso google!), nos encontramos en varias ocasiones volviendo al punto de comienzo o yendo a parar 100 metros más allá. No es fácil orientarse y con un pequeño ángulo de cambio puedes perder enseguida el norte, aunque tampoco importa mucho, ya que nuestra intención era, igualmente, pulular sin llegar a ningún sitio.


En ese gran pulmón por el que respira Damasco, se encuentran barrios diversos que conviven en plena armonía. Ahora paseas entre mezquitas para tropezarte con una iglesia ortodoxa, dejas de ver velos y chadors pero observas sotanas o hábitos franciscanos. Por un lado, la gran mezquita omeya, centro de adoración del islam de oriente, visitado por musulmanes de todo el mundo que lo toman como "consolación" ante no ir a la Meca. En otro rincón, el barrio cristiano, plagado de vírgenes y cristos que conviven con las miles de fotos del presidente Al Assad. Más allá, la zona judií. Entre medio, miles de rincones mágicos donde apetece detenerse a investigar.

El perímetro está salpicado de babs, las antiguas puertas de entrada a la ciudad, magnánimas y dando la bienvenida al visitante.

Tras un buen rato de pasear y tratar de encontrar la vertical que los edificios desafían constantemente, nos entró cierto rumor estomacal y comenzamos a buscar un sitio donde sentarnos a repostar. Es curiosa la idiosincrasia de estas ciudades en las que en muchas ocasiones, todo parece estar concentrado y a veces intentas encontrar algún comercio fuera de sitio y resulta totalmente imposible. Los restaurantes parecían esquivos y, consultando la guía, logramos ubicar uno en la proximidad. Incluso en la puerta dudábamos de su existencia pues apenas estaba anunciado.

La entrada en el Al Khawali es poco menos que una sorpresa. Tras esa menuda puerta sin mas ornamento que la simple madera se esconde un gran patio interior, precedido de un liwan fantástico rodeado de madera, lujo y barroca decoración. Nos sentaron en una mesa que cambiamos en unos minutos cuando nos percatamos de que en la contigua fumaban como chimeneas. En nuestra nueva esquina, vimos que un cuadro celebraba la visita del rey Juan Carlos I con Sofía a la vera, acompañados, como no, del presidente de Siria.


Areia estaba entusiasmada con el hecho de comer en la misma mesa (una pequeña licencia) que nuestro monarca. Incluso la comida tenía un sabor más regio.

Pedimos un shish taouk (pollo en la cazuela con especias y arroz) y un jedy bzeit (pata de cordero en salsa de limón) que se deshacía en la boca. Los entrantes tampoco se quedaban cortos y los postres, una aunténtica delicia. La balouza, que el camarero definió como leche con naranja (a priori no sonaba muy convincente) resultó ser una especie de cuajada con una capa de gelatina cítrica y fruta fresca. Una maravilla. Areia dio buena cuenta del helado árabe (una consistencia más espesa) cubierto de pistachos. Los tés venían acompañados de pasteles y una bandeja de frutas. Les dimos un tiento pero apenas teníamos cabida ya para más.



Con cara de alegría y el estómago pleno, salimos a seguir nuestro pequeño tour por los laberintos. En un comentario dejado caer le dije a la peque que por su sobresaliente comportamiento se merecía un premio y que, si encontrábamos una muñeca siria de verdad, nos la llevaríamos a casa. Curiosamente, no es tarea sencilla.

Recorrimos el zoco de los "chinos", donde el plástico y los brillos convivían por igual. Juguetes que nunca pasarían una revisión europea, imitaciones de personajes de actualidad, miles de princesitas con vestidos vaporosos y llenos de lentejuelas pero de negro, tapada y con velo, ¡ni sombra!

Habíamos perdido ya la esperanza cuando entramos en la calle Recta (como su nombre define, es lo más regular que hay en la parte antigua y sirve de columna vertebral) y en un pequeño nicho en la pared de apenas 2 metros cuadrados, divisamos en una caja una "pseudo barbie" vestida de negro de pies a cabeza. El hombre, que sabía tanto de inglés como yo de arameo, me indicó con gestos que esperase, que le faltaba algo. Rebuscó y sacó unas pilas de botón. ¡Ja! Nuestra muñeca musulmana ¡también canta en árabe! Toda una joya. Areia la ha bautizado "Ashara" (que significa "diez" en árabe). Estaba pletórica por haberla encontrado.


Para celebrar nuestros encuentros, nuestros paseos, la fantástica tarde de pérdidas y merodeos, nos sentamos a tomar un té y a fumar una shisha en Al Nawfara, uno de los cafés más emblemáticos de Damasco, junto a la gran mezquita. Cuando Areia hizo el gesto de coger la pipa, casi nos hicieron un gesto muy expresivo e increparon "Children no". Teníamos claro que no íbamos a introducir a nuestra niña en las "oscuras lides del tabaco" pero la advertencia nos dejó casi asustados. Ni Miguel ni yo hemos fumado un pitillo en nuestra vida y pensábamos que el narguile era poco menos que inofensivo. Confieso que, después de varias caladas, lo tuve que dejar. Me estaba colocando tremendamente y las cosas a mi alrededor empezaban a girar sin control. Lo dicho: lo mío son los vicios sanos.



Tomamos un poco el aire a la sombra de la mezquita y nos lanzamos a la búsqueda de un local que nos había "perseguido" durante dos días. Habíamos visto señales por toda la zona antigua de Beit Jabri e, intrigados, lo localizamos en un mapa (la verdad, por muchas flechas que hubiese llegaba un momento que se perdía el rastro) y, preguntando unas cuantas veces, dimos con el local.


Merecía indiscutiblemente la pena haber indagado, porque encontramos un pequeño tesoro en medio de la ciudad. Tras una portezuela diminuta y un pasillo interminable, apareció ante nosotros un inmenso patio con árboles, plantas, lámparas de todos los colores, un bullicio encantador y, como no, una decena de pantallas planas retransmitiendo fútbol.

La carta era interminable, los precios increíbles (de buenos) y nuestra incredulidad todavía latente. Para el colmo, el camarero hablaba un inglés impecable y tenía un sentido del humor muy sano. Además, del Barça, que en esos momentos jugaba contra el Getafe y todo el mundo estaba pendiente de los resultados. Incluso algunos, camiseta en ristre, fumaban su shisha mientras contemplaban el partido incluso en solitario.


Nos sirvieron un hummus nada habitual, porque en este caso los garbanzos estaban enteros, pero aderezados de un modo exquisito. Una "pizza oriental" con queso de oveja, unos cuantos entrantes más, a cual más sabroso y unas risas en un local que no debe perderse en una visita a Damasco. Total: menos de 8 euros por el festín. Nos entraba la risa pensando que era la mitad de lo que nos habían pedido unos día atrás en Aleppo por aquel controvertido shish kebab. Impresionante.

Pocas ganas teníamos de abandonar el local, menos aún de dejar atrás Damasco, pero se estaba haciendo tarde y a las 2 habíamos acordado el traslado al aeropuerto. Al menos le daríamos a Areia un par de horas de descanso. Regresamos al hotel, con más pena que ganas y la peque cayó en apenas unos segundos. Nosotros apenas podíamos pegar ojo pero al menos pudimos reposar unos minutos antes de dar el último adiós.

Hacía calor en el aeropuerto. Tanto el clima como la situación política en Siria se estaban calentando. Ya estábamos al tanto de disturbios y movilizaciones tanto en Deera como en la capital. El aeropuerto, como suele ser normal, es una tierra de nadie donde todo resulta ajeno. Tomamos un refresco con las últimas libras que nos quedaban y embarcamos con los pies pesados y el alma ligera. Por delante, 5 horas de vuelo con escala breve en Roma, 4 de bus hasta nuestra casa.


Agotados y rendidos dejamos nuestras mochilas sobre la cama. Por encima de la colcha, miles de preciosos momentos, voces y miradas que quedarán con nosotros por siempre. Siria está en la lista de esos países a los que hay que regresar.





Yo cruzo, tu cruzas, ellos son cruzados

Llegar hasta aquí no es complicado, pero sí supone un ascenso un tanto sospechoso. Estamos en plena plaza de los Mártires de Damasco. Nos habían indicado que había un internet café en la vecindad pero ni una triste "arrobita" para marcar el hito. "Subid, subid al primer piso". Da la impresión de que vengamos de contrabando pero, de momento, al menos la conexión funciona, que no es poco (y no han apuntado nuestro número de pasaporte)

Vaya día!!! Completito!!! Para ser viernes y jornada de descanso no nos lo hemos tomado muy en serio. Íbamos en contra del mundo, tal vez por aquello de nadar a contracorriente.


Hama ha amanecido en total calma. Placidez sólo quebrada por un despiadado caza militar que rompía el cielo y silencio. Lo oíamos en la vecindad pero no lográbamos verlo. El sol, por su parte, descorría las cortinas y nos daba de pleno entre la almohada y el embozo. Imposible dormir con la luz y el calor subiendo peligrosamente en grados. Eran las 8 cuando saltábamos a la ducha. En nuestra búsqueda de desayuno nuestros amigos los vitamínicos habían chapado la persiana y no había nada medianamente "sano" que llevarse a la boca.


Si hay algo que apasiona a los sirios aun mas que el fútbol, es la pastelería. La locura por los dulces, caramelos, pasteles, buñuelos y refritos es conocida, extendida y vicio público aceptado. En Hama hay algo típico que es un cruce de hueso de santo y un brazo de gitano. Llamado halawat al jibn esta hecho de queso fresco mediante un curioso proceso y relleno de crema dulce pero nada empalagosa. Puesto que no había mucha opción, hemos pedido unos tes, un trocito de halawat y unos hojaldres rellenos de frutos secos (pistachos, nueces, almendras) y de crema de queso. Exquisitos!!!!!


Con la energía que eso proporciona nos hemos ido al final de una larga avenida a buscar unas ajadas norias que en su tiempo proporcionaban agua a la ciudad pero ahora, renqueantes, abandonadas, arrugadas y con alzheimer, no sirven más que para la foto de turno y como excusa para colocar algunos restaurantes alrededor en los que, mientras comes, observas las botellas de plástico flotar y la espuma del río macerarse. Es una pena que el patrimonio no lo cuiden mas porque tienen verdaderas joyas que desconocen.



A las 10.30 habíamos quedado para dejar el hotel y salir con el taxista acordado. Abdul nos esperaba para hacer el recorrido que, de otra forma, se nos antojabia imposible. Si de normal ya es complejo, en día de fiesta los transportes se reducen a un tercio, con lo que nos veíamos abocados a largas esperas y a arriesgarnos a no llegar a los sitios. Por una minima cantidad más (unos 12 euros) arreglamos hacerlo de forma particular y llevar nuestros trastos con nosotros para luego ir directos a Damasco.


Hama seguía adormitada. Sólo familias tempraneras preparaban el picnic a la sombra sobre la hierba donde se alternan las florecillas y la vegetación de plástico tan abundante en lugares publicos. Ellos son aseadisímos en su entorno doméstico y lo tienen todo como una patena pero una vez estás en dominio público la cosa se transforma en un auténtico vertedero.


Nuestra primera parada ha sido Musyaf, un castillo en una pequeña localidad de las montañas poblado por los famosos "asesinos" (Hashshashin, ismaelíes nazaríes, secta extremista musulmana adiestrada para infiltrarse entre los enemigos y asesinarlos con su propia inmolación), unos habitantes nada agradables como vecinos y de los que más valía ser amigo. El estado de conservación era bastante bueno. No había ni un visitante más y tan sólo estaba poblado por decenas de jovenes disfrazados de cruzados y sarracenos esperando la claqueta para grabar una película. Con los más jovenes he cruzado algunas palabras algo altas porque insistían en ponerse delante de mi cámara cuando quería fotografiar a las chicas del rodaje. No les hacía gracia que fueran ellas las protagonistas y hasta que no he gritado en árabe "Por favor, basta ya!!!" no se han apartado del todo. Curiosamente, los mayores allí presentes nos han perdido mil veces perdón por su actitud. Qué distintas son las generaciones!!!


Tras la visita hemos tomado ruta de nuevo en direccion a Crac, hacia el este. El paisaje era espectacular, por medio de las montañas, totalmente cubiertas de verde y salpicadas de miles de flores amarillas. Olivos, almendros, cosechas de pelo corto y una vida dominguera pasando lentamente nos saludaban en las aceras. Curiosamente había mas pelos que velos, estábamos en una zona con preponderancia cristiana y se notaba en el vestir, en la pose y en las actitudes de la gente. Al fondo, como telón espectacular, la cordillera del Antilibano aparecía completamente nevada.


La llegada a Crac ha sido como pisar el Corte Inglés en primer día de rebajas. Todo lo que no hemos encontrado en seis días lo hemos visto con creces todo junto. Grupos inmensos de franceses, alemanes, italianos, incluso griegos. Asiáticos (malasios tal vez), libaneses, sirios de día libre y todos los guías adjuntos. Abocados como estabamos a comer en el mismo restaurante (el único a la altura del castillo) hemos visto desfilar toda la marabunta. Curiosamente, la edad media del turista en Siria se sigue manteniendo. En algún lugar entre maduro y vetusto, los hemos visto de cincuenta para arriba pero también realmente en versión Imserso bien entrado. Apenas hay visitantes por libre y menos aún familias con niños.


El menu del comedor era fijo: algunas mezzes (entrantes) y pollo a la brasa con patatas fritas. Temerosos por la clavada nos ha sorprendido un precio medianamente comedido. Ya recuperados (sobre todo Areia que, con las curvas, habia dejado el halawat en el asfalto) hemos hecho nuestra entrada triunfal en el Castillo.


Se dice que Crac des Chevaliers (Qala at al Hosn en arabe) es el mejor castillo cruzado del mundo y he de decir que si es por el estado de conservación, su situación y estructura, el apelativo no me parece exagerado. Varias ordenes han ocupado sus muros pero siempre se trataron de cruzados en guerra santa. Resistió asedios, guerras y ataques y sólo a finales del siglo XIII cayó en manos de mamelucos. Hemos aprovechado hasta que el señor cansino del pito nos ha perseguido para que saliéramos. El recinto cerraba a las 16 y, tras tomar fotos desde la colina de enfrente con la intención de ver toda la edificación, hemos emprendido la vuelta a Homs.


Abdul, nuestro chofer, ha sido rápido y eficiente, dejándonos en la estación a las 16.55, justo a tiempo para tomar el bus a Damasco de las cinco. Areia se ha enfrascado en la película (curiosamente tienen costumbre de ponerla sin voz) y tanto Miguel como yo nos hemos quedado dormidos.

Alojados y situados ya en Damasco, donde hemos buscado un lugar en pleno centro, hemos apurado el mercadillo de día festivo que se asoma timidamente en el "souq". Toda la zona respiraba una anomala tranquilidad casi forzada. Mañana veremos una cara muy diferente. Disponemos de unas 30 horas más para apurar a fondo la ciudad.

Hemos arreglado noche y media con nuestro hotel, puesto que volamos de madrugada. Tendremos un lugar en que caer, ducharnos o disfrazarnos de persona. Luego, una vuelta por emprender.

Pero eso, sera en unas horas. De momento, vamos a descansar para el asalto final.




Deambulando por "Halab"

Ni que decir tiene que a veces tratar de ubicar las cosas, de saber lo que comes o de simplemente, saber lo que hay alrededor tuyo, es una total adivinanza. El sentimiento de analfabetismo que te entra cuando no eres capaz de descifrar nada es extremo. Entiendo más que nunca a esos niños pequeños que, por primera vez, empiezan a reconocer las letras y se emocionan al juntar una silaba. El árabe no es fácil, mi memoria flaca y apenas reconozco algunas grafías y soy capaz de juntar algunas letras. El próximo viaje prometo repasar con mas ganas...


Anoche tampoco hubo precios en la cena pero el chiringuito era local, básico y sin pretensiones. De hecho, no había ni carta. El camarero nos ofreció directamente todos los kebabs disponibles: chicken, lamb y shish. Para completar, un hummus ( de garbanzo) y un baba ghanou (de berenjenas) acompañados, como siempre, de pan ácimo. Exquisito. Simple, sabroso y rico, rico. A pesar de no estar previamente etiquetado, el precio era justo y lo pagamos sin rechistar. De postre nos pusieron el partido Real Madrid- Olympic Lyonaisse (creo recordar) emocionados por el hecho de que, seguro, estaríamos entusiasmados. No sé si os he comentado ya la pasión que hay aquí por el fútbol (donde no la hay??) y las peleas por ser del Barca o del R. Madrid. Al final hemos decidido que Miguel es del azul grana, yo de los merengues. Areia dice que ella es del "atleti" y de ahí no la sacan.


La noche ha sido mas cálida que las pasadas. De hecho hoy rondábamos los 25 grados. Un sol espectacular nos ha estado acompañando todos los días y hoy más que nunca pegaba fuerte. Sólo la sombra equilibraba un poco la temperatura. Aún así, el forro siempre nos acompaña, pues en la puesta de sol es necesario abrigarse y andar calentito.

Hemos repetido nuestro desayuno vitamínico con las chiripitiflauticas rellenas de queso fundido. Como viejos conocidos, nos ha saludado el chico y nos ha puesto zumos y batido. Después, hemos decidido perdernos sin rumbo por las bambalinas de Aleppo. Barrios destartalados, callejones estrechos, culs de sac, balcones suicidándose, tejados mirando al vacío, puertas coquetas, rincones coloridos, piedras negras, roca ruda. Niños corriendo, jugando, comiendo helados, ayudando sin queja en casa. Cargando materiales, cosiendo piezas, escondiéndose en los zaguanes, saltando de piedra en piedra. Hoy había una vida especial y, obviamente, no había escuela. Luego nos hemos enterado de que era una fiesta especial para maestros, pues los jueves son lectivos y por eso nos extrañaba tanta pella.


Rodeando la ciudadela por su parte norte, hemos llegado al barrio de los oficios extintos. Escenas que en Europa serían tan sólo un recuerdo de tiempos pasados. Los herreros forjaban las piezas con una naturalidad, una fuerza y una maña incluso para mi desconocida. Areia estaba fascinada, al igual que nosotros que no hemos podido evitar mirarlos abstraídos. Nos han invitado a un té, hemos compartido un buen rato con ellos. Incluso han invitado a la peque a usar el martillo. Era fascinante ver al ritmo que trabajaban, alternando golpes con caladas a los cigarros y sonrisas de bienvenida. Algo mas allá, también los casi desaparecidos carpinteros, sin la fuerza de los yunques, pero con el penetrante olor del serrín recién cortado.


Si en el resto de la ciudad nos hemos sentido casi solos, en estas zonas ver un extranjero es novedad, y la atención y el respeto se unen a coro. Acabamos siempre con gestos de entrega, con sonrisas y con regalos. A veces un caramelo, una chocolatina, un gesto y siempre, siempre, siempre, una sonrisa y un "hello". Hasta el niño mas pequeño ha aprendido a decir "Welcome".


Nos hemos vuelto a perder entre vueltas y giros, buscando el antiguo manicomio, pasando por los aledaños del zoco y atisbando los caravasares (antiguas fondas, paradas para las caravanas), casi todos de la epoca de mamelucos. En uno de ellos nos han llamado la atencion y un chaval joven de apenas 20 años nos ha empezado a recitar el programa de visitas de Juan Carlos I en su estancia de hace 5 años. Nos ha detallado incluso el menú, el palacio donde Sofía montó su fiesta de cumpleaños y nos ha llevado su casa a tomar un té, una estructura de mas de 250 años al fondo de un callejon de fin inesperado.


Mohammed (no es original pero es lo que habia), estudiante de derecho de segundo año, se ha convertido en anfitrión y guia durante unas horas. Nos ha explicado algunos pormenores de la ciudad, hemos discutido incluso de política (lo que se puede en voz baja y mirando por encima del hombro). Al llegar a su hogar, Miguel se ha quedado fuera hasta que sus hermanas se han cubierto. La mayor, casada ya, ha aparecido con la galabiyya de negro. La más joven se ha puesto un simple pañuelo, pero ha mantenido los pantalones rosas y el sueter fucsia, viniendo también a conversar a nuestro lado. Las hemos pillado en día de limpieza, dando buena cuenta de la alfombra. Tapadas ya hasta las orejas les resultaba engorroso trabajar, con lo que han parado la faena.


3 hermanos, 5 hermanas, padres y maridos en la misma casa. Niños también, por supuesto. Los maridos van y vienen. Las hermanas, cuando discuten o tienen morriña, vuelven a casa. Un caos, una familia siempre unida, una casa con mucha vida, ires, venires y gente que pasa.


Hemos intentado ir al manicomio, pero justo aparecía cerrado. La fabrica de jabones estaba abierta pero nadie trabajando. Viendo que era mala hora, nos hemos ido a comer al zoco, a un rinconcito local con algo de carne. En un primer piso con 3 mesas y un ventanuco, hemos pedido el unico plato. Shish kebab (esa especie de salchichas hechas de cordero picado) para 3. EN un plato, bajo capas de pan, yacían 20 piezas provocando. Se nos ha hecho un mundo pero hemos dado buena cuenta, con su tomate, pepinos, perejil, ánimo y mucho hueco. Para rematar, un té. El susto ha venido luego.


La primera discusión que hemos tenido en todo este tiempo. El camarero ha venido con la calculadora senyalando un "1000" con el dedo. Nos hemos quedado a cuadros y en árabe le he dicho que "muy muy caro". Ha mirado con cara de poker y Miguel ha bajado para decir que ni locos pensabamos pagar eso. Ignorándolo por completo pero empezando con el regateo, hemos aceptado pagar unos sensatos 500. Posiblemente más de lo que cuesta, pero al menos un precio justo. Habia carne. Mucha. Pero tambien mucho rostro.


Habíiamos quedado con Mohammed a las 15. Justo la hora del rezo. Mientras el almuhédano cantaba, nos hallabamos frente a la puerta de la vecina. Ella iba a mostrarnos los jabones que confecciona, una de las rarezas y especialidades de Aleppo. Nos había citado para más tarde porque su casa no estaba lista. Era día de limpieza y ella tampoco andaba visible.



Nos ha hecho esperar un poco. Miguel, de nuevo, en la puerta. Al final hemos entrado, bajado un piso, descalzado nuestros pies y esperado con paciencia. Mohammed ha conversado un buen rato con nosotros, el jabón ha venido, también desodorante en barra local. El hijo, tímido y recatado, nos ha servido. No habia té, el azúcar mermaba en casa y parece ser que la dueña se pintaba los labios para vernos. Al final ella nunca ha aparecido. Sospechamos que estaba en la casa de al lado donde se oían los cánticos femeninos de una fiesta pre matrimonio. Eso sí, el jabón nos lo han vendido. Estaremos limpios y olorosos por los siglos de los siglos...


Era la caida del sol. Ya daban casi las cinco. Miguel estaba cansado, algo decaído por el resfriado, agotado y dolorido. Hora de recomponer el cuerpo. Por fin, en Aleppo, hemos encontrado el "karma", pastelerías con té en mesas y sentados. Por idiota que parezca la combinacón es extraña. Aquí esta todo tan sectorizado que encontrar dos cosas juntas a veces es gesta inhumana. Un té caliente y unos pastelitos con miles de pistachos nos han devuelto a la vida.

Hora de ir al hotel, recoger cosas y hacer vía.


La estación de bus de Aleppo esta lejos, pero al coincidir con la oración de puesta de sol, el tráfico estaba fluido. A las 18.30 hemos cogido el bus con direccion a Hama. Camino al sur, ya de vuelta.


Apenas dos horas, una pelicula con tintes del XXI y cierto tono de humor. Esta vez el orden de asientos se ha alterado. Miguel y Areia iban juntos, yo aparte, pues la numeración nos daba hueco junto a una dama. En este caso debía ser yo quien rellenara el vacío. Miguel ha dormitado contra el cristal. Areia y yo hemos comentado los pormenores del film que hemos logrado descifrar parcialmente por el camino.


Estamos situados ya. Arreglado el dia de mañana. Para cenar no podíamos ni pensar el carne. Medio litro de vitaminas cada uno, un té caliente y a la cama. Hama rezuma de actividad, las calles rebosan con gente activa, con ganas de fiesta. Mañana todo estará en calma, día de descanso en esta parte del planeta. Nosotros aprovecharemos para hacer una pequeña excursión por la zona. Esta vez hemos arreglado algo más privado puesto que la combinación de buses no nos permite llegar a la mayoría de los sitios. No madrugaremos, iremos con calma y sin prisas, como suele ser nuestro credo.


Os lo iremos contando... De momento, nos llama el sueño (Areia ha caído detras mío sobre el sofá mientras escribía su diario).


Besos... besos .. y besos!!!!!!!!!!!!






Aleppo la Blanca

El color de esta ciudad es algo sobre lo que se puede discutir. Se la apellidó en un momento "la blanca" dado el tono de la piedra que se ha usado para construir la mayoría de las casas, pero en la actualidad, hablaríamos eufemísticamente de un "blanco roto", un beige o hasta un marrón oscuro casi chocolate en algunas esquinas. La contaminación, el polvo, la vejez y la decadencia son evidentes.

Ayer, a pesar de que no sentíamos un agujero en el estómago, decidimos que no nos íbamos a dormir con tan solo los "calzone" sirios que habíamos engullido pasadas las cuatro. Estábamos rotos, pero bien merecía la pena un paseito y probar las delicias culinarias de esta ciudad. En Al Jdeida habíamos visto algunos de los restaurantes más recomendados pero decidimos quedarnos en las cercanías. Primero acudimos a una terraza a unos 300 metros, pero nos impresionaron tanto los manteles recién planchados, los halógenos empotrados, el señor con levita en la entrada y, sobre todo, las cartas de los menús sin precios que, después de preguntar y que nos dijeran "saldréis a unos 400 por cabeza" no nos acabó de convencer el trato y decidimos levantarnos y salir por donde habíamos entrado. La vergüenza, en ocasiones, hay que olvidarla.

Al final acabamos en un restaurantito de un callejón cercano, donde pedimos una pequeña selección de especialidades de Aleppo. El kebab con salsa de cereza huelga decir que es impresionante. Tampoco se quedaba atrás el Kebab de Aleppo, más sencillo pero también untado de deliciosas especias. Las verduras fritas rezumaban demasiado aceite para nuestro gusto y el pincho de pollo con el que remató Areia estaba francamente estupendo.

Lo que iba a ser una picadita se convirtió en festín y, vistos los chorritones que nos caían por las muñecas, el amable camarero nos trajo unas maravillosas servilletitas untadas de colonia.

Dimos la vuelta a la manzana por aquello de bajar la cena pero caímos rendidos poco antes de las 22, con intención de dormir del tirón unas cuantas horas.

Hemos aprovechado el fantástico baño que tenemos, con un 3 en 1 (te puedes duchar, mear y lavar los dientes a la vez) para hacer un completito y lavarnos el pelo, sacarnos brillo y limpiarnos los poros.

Miguel estaba algo derringado, no solo por las palizas que nos metemos, sino todavía acusando el frió que pasamos la primera noche en Damasco. Unas horas de descanso (semi reparadoras) y un cortafriol han hecho el resto.


El desayuno ha sido todo un lujo. Unos inmensos zumos de frutos y unas "flautas" de queso fundido recién hechas nos han hecho levantar el ánimo (y todo por un euro y medio!) Necesitabamos vitaminas reparadoras. Las proteinas ya se nos salían por las orejas.

Nos hemos dirigido directos a la Ciudadela, en la parte alta de la ciudad. Con restos que se remontan al siglo X antes de Cristo las primeras fortificaciones datan del IV y parece ser que los musulmanes erigieron gran parte en las cruzadas del siglo XII. El conjunto es impresionante y domina por completo la vista de Aleppo. Desde arriba se ve hasta cada pequeño detalle de lo que ocurre en la ciudad. No es de extrañar que se convirtiera en bastión inexpugnable, más aún cuando se observan todos esos pequeños truquitos que usaban para espantar al enemigo, como tirar aceite hirviendo por los matacanes o lanzarles inmensas bolas de piedra mientras después de cruzar el foso de 30 metros de ancho, trataban de escalar las empinadas laderas de la montaña.


En la actualidad, el uso del recinto es bastante diferente. Las parejitas usan sus numerosos rincones para tontear y mirarse a los ojos tiernamente. Decenas de jovencitos deambulan mirando al horizonte y riéndose, eso si, nunca tocándose directamente. Ellos, discretos y comedidos. Ellas, muchas veces escondidas totalmente tras sus velos, incluso incapaces de mostrarles una sonrisa.


Subir, bajar, saltar, escalar, deambular. La fortaleza da lugar para todo. Una pequeña ciudad en bastante buen estado, si no fuera por la proliferación de basura contemporánea que yace sin recogerse de tiempos casi remotos. El cuidado de los monumentos sirios no existe. Una pena, pero parece que les basta con tenerlos. Lo de mantenerlos es otro asunto.

Los colegios empezaban a llegar pasadas las 12.30. Alaridos de niños incontrolables saltando salvajamente sobre las piedras, sin tomar en cuenta las directrices de los profesores. Algo diferente eran los grupos femeninos, olas de pañuelos de cientos de colores, sonrisas y "Hellos" en todas direcciones. El té en la terraza superior también ha sido un momento de lujo, con el sol quemando ya en nuestras espaldas y la tranquilidad sólo rota por algunas voces infantiles en la lejania.




Hemos empezado a descender coincidiendo con la subida de los escolares en masa. Huyendo hacia la quietud del zoco, con otro tipo de masa menos dispersa y más amansada.

EL zoco de Aleppo es posiblemente uno de los mejores del mundo árabe. Sirve con casi exclusividad a los locales, no esta orientado en absoluto al turismo. Eso le hace ganar muchos más puntos, puesto que apenas oyes voces que te inviten a entrar en una tienda. Puedes deambular sin ser acosado, sin necesidad de decir "no" constantemente pero con los saludos de los comerciantes que te dan constantemente la bienvenida. La discreción, como siempre, reina en Siria.

Como cualquier "souq" de oriente, esta dividido y seccionado. La calle central, que hemos recorrido primero, tiene un poco de todo y no responde a la organización tradicional, pero una vez te sumerges en las "espaldas" , cada gremio tiene su zona. Joyas, vestidos de fiesta, complementos, telas, herreros, cordones y pasamaneria, ... todo tiene su lugar en su pequeño rincón del zoco.


El estomago rugía ya. Un "shawarma" justo en medio del mercado estaba en el lugar exacto. Mustafa nos ha servido tres con un par de latas de limón y naranja. Areia ha hecho un buen trabajo, con su pollo, sus picantes, su tomate, pepinillos y hasta ajoaceite. Reconfortante y revitalizante. EL pan, como siempre, una delicia y la compañía, la vista y la vida que pasaba por delante, una maravilla.




Un café y un té mas tarde en un perdido hotelito de una callejuela y fuerzas retomadas para seguir deambulando...

Caída la tarde, con el sol bajo, nos hemos dirigido a la gran mezquita. Sin el tamaño ni la brillantez de la de Damasco, la vida era totalmente distinta. La hora de las mujeres (aparecen mayormente por la tarde) pasaba bajo los soportales. Los niños corrian como en el patio del colegio y acudían a nosotros a preguntarnos curiosidades y practicar sus tres frases en inglés.

Yo, disfrazada de arriba abajo con una peculiar "galabiya" (una tunica estupenda que te dan en la entrada) me perdía la mitad de las conversaciones tras tener las orejas "veladas". Me he sentido feliz de saber que en unos minutos recuperaba mi libertad y mis sentidos de nuevo. Que sensación de horror y constriccion!!! Las veo y sigo sin poder entenderlo...


Antes de regresar al hotel y poder descansar un poco el cuerpo del día hemos querido rendirle homenaje al Hotel Baron, uno de los más viejos de Oriente Medio y mítico lugar donde se alojo Agatha Christie (escribió parte de su Asesinato en el Orient Express), Churchill o el mismo Lawrence de Arabia. Somos testigos de que siguen los mismos sillones, idénticos taburetes y, posiblemente, las descendientes de las telarañas. Tiene encanto, eso es indudable, pero es para románticos incurables. El té, por su parte, era Lipton y parecía no estar caducado. Un lugar curioso, decadente y con historias en cada ladrillo.


Nuestra intención es seguir explorando Aleppo mañana. Hay mucho por ver, más por descubrir y no queremos dejarnos nada.

De momento, vamos a ver con que nos deleitamos esta noche y que premio le damos al paladar.

Ma' salama!!!!!!!!!

















Un requiebro en el camino

Lo mejor de no hacer planes es que nunca fallan. La improvisación es la mejor guía y siempre acabamos cambiando. De no ser así, nos habríamos tirado mil veces de los pelos.

Anoche casi envían alguien a buscarme. No sólo es que tardé un ratito en relataros la historia de Palmira, sino que los apenas doscientos metros hasta el hotel me costaron la intemerata. Venderte esto, invitarte a entrar a una tienda o conversar con Mohammed, que te cuenta que acaba de ver a tu marido e hija y te invita a pasar y tomar un té. Cualquiera busca la vía rápida. Es imposible andar por prisas.

Esta mañana madrugamos. La luz entraba a raudales por la ventana ya alrededor de las 5 pero aguantamos hasta las 7 para disfrutar del desayuno y salir a una hora decente. A las 8 estábamos en el bus hacia Homs, un punto en medio de la nada en la hipotenusa de nuestro triángulo. Nuestro viaje tiene tres puntos: Damasco, Palmira y Aleppo. Las dos capitales en los extremos y las ruinas en un extremo. De Damasco a Aleppo corre la vía central que une al país por unos 400 kms. Homs está prácticamente en medio. En el autobús hemos intentado sentarnos en nuestros asientos pero estaban ocupados, por lo que se ha formado un pequeño caos fácilmente subsanable. Al final, Miguel ha ido delante y nosotras atrás, con el grueso de mujeres, que suelen ocupar asientos traseros con bebés e infantes. Sólo hay parejas mixtas si hay matrimonios. Las mujeres locales jamás se sientan con congéneres masculinos pero al subir una pareja de alemanes y una de japoneses han sentado a la japonesa con una local, a él con la alemana y al germano lo han dejado perdido por detrás. Extrañas combinaciones.

Me he puesto a leer a Rosa Regás, levantando ocasionalmente la cabeza para ver un paisaje reiterativo, con ese aire yermo del desierto, tan sólo salpicado por versiones de Gris o Picasso de una montaña en estilo cubista, que es el aspecto que le confieren las casas, del mismo color de la tierra apenas interrumpido por la mancha de la puerta o de la ventana. De vez en cuando, una sorprendente alfombra verde poblaba el terreno, aprovechando una fuente de agua. A unos 40 kms. de Homs, el paisaje se tornaba totalmente diferente, plagado de pinadas, almendros, olivos y agua.

Hemos llegado en apenas 2 horas. En Siria coger un bus es algo complejo porque hay distintas estaciones de bus según el destino, la compañía o el tamaño del bus. Un poco lioso, considerando que todos los carteles están estrictamente en árabe y dependes por completo de su amabilidad y disposición a ayudarte.

El alemán, con pinta de hippy hitleriano y acompañado por su mujer velada (no sé si por imitación o por creencia) era un tanto peculiar. Gritaba y discutía constantemente, se ponía grosero y cuando ha querido compartir taxi con nosotros para ir a la otra estación, se ha puesto tan rudo con ellos que nos hemos sentido realmente incómodos.

Entre tanto, nosotros nos debatíamos entre seguir nuestra idea original de ir a Crac de los Caballeros o subir a Aleppo directamente. En la nueva estación de Homs nos han dicho que el bus de las 10 a Crac había salido hacia 10 minutos y hasta las 14 no teníamos más opciones. Nos ofrecían alquilar entre los 5 un taxi (eso sí, duplicando el precio)

Entre la presión, las dudas sobre la certeza de la información y la agresividad del alemán, hemos optad por la opción de saltar Crac e ir a Aleppo. El bus salía a las 11 por lo que sobre las 14 podíamos estar en la ciudad.

De nuevo, hemos alterado el orden del vehículo y enviado al fondo a algunos muchachos de mala gana. Miguel se ha sentado con "George", un ingeniero informático que iba a Aleppo a trabajar y regresaba en la tarde. Ha estado ayudándole a situarse y poniéndole al día. Mientras tanto, Areia y yo mirabamos alucinadas la sucesión de restaurantes en la carretera, copias en cartón piedra de la torre de Pisa, casitas con forma de tetera, una torre Eiffel coronando un tejado, norias, cochecitos de choque... una feria desplegada a ambos margenes de la carretera con la intención de atraer comensales.

Por lo demás, el paisaje podría ser Benimuslem, Alfara, Badalona o cualquier rincón de la A7 o del Mediterráneo levantino. Aparte de los carteles ilegibles, tan sólo la arquitectura difiere un poco de nuestra tierra. Casas mayormente de un piso con vistas a un segundo, asustadas y con los "pelos de punta", dejando siempre los pilares y las varillas al descubierto con el deseo de construir algún día un segundo piso. Eso sí, cuando haya dinero o la familia lo envié de lejos.

Eran las 13.15 cuando hemos llegado a Aleppo. George nos ha indicado como llegar, nos ha montado en un bus local e incluso ha pagado el billete. Lo dicho, son increíblemente amables. Nos espera a nuestra vuelta en Homs para tomar un té y enseñarnos la ciudad.

Ni decir tiene que estábamos en medio de la nada, como suele suceder con las estaciones. El bus nos ha dejado en una gran plaza y, más a tientas que a ciegas, y a base de preguntar, nos hemos orientado al centro. Un simpático abuelito que hablaba francés nos ha hecho de guía. Ha resultado que su sobrino regenta un restaurantito en Valencia. No nos ha sabido dar mas detalle, de lo contrario pasaríamos a saludarlo.


El Tourist Hotel, que teníamos recomendado por varias vías, nos ha resultado insulso y caro, por lo que hemos optado por seguir mirando. Hemos recabado en el Spring Flower (esa parece ser la traducción) que tiene una divertida personalidad y un talante mochilero y extrovertido. La mitad de precio, baño dentro y hasta balcón con vistas!!! (unos 12 euros por la triple)

Era ya hora avanzada, teníamos hambre y pocas posibilidades de lanzarnos a la ciudad antigua y abarcarla toda. Nos hemos dirigido al barrio más antiguo de la ciudad nueva, Al Jdeida, donde están también las iglesias de las minorias y algunos de los palacetes más singulares. Una maravilla. No sólo la arquitectura sino también el hecho de que era el mercado de diario. Calles perfectamente definidas por tipos de tienda. Una sectorización extrema, donde los bolsos no se mezclaban con las colchas, ni los abrigos con la sección de regalos. Nos ha maravillado la de ropa interior, con modelitos que hacen palidecer el sex shop más atrevido del mundo occidental. Disfraces de gata, policia, colegiala o diabla, saltos de cama imposibles, transparencias y sugerente linceria que nos ha tenido cautivados durante un buen rato. Ellas, imperturbables, cubiertas de negro de pies a cabeza, apenas mostrando los ojos o a veces ni eso. Yo creo que se cubren especialmente para ir a comprar ese tipo de ropa. Los dependientes, siempre hombres. Las que compran, siempre ellas. Territorio femenino.

Teníamos hambre, y hemos encontrado un chiringuito en medio de la calle que hacía una especie de "calzone" locales, con relleno de queso, jamón (no de cerdo!) y tomate. Esplendidos!! Cuatro de ellos por la friolera de un euro y medio. Nos hemos puesto morados y chorreando...


Se nos ha ido la tarde y la luz perdidos entre las callejuelas de este intrincado barrio, con balconadas de madera, soportes de piedra y pequeños establecimientos que son verdaderas sorpresas cuando traspasas la puerta. Incluso hemos aterrizado en La Caverna, una disco restaurante que está en el subsuelo, una antigua carcel totalmente renovada y escondida. Joyas sin pulir, muy pocas pulidas pero esperando ser disfrutadas.

Agotados, sedientos y con necesidad de descanso, hemos regresado al hotel. Tomamos un té, jugamos a las cartas. Tal vez salgamos a por algo de comer pero creemos que es mejor recomponer el alma. Tenemos por delante nuestra peculiar marathon en Aleppo, mucho que ver y ganas de disfrutarlo.

Besitos!!!! Mañana tenemos un largo día....












lunes, 21 de marzo de 2011

Tadmor, alias Palmira

Palmira, o Adriana Palmira (asi la bautizó Adriano) se conoce en árabe como Tadmor. Lo de Palmira es fácil de adivinar: esta situada en un oasis impresionante, con miles de palmeras, regadas por aguas subterraneas que miles de motores a diesel se encargan de subir a la superficie. Ni silencioso ni ecologico, pero vital para mantener la existencia de este alto en el camino de un desierto amenazador por los cuatro costados.


Acaban de traerme un té mientras escribo. Esto es así constantemente. Los sirios son tan encantadores, tan amables y tan majetes ellos, que siempre tienes tras la oreja eso de "¿qué querran ahora?" pero lo mejor de todo es que son GENUINOS y nos regalan cosas constantemente porque sí, "porque yo lo valgo"...

Ayer se nos hizo tarde y no pretendiamos madrugar. Lo de ver el amanecer en las ruinas nos ha pillado mayores y hemos preferido descansar tranquilamente y disfrutar del desayuno. Solos, para variar, nos hemos zampado con todo orden y educación (nos enseñaron a no dejarnos nada) la pila de pan árabe, el queso fresco, el humus, las tortillas, las aceitunas partidas, la mermelada de datiles y de higos (sí mamá, ¡¡yo comiendo mermelada!!), el té (como no) y nos hemos llevado los quesitos para el camino. Un festín para empezar el día con toda la energía necesaria para una buena jornada de marcha.

Las ruinas estan a tiro de piedra del pueblo. Apenas 500 metros, breve caminata a pie para llegar al centro de visitantes, cuyo responsable ha acudido a nuestra entrada, aburrido de ver los granos de arena correr y perseguirse. Nos ha explicado brevemente lo que había para ver. Mucho o poco dependiendo de las ganas y talante del visitante. Lo primero, el templo de Bel, una de las estructuras mejor conservadas. Se nos han ofrecido sutilmente un par de guías pero aparte de eso, poco más hemos tenido que rechazar.

Areia iba con su pequeña mascota aventurera, una muñeca minúscula que le hemos regalado y que ha bautizado como "Siria" que la acompanya a todas partes y a la que ha ido acomodando en los huecos de las columnas, los agujeros de los fustes, la ha hecho escalar por los listeles y deslizarse por los capiteles. La zona arqueológica de Palmira es como un IKEA de 1800 años, lleno de piezas que puedes encajar unas dentro de otras, un festín de bricolaje para los más aguerridos, la pesadilla o el sueño de cualquier arqueólogo.


Siria en un capitel

Areia con la sección de una columna




El teatro

Su historia no es menos caótica. Datando sus primeros pobladores de casi el segundo milenio antes de Cristo, siempre fue punto de paso de la ruta de la Seda. Importante centro para las caravanas y el comercio suponía un enclave fundamental tanto para la economía como para el control de ciertas zonas.

En época romana las relaciones fueron siempre bastante afables y Palmira mantuvo cierta independencia. Fue Odenato, un noble local, quien se proclamo rey en el 256. A los pocos años (257) fue asesinado y fue su esposa (sobre la que siempre salpicó el "tufo" del asesinato de su marido) la que se convirtió en reina tras elimar también casualmente a algun otro opositor. Zenobia (así se llamaba la susodicha) se erigió así mismo reina ante la minoría de edad de su hijo Vabalato. Se enfrentó a Roma (hale ahí, ¡con un par!) y avanzó incluso conquistando Palestina, Bosra y parte de Egipto. El colmo fue cuando la moza tuvo a bien acuñar moneda con su esfigie y la de su hijo. Aquí los romanos ya pusieron cara de cabreo y más cuando ella se empeñaba en auto nombrarse descendiente de Cleopatra.

En 271, Aureliano, ya con la moral tocada por esta dama hermosa pero ambiciosa y con un buen par, decidió acercarse a verla. Le ofreció una generosa rendición que, por supuesto, ella no aceptó y, con más coraje que un ejercito de Gormitis, se fue hacia Persia para pedir ayuda. Pero, hete aquí que los latinos no eran tontos y la estaban esperando en el Eúfrates. La pillaron por banda y se la llevaron para la urbe romana. Allí se dice de todo un poco, desde que la dejaron morir de hambre hasta que la pasearon con cadenas de oro en pies y brazos. Otros rumores apuntan a que acabo casándose con un senador romano y crió una prole de estupendos ciudadanos mirando al Tiber. Sea como sea, esta mujer tuvo las narices de enfrentarse a todo un imperio y el orgullo para arrastrar todo un pueblo y tenerlo fiel y contento bajo su mandato.


Como podeis imaginar, la visita de hoy mezclaba la realidad y la ficción a partes iguales, y lo mismo que Areia sabe la historia contra los romanos, también sabe que los miércoles y domingos recorría Zenobia la calle central para ir al templo de Bel y saludar a sus congéneres. Los martes tenía prueba de vestuario para estrenar modelito el domingo, que era día de sacrificio en la cella y entre semana, recorría la columnata para ir del Templo de Nabo a los baños de Diocleciano (reconvertidos en utiles edificios para la ocasión en aposentos de la reina) para otros quehaceres cotidianos.

El día nos ha regalado momentos inolvidables. Desde la liebre que ha saltado mientras observabamos al escarabajo pelotero hasta los niños que han salido tras las rocas y se han puesto a jugar con Areia entre dinteles, cornisas y trozos de muro. Mejillas rosadas y ojos oscuros frente a nosotros con un aire pensativo pero una sonrisa sobrecogedora.
Palmira se nos ha abierto practicamente a nosotros solos. Durante el día sólo algunos grupos conducidos borreguilmente en buses y con una media de más de sesenta años han aparecido puntualmente, como en las tumbas, que se ciñen a 4 aperturas diarias y por eso a las 14 horas nos hemos juntado unas 50 personas. Por lo demás, hemos estado solos durante casi siete horas de paseo. Esa inmensa extensión de arte en precario equilibrio, combinacion de piedra, historia y vida contenida contándonos innumerables historias al oído. Todo un lujo!!!!!!


Lo que para nosotros es extraordinario, para la gente de aquí se esta convirtiendo en una pesadilla. Si el 11-S les hizo daño, las revueltas de paises como Libia, Egipto o Túnez les estan haciendo un flaco favor. Todo el mundo esta cancelando, los touroperadores se muerden las uñas y los hoteles y restaurantes se muestran vacíos. La temporada está muerta y agotada. Un pueblo que se alimenta casi invariablemente del turismo está agonizando y tratando de imaginar que hacer mientras tanto. Por suerte, la cortesía de la gente supera con creces su necesidad y en ningún momento resultan agobiantes y hacen lo imposible por ser agradables.

El sol se estaba poniendo ya cuando saliamos del recinto. Entre sombras alargadas, locales paseando, saludos de los niños y un frescor reinante, nos ibamos alejando. Hemos acudido al centro a tomar un té, un zumo de naranja y algo que sonaba como un exotico "flower tea" que ha resultado ser una manzanilla.




Habíamos aguantado con el desayuno todo el día, por lo que nos hemos dado un homenaje en en Traditional Palmyra Restaurant. Hemos pedido un kawaj, plato tradicional sirio a base de verduras, pollo y arroz, acompañado de una sopa de lentejas blancas exquisita. El farouj, cazuela de pollo, patatas, couscous, arroz y yogur (opcional) estaba igualmente delicioso, con un acompañamiento especiado con canela, nuez moscada y clavo. Una delicia para los sentidos.

Mañana saldremos prontito. Queremos despertarnos sobre las 6.30 para estar desayunando a las 7 en punto. Los buses parten de las afueras y trataremos de llegar a una buena hora a Homs, la tercera ciudad siria. De allí, veremos si llegamos bien a Crac... Ya os lo contaremos!!!!!!!!!

No sé si nos tendran fichados ya o si ese falso ciego que se nos ha cruzado estaba vigilando nuestros pasos. Tal vez los que han venido a ofrecernos dátiles entre los hipogeos eran del servicio secreto. Sea como sea, seguimos encantados con la hospitalidad local. Disfrutamos de nuestro maravillo cuarto decorado como una tienda beduina y con vistas a las ruinas. Y como no, seguimos divirtiéndonos haciendo saltos, contando historias y dándonos besos furtivos cuando nadie esta mirando.

¡Mañana más!



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¿Qué toca hoy?

¿Qué toca hoy?
Lo que nos depare el día (por cierto, ¡son de verdad!)